Le gustaba mirar el beso de la luna,
El brillo de las velas,
Los destellos del agua.
Hablar con los ancianos, con los yonkys
perdidos,
Con los mil expulsados del mundo y de
la vida.
Con el árbol
Elaboraba idilios como una madre amante,
Se abrazaba a su tronco, bebía de su
savia.
Sabía susurrarte palabras de consuelo
Con ojos taladrantes hasta el alma.
Y el rocío
Le mojaba el cabello como una ducha
tibia
Que luego el sol acariciaba al alba.
Las estrellas pendían de su techo,
Eternas luminarias,
Libertad a su vuelo.
Y el cazador onírico
Desde su cabecera
Iba abriendo el camino de su huida.
No sabía que además escribías y menos que lo hicieras con tanta sensibilidad. Es un placer leerte. Gracias y un abrazo, al menos online. Nancy
ResponderEliminarGracias, Nancy. Empecé a escribir antes que a actuar y ahora tengo más tiempo de hacerlo. Un abrazo
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