EL
MIEDO
A los siete años ella tenía un
enemigo irreconciliable: el miedo. Jamás le había visto la cara, pero se sentía cercada por sus múltiples piernas, a punto de ser aplastada por sus pies
enormes. Tal vez la razón de esa óptica es que él era mucho más alto.
Sin embargo, aunque hubiese conseguido crecer tanto, el miedo era más joven.
Había nacido hacía tres años, al llegar su hermano al mundo, justo cuando a
ella se la expulsó de la habitación de sus padres para dormir en un cuarto
solitario donde, además del miedo, había hecho su aparición el insomnio. En el
invierno temía ser atacada desde el armario entreabierto y, cuando el calor
apretaba, el miedo jugaba a crear sombras amenazantes con los visillos de la ventana. Entonces ella cerraba los ojos y se ocultaba bajo las sábanas, pero era un débil
refugio para enemigo tan poderoso. Algunas veces le oía hablar, o más bien
gritar con muchas voces a la vez, lo que convertía su discurso en un galimatías
ininteligible.
Un día decidió plantarle cara.
En pleno mes de enero se lanzó al suelo descalza y abrió de par en par las
puertas del armario. ¡No había nadie! Volvió a la cama tiritando y pronunció
muy quedo para no despertar a la familia, pero con tono enérgico: ¡Miedo, no
existes! Y consiguió dormirse, nada más apoyar la cabeza en la almohada, y el
temible enemigo no volvió a molestarla.
Han pasado muchos años y ahora el monstruo
se esconde en la televisión, en los periódicos y en los discursos políticos que,
emitidos con distintas voces, resultan tan incomprensibles como los que el miedo
pronunciara entonces. Ella sabe ya que el peligro consiste en dar
credibilidad a lo que ve y escucha porque, si lo hace, volverá a esconderse
bajo las sábanas, cerrará los ojos y se paralizará, que es lo que siempre persigue el miedo. Por eso cada día se planta ante las amenazas de condenas inevitables y apocalípticas y grita fuerte para molestar a los que duermen: "¡Ya es tiempo de despertar!".
Y sigue abriendo puertas de armarios
entreabiertos. Y sigue denunciando las mentiras. Y sigue mirando a los ojos al miedo, aunque este la denuncie por escrache. Y, mientras las fuerzas se lo
permitan, va a seguir gritando.