SE ROMPEN LAS ESQUINAS DE MI ALMA
y dejan escapar ríos de negra hiel
al ver el espectáculo de la fiera inclemente
que devora a sus hijos como hiciera
Saturno.
Esos niños famélicos son míos.
También lo son los que se engulle el agua
que arriban a la arena cual flores
naufragadas
y revisten de luto a alguna extraviada
gaviota.
Y es que hay gente que cierra las puertas a
la vida,
como ocultan los gritos que reclaman
justicia.
Labios sellados, oídos taponados,
ojos ciegos y secos al dolor de los otros.
Así nos quiere el monstruo que aniquila.
¿Qué mundo es este, que
hasta la vergüenza
se ha vendado los ojos
para no soportar tanta
indecencia?
Y sigo boquiabierta al
ver la mansedumbre
del hombre que acarrea
la roca como Sísifo
una vez y mil veces
hasta el fin de la vida,
sin protestar, callado,
aceptando el castigo de
haber nacido siervo.