EL DESIERTO



Ha salido en tu busca la caricia
y le has dado la espalda.
A tientas ha pulsado
la aldaba de tu puerta
y no has querido abrirla
por miedo a que consiga

salvar el foso de los cocodrilos,
que vigilan hambrientos
el arribo de presas confiadas.


Has hecho oídos sordos
a palabras amables
y has levantado muros algodonosos,
que insonorizan lisonjas y tequieros,
esas proposiciones que derriban mayúsculas
y que obligan a dar alguna cosa a cambio.


Has cegado tus ojos con el antifaz negro
del rencor y del miedo
y sólo puedes ver el plúmbeo pretérito
envuelto en las tinieblas
de ofensas y desprecios del pasado.


Pero el mal nunca dura cien años.
Llegan los emisarios de la primavera.
El astro sol derrite los neveros
y el agua salta y escurre por taludes umbríos
haciendo germinar el desierto del alma.



 


LOS SEPULCROS SE ABRIERON

Hay cunetas ahítas de memoria

en caminos que llevan al olvido.

Y hay voces que susurran en los árboles

homicidios, torturas, improperios.

Se ofrecen en manojos de flores arrancadas

de la vida, aquellas que no están,

que en desbandada huyeron cual pájaros de hielo.

 

Secuestrada en la infancia,

creíste de verdad lo que contaban,

revueltas en tus labios las preguntas

que cayeron en sacos de mutismo.

Mas los días volaron, hojas secas de otoño,

hasta el fondo del alma adolescente.

Y entonces, cara a cara, te miró la mentira,

y atronaron los gritos, los lamentos,

los sepulcros se abrieron en cadena

y en todos palpitó una realidad resucitada.