LOS DÍAS DEL PASADO




Eran días aquellos carentes de memoria
de bombas asesinas y besos suicidados
desde las azoteas.

Eran días de acíbar y de libros prohibidos
y de litros de sangre congelada
en las tapias de las sacramentales.

Eran días que estaban cubiertos de ceniza,
con el hambre horadando las esquinas del alma
y los estraperlistas llenando las alforjas
con pesetas roñosas y con sueños perdidos.

Eran días teñidos de sombríos temores,
sólo roto el silencio por los cantos de iglesia
y los ruidosos golpes de botas militares.

Sin embargo la muerte llamaba sólo a otros,
estrenabas zapatos en domingos de Ramos
y escondías los dientes para un ratón espléndido.
Rebuscabas armarios en busca de secretos
de los que nadie hablaba,
y lo mismo que Celia le sacabas el brillo con las bragas
a las puertas del cielo.

Pero a pesar de todo,
a pesar del candor y la ignorancia,
a pesar de que sólo se murieran los otros
y vieras refulgente la entrada al paraíso,
no querría volver ni siquiera un instante
a vivir la mentira de unos días cautivos

que no fueron de vino ni de rosas.
EL BISCUTER





            -¿Qué prefieres, una moto con sidecar o un coche?
            -Un coche. La moto es demasiado peligrosa.
            
           Así es como lo recuerdo: un día papá le dio una sorpresa a mamá, llamándola por teléfono desde la misma fábrica en la que compró el Biscuter. Un sencillo artefacto, con carrocería de color y consistencia de hojalata, que iba a llevar de aquí para allá a seis personas: mis padres y cuatro niños. Calificarlo de "coche" era un tanto pretencioso, era más bien una moto scooter con cuatro ruedas. Había que tirar con energía de una manivela para encenderlo y no contaba con marcha atrás, lo que por otra parte no suponía un grave inconveniente. Dada su liviandad, sus conductores lo levantaban por el parachoques trasero para arrimarlo a la acera. En invierno la gente hacía corro para ver bajar del mínimo vehículo a una familia tan numerosa como la nuestra, y cuando hacía calor se quitaba la capota y nos parecía un magnífico deportivo. Tenía solo dos asientos, pero entre estos y la parte de atrás quedaba un pequeño espacio donde mi hermano de ocho años y yo de doce nos sentábamos de lado. El pequeño de tres iba en una sillita plegable delante de mi madre, que a su vez llevaba encima a mi hermana de un par de meses. Sería divertido ver las caras de los actuales creadores de normas de seguridad para llevar a los niños en el coche, si se enfrentaran a semejantes prácticas.

            Papá consideró que dejar el Biscuter aparcado en la calle podía ser una tentación para los ladrones y buscó un garaje cercano para guardarlo. Ya no había que ir al campo en el tranvía, cargados con la tortilla y los filetes empanados, y muchos fines de semana subíamos hasta el puerto de los Leones. En el recorrido debíamos parar varias veces porque el coche se ahogaba y se calaba en el ascenso. Pero no tardamos mucho en encontrar la solución. Mi hermano y yo nos bajábamos, calzábamos las ruedas traseras con piedras, mi padre lo ponía en marcha, retirábamos las piedras y nos subíamos de nuevo a la carrera. Toda una aventura.

            El Biscuter creó una red de cordialidad y camaradería, y nos saludábamos con alborozo al cruzarnos con nuestros iguales como si fuéramos descubridores de un nuevo método de locomoción.

            No me gusta nada la nostalgia ni la practico, pero añoro aquella actitud nuestra de disfrutar con lo más sencillo, seguramente fruto de muchas carencias. Nada que ver con la frivolidad de una clase social que actualmente solo busca acumular bienes cada vez más sofisticados e inservibles.


DEMOS VUELTA A LOS CUENTOS




Me gusta convertir a príncipes en ranas
y lujosas carrozas en ricas calabazas.
El croar del batracio alegra las mañanas
en los días sombríos
y es de más beneficio que testas coronadas
de oropeles y huecas de talento.
 En cuanto a las carrozas
que se quiten de en medio ante un rico puré
sazonado con curry y algo de nuez moscada.

Demos vuelta a los cuentos
que envenenan las mentes ávidas y pueriles.
Dejémonos de fábulas donde es dócil la bella
y el gentil caballero gana cualquier batalla,
donde el perverso siempre tiene cara de bruja
y solamente triunfan los seres agraciados.

Dejémonos de embustes,

me aburren las princesas que despiertan con besos

y en muchas ocasiones prefiero a un pato listo

que a ese espléndido cisne 

que pasea orgulloso su gallardía vacua.


PLEGARIA




Tú que esperas ahora a la orilla del río
donde las ranas danzan al calor de la lumbre,
tú que tiñes de rosa las tristes madrugadas
de los niños no natos,
tú que lanzas "tequieros" con esa voz tan dulce
y atraviesas tinieblas que rodean el alma,

sigue tú iluminando recodos del camino
para que no me pierda por las selvas inhóspitas.
Y a ritmo de campanas que anuncian la llegada
del ángel que libera del dolor y del miedo
derrama en mi cabeza el agua del Jordán
que limpia la memoria de ideas moribundas.











QUÉ LEJOS EL FUTURO

Qué lejos el futuro
en las mañanas grises de mi infancia.
Qué lejano el pasado en este día.
Pero ahora que el azar me sobrevive
de amores que partieron raudos sin esperarme
ni apenas despedirse,
la de las fantasías y la que soy ahora
caminan de la mano y por fin son la misma.

Y sin embargo no me reconozco
en la que la impaciencia la llevaba
tan lejos de sí misma,
la que viviendo ni siquiera sabía que vivía,
la que trenzaba sueños en la alcoba
con la seguridad de ser eterna.

Mas tampoco me veo en la vuelta de todo
y en la ida a la nada y al epílogo.
Me miro en los bolsillos y encuentro
alguna que otra insensatez
y un conjunto de sueños que huelen a recientes
y que esperan su estreno.
La infancia y la experiencia se observan en silencio
y en silencio caminan de la mano.