No tenía nada que dejarte en prenda y te dejé mi sombra. Al fin y al cabo tú me habías dedicado aquella poesía, "Me gustas cuando callas porque estás como ausente". Ya sé que la sombra es algo muy personal, pero quería que me recordases y no se me ocurrió otra forma. Tardamos mucho tiempo en volver a encontrarnos. Yo me sentía extraña sin llevarla a mi lado. En mis paseos, en los días de sol, algunos transeúntes me paraban. "Se ha olvidado la sombra", me decían, y decidí buscarte.
La llevabas a rastras, sin ocuparte de ella. Estaba sucia, desmejorada, triste. Mi sombra siempre había sido optimista y de aspecto impoluto. Cuando me vio, toda la gama del arco iris la recorrió de los pies a la cabeza. Era su manera de manifestar la alegría. Al fin y al cabo nacimos a la vez y nunca nos habíamos separado.
Tardó en recuperarse. Pregunté por ahí y nadie supo darme razón de un médico de sombras. Suele ser muy difícil de encontrar.
Por eso quiero dejar un aviso para navegantes: Ningún amor, por embelesador que pueda parecer, debe privar a nadie de su sombra.
Maravilloso, Luz. Uff, hoy me has tocado lo más hondo. Gracias por este hermoso relato.
ResponderEliminarMe ha gustado mucho Luz. Un abrazo.
ResponderEliminarGracias, Eduardo. Es que uno no puede fraccionarse para demostrar a otro el amor, ¿verdad?
ResponderEliminarGracias, Alfredo
ResponderEliminarYo lo tengo muy claro con mi sombra, no se la dejo nunca a nadie porque en las noches de luna llena me acompaña de forma explícita y con mi fantasía ya somos tres. Mi terraza suele ser en verano testigo mudo de esos encuentros maravillosos... tu relato me lo ha recordado. Gracias.
ResponderEliminarMe alegro mucho de que estés tan acompañada...
EliminarNo paras de sorprenderme, Luz.
ResponderEliminarLlevo un ritmo frenéticos estos últimos tiempos, para intentar acabar ese proyecto que ya conoces, pero siempre es una delicia hacer un alto en el camino para disfrutar de tu prosa.
¡Maravilloso!
Gracias, Óscar
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