El lugar de las cosas invisibles es el baúl donde guardamos lo ininteligible, lo recóndito: Sentimientos, deseos, dudas, momentos que pudieron ser y no fueron, instantes que no se ajustan a la lógica cotidiana. Aquello que solo puedes ver con los ojos del corazón.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
EXTRAVÍOS
tratando de encontrarle.
Se extravió en su nombre y no localizó
el camino de vuelta a su biografía.
Se extrañó de sí misma y de su suerte
colgada en el abismo de sus labios.
Y vio que sus pupilas no la reflejaban
y tuvo miedo de ser un fantasma.
Tiritaba en sus letras
y se abrigó con antiguos cobertores de
besos,
que aun llenos de polilla,
todavía guardaban
un aroma lejano a hierba seca,
aquella hierba que vistió sus cuerpos.
La acogió hospitalaria una vocal
que años atrás había participado
en frívolos romances de tenorio,
más también en sonrisas y ayudas
solidarias.
Y se quedó a vivir en medio de su nombre,
sin saber regresar al mundo que habitaba.
Además, ¿cómo hacerlo?
En el errante vuelo por buscarle
eran muñones calcinados sus alas.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
PATERAS
cargadas de mil almas olvidadas.
Hambre, miseria y miedo
se arrojan por la borda
ante la indiferencia
de los que intentan poner puertas al aire.
Animales acuáticos se nutren
de ilusiones y sueños descompuestos,
de esperanzas futuras,
de planes malogrados
y de un sin fin de finales utópicos,
que son perjudiciales para cualquier
sirena.
Mas hay humanos ciegos que no ven nada de
eso.
En su cómodo Matrix
andan encandilados con pantallas de
plasma,
con artefactos móviles,
productos desechables
y enigmáticas cuentas de intereses bancarios.
Y el mar sigue entre tanto vomitando,
en un mundo concreto y específico,
escombros y despojos de otras tierras
huérfanas y esquilmadas
por los mismos que enumeran los mundos,
que levantan murallas de inclemencia
y engendran Lampedusas
con hábitos mezquinos y asesinos.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
FRAGMENTO DE "CHAMA"
(CUENTOS DEL OTRO LADO)
Chama, refugiada
en su precaria vivienda, acostó a sus hijos y preparó la cena de Nakuk. Luego
lió un fardo con comida y algunos enseres y lo escondió entre unos arbustos.
Llenó un cuenco con agua y echó dentro el contenido de una bolsa que llevaba
oculta entre los pechos. Eran unas hierbas y hongos que había recogido cuando
oyeron hablar por primera vez de la llegada de los hombres blancos. Conocía
bien las propiedades de aquella mezcla que les habría evitado a los suyos caer
vivos en manos de los invasores. Ahora el veneno tendría un único destinatario.
Agitó bien el cocimiento y lo puso ante el plato de Nakuk en el momento en que
éste entraba en la gruta.
- No voy a comer
nada - dijo él, dirigiéndose a donde dormían los niños.
Chama
le miró muy seria. Luchaba por contener el temblor de sus manos y el corazón
saltaba en su pecho tan violentamente que temía que Nakuk pudiese oír sus
latidos. Lo veía inclinarse sobre Xacnite y por un momento le pareció que sus
ojos estaban llenos de lágrimas.
-¿No tienes sed? -
le preguntó Chama con una voz que le llegó de muy lejos. Ajena, desconocida.
Él se volvió. La
mujer le ofrecía suplicante el cuenco y sintió compasión de aquella pobre madre
desesperada. Tomó la escudilla que ella le tendía, reteniendo sus manos un
instante, y luego bebió hasta la última gota del líquido. De pronto se llevó la
mano al pecho, la miró y un gesto de asombro se dibujó en sus ojos
desorbitados.
-¿Qué has...? -
balbuceó Nakuk, pero no pudo terminar la frase. Retorciéndose en el suelo como
un animal herido, lanzaba gemidos que subían gradualmente de intensidad.
Chama, pegada a la
pared, lo contemplaba con horror. ¿Y si alguien le oía? ¿Y si descubrían su
crimen, aún antes de que fuera consumado? Lo vio arrastrarse por el suelo.
Intentaba aferrarse a ella, que se retiró al último rincón de la cueva. Sus
manos arañaban la tierra y su rostro fue adquiriendo una palidez cadavérica.
Abierta la boca, mostraba una lengua hinchada y ennegrecida. No logró
alcanzarla. En un último estertor quedó enroscado sobre sí mismo, como si
hubiera vuelto al mismísimo vientre materno.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
Te fuiste tan deprisa
que no me dio ni tiempo de decirte un adiós.
Ni tiempo de besarte,
ni tiempo de entregarte un pequeño recuerdo
para reconocerte,
para poder hallarte entre los que se fueron
y perdieron su rostro,
para recuperarte
para desanudarte la pesada mordaza
que supone el olvido,
y volver a tenerte
y volver a estrecharte,
volver a hablar contigo con los ojos del alma
sin precisar palabras.
Te fuiste tan deprisa
que parece mentira que ya no estés aquí,
que no estés escondida en un simple destello,
disfrazada de encina
u oculta entre la niebla del nuevo amanecer,
desmigada en las cosas,
disuelta en los sonidos,
brillando en la pupila de algún niño
o en el pujante brote de los bulbos en flor.
Ni tiempo de besarte,
ni tiempo de entregarte un pequeño recuerdo
para reconocerte,
para poder hallarte entre los que se fueron
y perdieron su rostro,
para recuperarte
para desanudarte la pesada mordaza
que supone el olvido,
y volver a tenerte
y volver a estrecharte,
volver a hablar contigo con los ojos del alma
sin precisar palabras.
Te fuiste tan deprisa
que parece mentira que ya no estés aquí,
que no estés escondida en un simple destello,
disfrazada de encina
u oculta entre la niebla del nuevo amanecer,
desmigada en las cosas,
disuelta en los sonidos,
brillando en la pupila de algún niño
o en el pujante brote de los bulbos en flor.
Te fuiste tan deprisa,
tan rauda fue tu huida,
tan rauda fue tu huida,
que empiezo a sospechar
que fingiste tu marcha para poder quedarte,
para así entronizarte,
para perpetuarte viva en nuestro interior.
que fingiste tu marcha para poder quedarte,
para así entronizarte,
para perpetuarte viva en nuestro interior.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
LA VIEJA DEL FARO
Volvía cada día al faro sin recordar ya su vida anterior.
¿Hubo otra vida o había visto por primera vez la luz frente a aquel mar que la
reflejaba como un espejo? Le gustaba volar hacia la confusa línea del
horizonte, difuminada en dos tonos de azul. Pero esto era con su imaginación
porque el horizonte era algo que se alejaba siempre, aun permaneciendo inmóvil
en el espacio. Sólo su mente la permitía acercarse a aquel punto de fuga. Su
cuerpo estaba demasiado cansado y no disponía ni de una miserable barca. Y sin
embargo era capaz de sobrevolar las olas como el más moderno de los yates, superando
la velocidad de la luz.
Aquella
mañana voló como siempre a caballo de las blancas crestas de espuma, patinando
sobre el agua plateada. Intentaba recordar algo de su vida: quién era, cómo se
llamaba, si había algún afecto que la uniera a la existencia. Pero alguien
había pasado un borrador sobre el encerado de sus recuerdos y no lo consiguió.
De pronto notó algo distinto, una luminosidad perfecta que la envolvía más allá
del tiempo y del espacio. Se hundió en una paleta de azules, flotando en el celeste,
en el índigo o en el cobalto del mar, acercándose al fin a aquella línea de
unión. ¿La entrada misteriosa a otro universo? No había imaginado que fuera
posible jugar al escondite con las gaviotas, ni que pudieran
acariciarte peces de mil colores. Disolverse en la luz era una gozosa
sensación. Ya no era la vieja del Faro. Era la ingravidez: sístole y diástole
de todo lo creado. Era el amor. Su sangre, transmutada en energía luminosa,
daba impulso a los planetas y los hacía girar. Y la vida y la muerte se
confundían, se alternaban sin principio ni fin. Convertida en un presente sin
secuencia, cobró sentido por fin la eternidad.
Muy cerca, en un mugriento
transistor, Machín cantaba “Dos gardenias” y un hombre descargaba de una
furgoneta unas cajas de botellas. Ruidos vacíos de significado. Ruidos lejanos,
amortiguados por la distancia que hay entre lo cotidiano y lo eterno. El móvil, su móvil, le mandaba mensajes de
algún espacio raquítico y sin importancia. Sabía que en alguna parte seguían
reclamando su presencia, pero si puedes elegir, ¿vas a abandonar el Palacio
para volver a la caverna?
Por
la tarde, con el sol escondiéndose a su espalda tras las montañas, alguien dio
la voz de alarma:
-¡Llamen
a un médico!
Inútil
petición. La vieja del Faro había muerto.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
El camino más largo
La escuela de la señorita Felisa estaba en el interior de un piso lóbrego, situado en un edificio vecinal de dos plantas. La escalera estrecha y oscura, con pasamanos de hierro, lucía casi con orgullo los desconchones y las manchas de sus paredes, que nadie había pintado en muchos años. No me gustaba el sitio y me asustaba la profesora, pequeña y malhumorada, perennemente vestida de negro, con los cabellos blancos y ralos, anudados en la nuca en un descuidado moño. Yo no había cumplido los cuatro años y era incapaz de hacer los palotes que me ordenaba como única y tediosa tarea. Interminables planas de rayitas, que empezaban más o menos rectas y se iban torciendo como resultado de mi torpeza, desgana o aburrimiento, vaya usted a saber.
La señorita Felisa contemplaba horrorizada los garabatos, los tachones o mis intentos de borrar con saliva, que sólo conseguían agujerear el papel. Mostraba mi sucio cuaderno a la clase y golpeaba mi mano con una regla de madera, que más que dolor físico me infligía una humillación difícil de superar. Todos eran mayores que yo y dominaban el envidiable arte de la línea recta, y las ahogadas risitas que me dedicaban me hacían desear algún terrible cataclismo que los borrara del mundo, acompañados por aquella viejuca malhumorada. Era la única solución que se me ocurría para liberarme de su presencia y de la odiosa labor de los palotes.
A mi lado se sentaba una niña, Marta, un par de años mayor que yo. Era la única que se dignaba a dirigirme la palabra. Trataba de animarme cuando me veía a punto de llorar por la impotencia y me aseguraba, cargada de experiencia, que aprendería a hacer los palotes y hasta a escribir. Su familia tenía una carnicería, con casa en la trastienda, en una calle cercana a la escuela. Mi padre y yo recogíamos a mi amiga de camino al colegio y las dos compartíamos bromas y confidencias, cosa imposible en clase bajo la vigilancia de la señorita Felisa. Pero aquello no duró mucho porque un día mi padre decidió cambiar el recorrido, arguyendo que tenía prisa, y cogió un atajo para dejarme en el portal de la escuela, poniendo así fin a los inocentes juegos con mi amiga.
A partir de entonces no volvimos a recoger a Marta y yo elaboré un arriesgado plan. Una mañana, subí como siempre el primer tramo de escalera, me volví para despedirme de mi padre y desaparecí de su vista en el recodo. Allí me detuve y esperé con el corazón palpitante de angustia, agazapada en los peldaños. Después de unos minutos, que me parecieron eternos, volví a ponerme en pie y con mucho cuidado me asomé para mirar el portal. Estaba desierto. Más tranquila, bajé sigilosamente y salí con mil precauciones a la calle. No se veía a nadie. El corazón saltaba como un loco en mi pecho, pero esta vez de alegría. Respiré a pleno pulmón el aire fresco de la mañana y emprendí el camino hacia la carnicería de mi amiga.
Mis días cambiaron. Cada mañana mi padre me dejaba en el portal y cada mañana yo emprendía el "camino más largo" en busca de Marta, tras esperar a que él desapareciese. Día a día me hacía más arriesgada y una mañana repetí, ya de forma rutinaria, mi conato de subir la escalera, esperé unos segundos y salí a la calle sin mirar previamente. Balanceando mi pequeño cabás, me dirigí a la carnicería de mi amiga sin sospechar siquiera que mi padre me contemplaba boquiabierto desde la otra acera. Apenas caminé unos metros, cuando él surgió ante mí con todo el empaque de un juez implacable.
-¿Adónde vas? - preguntó con una voz de trueno.
Balbuceé algo sobre el “camino más largo”, sobre mi amiga, disculpas y lamentaciones inconexas que sabía destinadas al fracaso. Él me tomó de la mano, ignorando mis lágrimas, me llevó a rastras hasta mi casa y me hizo acostar con las persianas bajadas y la luz apagada para el resto del día. Era el castigo habitual para las faltas importantes.
A partir de entonces encontrar el “camino más corto” se convirtió en la primera regla de mi vida.
No creo haberlo conseguido.
Ya está publicada la 2ª edición de mi nuevo poemario, "El Vértigo del Tiempo". "La Danza del Espíritu" es mi última novela. Es un thriller como fondo de una historia de amor. Y se acaba de reeditar la primera parte de esta historia, "La Conjura de los Sabios". Se pueden leer por separado, pero se entienden mejor juntas.
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