PARTÍCULA Y ONDA




Me tienen boquiabierta
las posibilidades de la física cuántica
y me hacen meditar en el albur insólito
en el que estoy inmersa.

¿Soy partícula y onda?


Si soy un universo conformado
por millones de átomos tangibles,
soy tierra y agua y aire,
soy llanto y carcajada
y nacimiento y vida
y muerte irrevocable al mismo tiempo.

Pero si además soy onda o parpadeo,
fantasía o proyecto,
capricho o afición
del inmortal mirón que me contempla
entonces su ojeada me convierte
en un fulgor eterno.  

 BOGUI



        En mi casa siempre ha habido compañeros gatos, compañeros perros, loros, cacatúas, hasta una pareja de agapornis que tuvimos que regalar a una amiga porque hacían tanto ruido entre ellos, que no nos escuchábamos.

    Como todos los seres, los perros, gatos y demás animales no son iguales. Algunos pasan por tu vida sin dejar más que un recuerdo amable y otros, cuando se van por vejez o enfermedad, se llevan una parte de ti lo mismo que cualquier amigo o compañero humano. Uno de esos animales inolvidables fue Take, una gatita siamesa que estuvo con nosotros dieciséis años. Todavía recuerdo mis lágrimas mientras la dormía para siempre el veterinario  -estaba muy enferma- abandonada su cabecita entre mis manos. 

    Llegó a casa con apenas dos meses y en poco tiempo se convirtió en la amiga insustituible de mis hijos. En año y medio tuvo tres partos, más de veinte gatitos de todos los colores. Tuvimos que castrarla, claro. Se escapaba cuando regalábamos a la última cría y estaba cada vez más débil y desmejorada. En uno de los partos el primer cachorro se le quedó atascado en la vagina y nació muerto. El veterinario nos dijo que nos deshiciésemos de él, porque Take querría volverlo a la vida y no atendería al resto de la camada. Mi hija se negó. A sus diez años estaba convencida de que no estaba muerto, aunque el animal pareciera inerte. 

    Take siguió su proceso de parto, mientras mi niña acariciaba y daba calor al gatito en su regazo. Después de un buen rato, la cría maulló de pronto con gran alegría por parte de todos. Sobre todo por parte de mi hija, que se sentía orgullosa de haberlo vuelto a la vida. 

    El gato era negro, grande y precioso, con un pequeño mechón blanco en el cuello. Se lo llevaron unos amigos amantes incondicionales de los animales y lo llamaron Bogui. Le encantaba dormir en el alféizar de la ventana y se cayó dos veces a la calle desde un cuarto piso. La falta de oxígeno en el parto habría hecho mella en él o tenía un sueño muy profundo, no sé, pero el caso es que ninguna de las dos veces sufrió un rasguño. 

    Aquel gatito que nació muerto, vivió veintidós años gracias a mi hija. 

    Cada día estoy más convencida de que aquella niña era un hada.

DE "EL VÉRTIGO DEL TIEMPO" 

DÍAS DE PLAYA

Castillos con almenas que deshacen las olas
carreras, flotadores, neveras con refrescos,
pelotas que rebotan en los pies de los niños.
Y mientras los ahogados
juegan su porra alegre.
¿Ganará Iván?, preguntan,
o quizá gane Pedro.
Los ahogados son público de playa.
Nos miran, participan
ni siquiera se enfadan por la falta de aforo.

Todas las reacciones:
Inés García-Paniagua y Patricia Arce

Será un encuentro agradable. Entre amigos. Y habrá algún regalo.



 

 






SE ROMPEN LAS ESQUINAS DE MI ALMA

y dejan escapar ríos de negra hiel

al ver el espectáculo de la fiera inclemente

que devora a sus hijos como hiciera Saturno.

 

Esos niños famélicos son míos.

También lo son los que se engulle el agua

que arriban a la arena cual flores naufragadas

y revisten de luto a alguna extraviada gaviota.

 

Y es que hay gente que cierra las puertas a la vida,

como ocultan los gritos que reclaman justicia.

Labios sellados, oídos taponados,

ojos ciegos y secos al dolor de los otros.

Así nos quiere el siglo veintiuno. 

 

¿Qué mundo es este, que hasta la vergüenza

se ha vendado los ojos

para no soportar tanta indecencia?

Y sigo boquiabierta al ver la mansedumbre

del hombre que acarrea la roca como Sísifo

una vez y mil veces hasta el fin de la vida,

sin protestar, callado,

aceptando el castigo de haber nacido siervo.