EL HORIZONTE


Contemplo en derredor el horizonte
con su confusa línea de linfas en azules.
Abajo el mar añil,
arriba un cielo ignoto de agónico cobalto.

Me engañan y reclaman a su vértice
lindas ondinas con cola de pescado.
Sal del mundo ilusorio, canturrean,
abandona esa cárcel.

Y yo obedezco
e intento caminar sobre olas palpitantes.
Mas no soy el Mesías
y esta agua está muy lejos del mar de Galilea.
Y me sumerjo
y asfixio
y abandono
para no amodorrarme,
encima de algún buque naufragado,
ni para platicar con algún leviatán
que me interrumpa el paso.
Nunca me interesaron
los monstruos legendarios.

Así que me resigno a seguir encerrada
en la geografía de oscuros pasadizos,
en playas y arenales
y en cementerios huecos sin huéspedes ni cruces,
sin ángeles ni sangre.

Inmersa día a día en el blindaje
de una jaula virtual e inexpugnable.



NIÑA DE LUNA




Niña de luna triste,
me duele tu dolor de infancia vieja,
tejida en la profundidad
de algún vientre famélico
que te olvidó al parirte.
Me duelen las arrugas de tu alma,
forjadas en un lecho de abandono,
y tus amaneceres desvelados
a la espera de caricias ausentes.

Niña de luna adversa,
me duelen tus huidas espantadas
de amenazantes sátiros
y tus inevitables raterías
para ahogar los bramidos del hambre.
Y me duele la atroz indiferencia
que camina a tu espalda
y carga lastre en tus zapatos rotos.

Niña de luna amarga,
mapa recién nacido de tristezas,
eres denuncia viva de la abyecta injusticia
urdida en mil intrigas palaciegas.
Horadas con tus ojos la cáscara del orden
y golpeas conciencias con el ritmo monótono
de la vibrante fuerza que transporta la vida.





GARCÍA LORCA 
(Poeta en Nueva York)


Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados. 


EL SECRETO

Hay secretos antiguos
que el silencio termina corrompiendo,
adquieren el hedor a carne muerta
en la despensa oscura de la mente.

Si el secreto es ajeno
abrasa su existencia entre los labios,
arde en cada recodo de los días
y se arranca uno a uno los ropajes
que cubren su misterio.

Y si el secreto es propio
va creciendo a lo largo de los años
y ocupa cada fibra de tu alma.
Te acalla y te anquilosa,
te aísla y te desarma,
se yergue cual gigante ante tu casa,
y adusto centinela no deja entrar a nadie.

Hay secretos culpables
y secretos vacíos y cargantes,
secretos heredados y decrépitos,
y los hay fascinantes
que iluminan desiertas madrugadas.

Mas decidme, ¿quién puede asegurar
que no esconde un secreto,
igual que el jugador aventajado
guarda un as en su manga?







Fragmento de "El Can Descabezado", incluido en CUENTOS DEL OTRO LADO

“La vejez ha llegado. Sé que el tiempo se acaba y aún la espero.”
“Ayer me pareció verla junto al pozo. En la noche. Pero la vista me engaña tantas veces… Ernesto Montes deambula por el jardín algunas madrugadas. Me hace señas amenazantes. A veces se pasa un dedo por el cuello, indicándome que acabará conmigo como hizo con Cerbero. Pero ya no puede nada contra mí porque hace tiempo que superé el miedo. Su pobre espectro sólo me inspira compasión. Aún no logro comprender por qué le di la muerte. ¿Qué pasó por mi cabeza que me convirtió en una bestia, en un ser similar a aquéllos a los que siempre había odiado? A veces he pensado en salir al jardín y explicárselo a Montes. Pedirle que me perdone, decirle que descanse, que es el rencor lo que le impide dejar este mundo. Pero me temo que su imagen se desharía como el humo entre mis manos si pretendiera abrazarlo. Como la de mi hijo. También a él le veo corretear alrededor de la casa con Cerbero. Comparto ya los días que me quedan con mis fantasmas.”
“Y ella no llega.”
“Hoy me han despertado unos golpes en la puerta. No había amanecido aún, pero mi corazón, tan cansado ya, ha saltado en mi pecho. He corrido a abrir como si mis piernas volvieran a los años mozos.”
“¡Sí! ¡Era ella! Paréceme que al verla he vuelto a respirar. ¡Era ella! El tiempo ni siquiera la ha rozado. ¿Cómo es eso posible? Su figura es la misma, el verde de sus ojos el de entonces, igual que su piel tersa. Viste una túnica blanca, me sonríe amorosa y me enseña una fotografía. Soy yo, despeinado, todavía vigoroso, el día de nuestro encuentro.”
-“Guardé tu imagen – dice -. ¿Me  has olvidado?”
-“Imposible – respondo –. He vivido por ti todos estos años. Para volver a verte.”
“Hacemos el amor todo el día. ¿Hacemos el amor? ¡Qué humildes, qué imprecisas resultan las palabras! Hundirse en ella es sumergirse en el color del cielo, en la música de las esferas, es un vagar ingrávido por los espacios siderales. Y Moira me devuelve el vigor, la juventud, todo eso que creí definitivamente perdido. Por la noche anoto estas sensaciones en el cuaderno.”
-“No escribas más – dice ella –. Vuelve a amarme.”
“Y yo lo dejo todo.”