GÉNESIS
Reinaba
la nada. Y la nada no era consciente de su nulidad. En un no-espacio sin tiempo
no transcurría, no sentía, no pensaba. La NEGACIÓN era sin ruido porque nunca hubo
sonido. No tenía ubicación porque no
había sitio. No tenía fin porque no
había principio.
Dentro de la nada surgió un singular
zumbido. Había estado siempre, pero de pronto tomó forma y empezó a dejarse
oír. Al principio como un susurro palpitante que hizo despertar a la nada de su
inacción. El susurro creció y lo llenó todo y la nulidad sintió una extraña
punzada. El susurro mecía el no-espacio, acunaba el silencio, avanzaba
implacable en la oscuridad. La nada se contrajo. Era algo parecido a una
presión en lo más profundo, a un torbellino que formara un vórtice. Apareció la
densidad y la nada sintió el peso de lo eterno y quiso saber quién era,
entender antes de desaparecer. Y lo comprendió al fundirse con el espacio que
de ella misma se formaba, mientras el susurro se convertía en un alarido
horrísono.
La MENTE se abrió paso a través del grito que la
anunciaba y lo calmó con su solo deseo. El silencio volvió, pero ya no era el
mismo, nunca más sería aquél porque el PENSAMIENTO palpitaba incesante y
producía una frecuencia armónica, un continuo latido de ideas.
Y la MENTE se exploró y se
preguntó y las respuestas se agolparon. Dialogó interminablemente e inquirió
los porqués. Y mientras se respondía, creaba imágenes, alternaba notas,
desgranaba sensaciones. Y cada idea contraía el espacio surgido de la NADA que
se fundía con la MENTE
pues todo era una misma cosa. Pero le faltaba experiencia.
Y la SINGULARIDAD pesaba
como un millón de soles y apenas ocupaba el vacío creado. Cuantas más ideas
surgían, más densa se hacía. Cada pregunta respondida añadía lastre y restaba
volumen. Hasta que la MENTE
se detuvo porque ya estaba todo pensado, todo imaginado, todo dicho, todo
compuesto, todo descifrado, todo escrito, todo descubierto, TODO.
Pero
le faltaba experiencia.
Y
aquel peso insoportable del PENSAMIENTO crecía y crecía y se contraía en sí
mismo exprimiendo los límites, derribando barreras, creando lo imposible.
Pero
le faltaba experiencia.
Y la IDEA empezó a lanzar un
brillo apenas entrevisto y siguió contrayéndose. Todos los pensamientos, las
melodías, los juegos, las imágenes, las sensaciones, los sentimientos, las
cuestiones, las respuestas, los silogismos, las razones, las creencias, lo
posible, lo imposible, el todo y la nada se fundieron en la IDEA porque eran lo mismo. Y
el brillo se hizo fulgor. El susurro se hizo estrépito. La densidad estalló en
sí misma porque no se podía contener sin experiencia.
Y
surgió la LUZ, el
SONIDO, el SER. Las palabras tradujeron las ideas, el resplandor explicó la
oscuridad, la existencia dio sentido a la NADA.
Y la MENTE empezó
a probarse, a multiplicarse en todas y cada una de las posibilidades. El
torbellino del PENSAMIENTO se hizo. Y en medio del deslumbrante resplandor, del
nacimiento del arco iris, del estallido del calor, surgió dándose formas, miles
y miles de formas. Y en cada una de ellas la MENTE palpitaba. Y se hizo grandiosa, minúscula,
visible, invisible, sabia, estúpida, perversa, buena, bella, deforme, armónica,
chirriante. Porque así lo había querido, porque eran los infinitos caminos de la IDEA.
El
tiempo empezó, el espacio creció en él y surgió el principio. Y la MENTE se experimentó a sí
misma en la explosión, en la luz, en el sonido. Los límites inacabables
sujetaron fluidos, desbordaron gases. La IDEA ocupó cada recóndito confín, se transformó,
se hizo palpable: fue. La
SINGULARIDAD nunca más volvió a estar sola porque estaba ya
consigo misma. Y experimentó la ignorancia en cada ser. El saber en cada
célula. Elaboró la angustia en cada hombre. Gozó con el placer de existir. Y
supo que el principio estaba implícito en el fin, que la respuesta estaba
contenida en la pregunta, que todo era un juego intelectual.
Jugaría
y jugaría sin agotar posibilidades, sin ignorar lo imposible. Porque la NADA había muerto y era el
reino de la IDEA.