ALICIA
La
verdad es que Alicia jamás había salido de las páginas del libro pero,
cuando su hermana la llamó, se le ocurrió dar una vuelta por la portada antes
de ir a tomar el té. Ahí se encontró con un tal Lewis Carrol, que en realidad
se llamaba Charles. Era un joven, con melena y pajarita, bastante amable que la
saludó como si la conociera de toda la vida.
-Soy el autor - se presentó él.
-No me gusta el capítulo de El mar de lágrimas - contestó
Alicia, torciendo el gesto -. ¿No puedes cambiarlo?
-Es que el libro no me pertenece ya. Está en la mente de
todos los lectores. Han hecho hasta películas con la historia. No serviría de
nada cambiarlo - hizo una pausa y preguntó muy sonriente -. ¿Qué es lo que no
te gusta?
-Eso de estirarme y estirarme. Y no ser capaz de
recordar las palabras ni los poemas es una lata. Me has hecho llorar mucho.
-Pero si tu llanto no hubiese creado el Mar de Lágrimas
no habría historia. ¿Preferirías eso?
Alicia lo pensó un momento. Bueno, en realidad el llanto
había quedado atrás y además se sentía mucho más fuerte después de tanto gimoteo. Tuvo
que dar la razón a Lewis. Dieron un paseo por la contraportada del libro, que tenía colores muy alegres, y se encontraron con el Conejo Blanco delante de una gran tarta de no cumpleaños. Pasaron un largo rato juntos, charlando y haciéndose confidencias, pero la hermana de
Alicia insistía e insistía en que volviera. "¡Menuda siesta te has
echado!", decía. Así que tuvieron que despedirse.
-Vuelve cuando quieras - dijo Lewis -. Yo siempre estoy
aquí.
Alicia le dio un beso antes de irse. Era una suerte haberlo encontrado.