No tenía nada que dejarte en prenda y te dejé mi sombra. Al fin y al cabo tú me habías dedicado aquella poesía, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Ya sé que la sombra es algo muy personal, pero quería que me recordases y no se me ocurrió otra forma. Tardamos mucho tiempo en volver a encontrarnos. Yo me sentía extraña sin llevarla a mi lado. En mis paseos, en los días de sol, algunos transeúntes me paraban. "Se ha olvidado la sombra", me decían, y decidí buscarte.
La llevabas a rastras, sin ocuparte de ella. Estaba sucia, desmejorada, triste. Mi sombra siempre había sido optimista y de aspecto impoluto. Cuando me vio, toda la gama del arco iris la recorrió de los pies a la cabeza. Era su manera de manifestar la alegría. Al fin y al cabo nacimos a la vez y nunca nos habíamos separado.
Tardó en recuperarse. Pregunté por ahí y nadie supo darme razón de un médico de sombras. Suele ser muy difícil de encontrar.
Por eso quiero dejar un aviso para navegantes: Ningún amor, por embelesador que pueda parecer, debe privar a nadie de su sombra.