SE ROMPEN LAS ESQUINAS DE MI ALMA

y dejan escapar ríos de negra hiel

al ver el espectáculo de la fiera inclemente

que devora a sus hijos como hiciera Saturno.

 

Esos niños famélicos son míos.

También lo son los que se engulle el agua

que arriban a la arena cual flores naufragadas

y revisten de luto a alguna extraviada gaviota.

 

Y es que hay gente que cierra las puertas a la vida,

como ocultan los gritos que reclaman justicia.

Labios sellados, oídos taponados,

ojos ciegos y secos al dolor de los otros.

Así nos quiere el siglo veintiuno. 

 

¿Qué mundo es este, que hasta la vergüenza

se ha vendado los ojos

para no soportar tanta indecencia?

Y sigo boquiabierta al ver la mansedumbre

del hombre que acarrea la roca como Sísifo

una vez y mil veces hasta el fin de la vida,

sin protestar, callado,

aceptando el castigo de haber nacido siervo.

 

 

PAPÁ




Mi hermano baja del Jaguar. Exultante. Van a bautizar a su nieta. Saluda al cura, que ha salido a esperarlo a la puerta de la iglesia, y luego a mi padre. Dos besos al aire, que no a las mejillas. Se aleja para recibir a los invitados que van llegando. Sonrisa condescendiente, traje impecable, corbata de seda, hombros caídos y pelo de nieve. Papá lo observa intrigado. Lo tuvo sentado en sus rodillas, le manchó el traje con un vómito de leche y lo despertó a media noche con sus llantos infantiles. Qué precioso, parece un ángel, decían las mujeres al verlo.

            -¿Quién es ese señor? –la voz de papá, agotada por el tiempo.

            -Es tu hijo Alberto –le contesto mientras lo sujeto por el brazo.

            -Ah.

Sin asombro.

 

 

 

EL FIN DEL MUNDO

Soy de un mundo que clama en el destierro,

buscando la semilla de su origen,

la vuelta al resplandor, a la clara evidencia,

el regreso al hogar de aquel que fue expulsado.

 

Soy de un mundo perdido en nebulosas,  

en caminos cerrados de vuelta a la inconsciencia,

un mundo de cadáveres, que igual que marionetas,

se desplazan movidos por unos pocos hilos,

y cantan y proclaman que están vivos,

ignorando el hedor que lanzan a su paso.

 

La vil inteligencia de mi especie

ha teñido de gris el rosicler del alba

e igual que aquel flautista de mi infantil recuerdo

extirpa la inocencia de la faz de la tierra.

 

Sin duda es que ha llegado el fin del mundo.

¿Por qué el ave ignorante prosigue con sus trinos?

 

 

 

LA VOZ DE TODO UN PUEBLO



Recorrí los caminos de mi tierra

hollando con mis pasos sin saberlo

tantas vidas hundidas en el barro.

Tanto dolor, humillaciones tantas,

tanta sangre vertida,

tanto silencio impuesto.

Y al oído los muertos me dijeron

que la aciaga victoria

fue mucho más amarga que las bombas,

más despiadada y cruel que la contienda.

Los llamaron rebeldes

aquellos que acallaban con las armas

la voz de todo un pueblo.

 

Intentaron ahogar el pensamiento

enterrándolo bajo la tierra yerma

sin saber que hay clamores que levantan al viento

mil voces que creyeron silenciadas.

Y los muertos gritaron al unísono

que hay que volver la vista a la memoria,

honrar a los caídos y olvidados,

masacrados con furia incomprensible

solo por defender la ley y la justicia,

que hay que escuchar después de tantos años

la voz de todo un pueblo.

 HACE YA MUCHO TIEMPO


Hace ya mucho tiempo me dijeron

que yo pertenecía al sexo débil.

Tenía que buscar un protector,

una mano segura que guiara mi vida

a través del peligro y, por supuesto,

que fuera un elemento

de esos que integran lo que han dado en llamar

el sexo fuerte.

 

Y pasaron las hojas de un montón de anuarios

y los vi silenciar lágrimas y sollozos.

Los vi despedazados por el miedo,

desconcertados por no entender nada,

fingiendo una entereza de la que carecían,

escondiendo temores y aprensiones

por no ser despreciados ni anulados

por aquellos que dictan actitudes y normas.

 

No llores, les decían desde niños.

El llanto, la emoción y la ternura eran sensiblería

y eso estaba prohibido si eras un hombre íntegro.

 

Aún no lo tengo claro:

quizás el patriarcado destrozó más al macho

que a la hembra.