LA HUIDA

          

Le gustaba mirar el beso de la luna,
El brillo de las velas,
Los destellos del agua.
Hablar con los ancianos, con los yonkys perdidos,
Con los mil expulsados del mundo y de la vida.
Con el árbol
Elaboraba idilios como una madre amante,
Se abrazaba a su tronco, bebía de su savia.
Sabía susurrarte palabras de consuelo
Con ojos taladrantes hasta el alma.
Y el rocío
Le mojaba el cabello como una ducha tibia
Que luego el sol acariciaba al alba.

Las estrellas pendían de su techo,
Eternas luminarias,
Dando luz a sus sueños,
Libertad a su vuelo.
Y el cazador onírico
Desde su cabecera
Iba abriendo el camino de su huida.
WALT WHITMAN

          Hoy, antes del alba, he subido a una loma para ver las estrellas que brillan en el cielo.
          
          Y le dije a mi alma: "Cuando abarquemos todos esos mundos y el saber y los goces que encierran, ¿estaremos al fin colmados y contentos?"
           
          Contestóme mi alma: "No; cuando hayamos llegado a esas alturas, habrá que ir más allá."

         
NACIERON A LA VEZ

           Nacieron a la vez. 
         Separadas por una cortina, dieron a luz sus madres en el mismo quirófano. La niña lloró unos segundos antes, pero ambos abrieron los ojos al tiempo. Paula la llamaron a ella, a él Pablo. Dos años más tarde coincidieron en la misma guardería. Compartían sus peluches y cuando uno de los dos lloraba, el otro le imitaba como si el sentimiento fuese mutuo. A veces se encontraban, acompañados por sus padres, en metro o autobuses y se miraban con curiosidad y sin intercambiar palabra. 
           A los quince años se descubrieron al borde de una piscina pública. Paula llevaba un sucinto biquini rojo, Pablo un bañador con dibujos marineros. Inmóviles y rodeados por sus respectivos amigos, se acariciaron con la mirada hasta provocar las risas de todos. Paula se tiró al agua para disimular su turbación, Pablo prefirió volver a casa con una extraña sensación de amargura. 
               Muy a menudo se cruzaban por la calle o se sentaban en la oscuridad del  mismo cine sin ser conscientes de ello. Pero cuando estaban tan cerca, los dos se sentían violentamente desorientados, hasta el punto de perder la noción de la realidad. 
              Cuando tenían treinta años sus parejas los presentaron en una cena de empresa. Ni ellos mismos lograron recordar que ya se habían visto repetidas veces y de manera fugaz. Pero, mutuamente sorprendidos, se reconocieron como antiguos amantes. Percibieron que lo sabían todo del otro, que conocían sus cuerpos respectivos porque los habían recorrido mil veces con sus besos. Fingieron saludos corteses y, ausentes de lo que les rodeaba, soñaron con húmedos abrazos en mundos enigmáticos.
               No dejaron pasar la ocasión. Quedaron por la noche en un restaurante a las afueras de la ciudad. A la luz de las velas se devoraron con los ojos y se confesaron su amor. Pero ignoraban quiénes eran y por qué les unía aquel sentimiento. 
              Los años transcurridos no tenían sentido y decidieron huir juntos. Paula olvidó su coche en el aparcamiento y emprendieron el viaje en el de Pablo. Apenas habían recorrido veinte kilómetros cuando un camión los arrolló.     
                Abandonaron la vida a la vez. 
                "¿Quieres morir conmigo?", preguntó Paula mientras salía de su cuerpo. Él sonrió feliz, se elevó con ella y la luz de los dos, al unirse, formó nuevas galaxias.
                 Y entonces, sólo entonces, lo entendieron todo.

               


                              EL CEDRO COMO YO

Los días han caído desde entonces,
Hojas de un calendario.
Mi cedro permanece inconmovible,
Luminoso estallido de un segundo.
Él se acuerda también, estoy segura,
Mas no atiende a preguntas.
Sólo agita sus ramas con el aire,
Como agita la vida el pensamiento.
Contempla quieto incendios estivales
Como yo las pasiones de los hombres
Y el aullar de los perros le estremece
Como a mí la nostalgia,
La crueldad,
El presagio de las limitaciones,
El desamor, la soledad, la ausencia,
El hambre de respuestas.

Mi cedro sabe que mi identidad
Fue suya una mañana.
Compartimos la hoguera incandescente
Que hizo brillar todos nuestros fluidos.
A él su savia esmeralda.
A mí, sangre escarlata.
Con el mandato de “Hágase la luz”
Sus miembros verdes y mis huesos cansados
Se fundieron en un solo latido.
¿Milagro de la vida?
¿Desafío a la física?
¿Vértigo ascensional?
¿Huida del averno hasta lo etéreo?
Mi cedro y yo callamos.
El silencio
Es la única respuesta a lo intangible.
Y en los días de sol
Él inicia un aplauso con sus ramas,
Yo levanto los ojos a su cúspide
Y los dos,
Prendidos del recuerdo,
Esperamos que vuelva aquel momento
En el que el tiempo abrió la puerta al infinito.






SIN PATRIA

No he tenido más patria ni bandera
que la que hacen los míos.
¿Que quiénes son los míos?                  
Un gentío agolpado ante las puertas
de pueblos coronados de oropeles,
ciegos ante el horror y la miseria.

Los míos son ese niño tan triste
que esnifa pegamento en una esquina,
esa muchacha impúber que se ofrece
semidesnuda en una noche fría,
ese soldado destripado, inmóvil,
abatido por balas asesinas,
los hambrientos, los que huyen,
los que no saben pronunciar mentiras.

Y mi patria es el mundo.
Un mundo envenenado y casi yerto,
la pobre tierra que llora su exterminio,
deshaciéndose al ritmo del progreso.