EVA

Yo vengo de muy lejos,
quizá por eso mismo
no reconozco el mundo en que me muevo.
Me queda algún recuerdo
de un jardín voluptuoso
y de un Adán apático
que pasaba los días a la sombra de un árbol.
Las estrellas eran huecos abiertos
y filtraban la luz del dramaturgo esquivo,
que editaba la vida.

Pero el aburrimiento me cercaba.

Era fácil salir del orbe placentero
que me daba cabida.
Bastaba con comer una simple manzana
que contenía un incompleto software
con prohibición implícita y letal amenaza.
Adán daba saltitos entre arbustos y riscos
sin plantear problemas a nuestro propietario.

Un fastidioso hastío me enervaba.

Compartí la manzana con mi tedioso amigo
que la engulló encantado,
aunque rápidamente me echara a mí la culpa:
calificó su error de involuntario.
Recuerdo vagamente a otra actriz del reparto.
Disfrazada de sierpe, reptaba a nuestros pies,
desgranaba promesas con su voz sibilante.
Nunca me convenció,
siempre me pareció sobreactuada.

Y aquí estoy, compañeros,
huyendo de funciones con trágicos finales.
Hoy cultivo el monólogo,
aunque el autor anónimo que me escribe los textos
no se muestre a mis ojos ni vise los contratos.

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