NO QUIERO RECORDAR



No quiero recordar lo que no existe

ni el te quiero al oído en un estreno,

ni un beso inaugurando nuevas vidas

ni reconciliaciones u olvidos milenarios.

 

No quiero recordar que un día fuiste

y fui contigo espejo

 y dejé de ser yo por un momento,

yo, que jamás me adapto.

 

No quiero recordar muertes ajenas

y centrarme en la mía

que camina conmigo y nunca me abandona,

lo mismo que esa niña

atónita de verse en mi mirada.

 

No quiero recordar que el hombre es una fiera

y el dolor le acompaña en el camino

con los miles de víctimas

que obligan al decoro

a cegarse los ojos por vergüenza.

 

Quiero recordar solo que el siglo veintiuno

empezó con el crimen y el horror es continuo.

Odio, ambición e infamia marcan el calendario

con el negro azabache de las almas marchitas.

 


ESCRIBO 

Escribo rodeada de fotos de otros tiempos,

mamá, papá, Diana,

 y tú, mi compañero,  

recogiendo algún premio.

Y con los galardones ya olvidados,

revueltos con mil libros,

se destaca tu efigie de ser atormentado,

que plasmó con talento aquél que fue tu amigo,

con pinceladas sabias de grises y morados.

No sé si nos separa la distancia o el tiempo,

pero a mí no me gusta cuando callas

ni que estés como ausente

porque no soy Neruda y la ausencia es perenne.

Y porque hay cerraduras que atascan oxidadas

puertas que no se abren.

Cerradas para siempre.


 

 




MOMENTOS

No puedo recordar

dónde quedó la pena acurrucada,

dónde cayó la lágrima inicial

que originó un océano de luto.

Tampoco soy capaz de descubrir

el lugar que ocuparon tus caricias,

qué punto de mi cuerpo inauguró el deleite

al roce de tus manos.

Perfumes infantiles,

risas disimuladas de la abuela,

sorpresas, aprensiones, abrazos imprevistos,

revoloteos de papeles deshechos,

la canción de Paul Anka proyectando su nombre,

tan temprano.

Algún beso robado,

un torrente de lágrimas, empapando la almohada,

la soledad, el miedo,

pero también la dicha inexplicable.

La vida, en fin, resuelta en santiamenes

que caben en un puño, en un suspiro apenas.

La vida tan esquiva.

Quimérica y ficticia como el sueño.


 



LA AUSENCIA









Hoy me inunda hasta el alma

el sabor de la ausencia

en medio de un hogar deshabitado.

Un sabor algo insípido

de obsesivos silencios,

que el ruido de la lluvia

no consigue romper

ni tampoco los ecos

de voces que no existen.

Y en el centro de todo

su imagen anunciando

esa vuelta imposible de la nada.

 






NO LO ENTIENDO



¡No lo entiendo!, grito

y mi queja horada la entraña del mundo.

De ese mundo deshecho por el mal y la ruina,

donde matan los que siempre mataron,

incluso por menos de treinta monedas.



No lo entiendo, pero intuyo en la niebla

las palabras que nadie pronuncia,

sellados los labios por miedos arcanos.

Y atraviesa el silencio los trinos de un ave

que guarda el secreto que a mí se escapa.



Yo prosigo a través de lo oscuro,

agotada, famélica, a tientas,

intuyendo sublimes razones

y sintiendo el vértigo de no saber nada.