FEDERICO


 

Quiero creer que no te abandonaron

en un camino yermo,

que un esponjoso musgo

se mezcló con tus dedos inertes,

y un árbol de raíces poderosas

renació de tus restos, Federico.

 

Quiero creer que sus hojas dan sombra

a los enamorados que comparten

secretos y caricias.

Que la noche protege tu marcha milenaria

y que ahora resuenan tus poemas

desgranados en castillos de arena

en medio de la playa.

 

Quiero creer que el cielo te protege

de la infamia,

que tus ojos mudados en dorados fanales

buscan la paz de un mundo

que hoy navega otra vez, recalcitrante,

por el fango brutal de la barbarie.


 

 


NO QUIERO RECORDAR 

No quiero recordar lo que no existe

ni el tequiero entre cajas al oído,

ni un beso inaugurando nuevas vidas

ni disputas o reconciliaciones milenarias.

 

No quiero recordar que el hombre es una fiera

y el dolor le acompaña en el camino

con los miles de víctimas

que obligan al decoro

a cegarse los ojos por vergüenza.

 

No quiero recordar que el siglo veintiuno

empezó atropellando a seres inocentes.

Odio, ambición e infamia marcan el calendario

con el negro azabache de las almas marchitas.

Y la ausencia de tantos

 es el grave extravío de uno mismo.

 

No quiero recordar muertes ajenas

y centrarme en la mía

que camina conmigo y nunca me abandona,

lo mismo que esa niña

atónita de verse en mi mirada.

 

Hoy quiero recordar que un día fuiste

y fui contigo espejo.

 Descanso de ser yo por un momento,

yo, que jamás me adapto,

para poder mirarme a través del recuerdo.

 


ESCRIBO 

Escribo rodeada de fotos de otros tiempos,

mamá, papá, Diana,

 y tú, mi compañero,  

recogiendo algún premio.

Y con los galardones ya olvidados,

revueltos con mil libros,

se destaca tu efigie de ser atormentado,

que plasmó con talento aquél que fue tu amigo,

con pinceladas sabias de grises y morados.

No sé si nos separa la distancia o el tiempo,

pero a mí no me gusta cuando callas

ni que estés como ausente

porque no soy Neruda y la ausencia es perenne.

Y porque hay cerraduras que atascan oxidadas

puertas que no se abren.

Cerradas para siempre.


 

 




MOMENTOS

No puedo recordar

dónde quedó la pena acurrucada,

dónde cayó la lágrima inicial

que originó un océano de luto.

Tampoco soy capaz de descubrir

el lugar que ocuparon tus caricias,

qué punto de mi cuerpo inauguró el deleite

al roce de tus manos.

Perfumes infantiles,

risas disimuladas de la abuela,

sorpresas, aprensiones, abrazos imprevistos,

revoloteos de papeles deshechos,

la canción de Paul Anka proyectando su nombre,

tan temprano.

Algún beso robado,

un torrente de lágrimas, empapando la almohada,

la soledad, el miedo,

pero también la dicha inexplicable.

La vida, en fin, resuelta en santiamenes

que caben en un puño, en un suspiro apenas.

La vida tan esquiva.

Quimérica y ficticia como el sueño.


 



LA AUSENCIA









Hoy me inunda hasta el alma

el sabor de la ausencia

en medio de un hogar deshabitado.

Un sabor algo insípido

de obsesivos silencios,

que el ruido de la lluvia

no consigue romper

ni tampoco los ecos

de voces que no existen.

Y en el centro de todo

su imagen anunciando

esa vuelta imposible de la nada.