El lugar de las cosas invisibles es el baúl donde guardamos lo ininteligible, lo recóndito: Sentimientos, deseos, dudas, momentos que pudieron ser y no fueron, instantes que no se ajustan a la lógica cotidiana. Aquello que solo puedes ver con los ojos del corazón.
EL SECRETO
y se arranca uno a uno los ropajes
que cubren su misterio.
HOY HE TENIDO UN SUEÑO
HOY HE TENIDO UN SUEÑO
Los sueños
se confunden
y borran
con su luz
las sombras
de la noche.
Tal vez
cuando despierte
no sabré
distinguir los rostros inventados
de los que
me acompañan en la repetición
del día a
día,
pues no hay
certificado
ni prueba
concluyente que acredite
donde está
la verdad que nos acoge.
Hoy he
tenido un sueño
igual que Luther King.
Un sueño como el suyo.
¿Desaparecerá
al abrir los ojos?
A él se le
fue al cerrarlos.
Hoy he estado
soñando
con puentes
como alas
que cruzan
los espacios,
que comunican
mundos,
que
transportan en hombros
a aquellos
que perdimos.
Hoy he
tenido un sueño
que despeja
caminos sin salida
y en
perenne estallido
ilumina
conciencias.
Creo que
ese es mi mundo realmente.
Y no el
yermo y marchito
que me
cerca en vigilia.
Dejadme, no
hagáis ruido.
Que nadie me despierte.
Ha salido en tu busca la caricia
y le has dado la espalda.
A tientas ha pulsado
la aldaba de tu puerta
y no has querido abrirla
por miedo a que consiga
salvar el foso de los cocodrilos,
que vigilan hambrientos
el arribo de presas confiadas.
Has hecho oídos sordos
a palabras amables
y has levantado muros algodonosos,
que insonorizan lisonjas y tequieros,
esas proposiciones que derriban mayúsculas
y que obligan a dar alguna cosa a cambio.
Has cegado tus ojos con el antifaz negro
del rencor y del miedo
y sólo puedes ver el plúmbeo pretérito
envuelto en las tinieblas
de ofensas y desprecios del pasado.
Pero el mal nunca dura cien años.
Llegan los emisarios de la primavera.
El astro sol derrite los neveros
y el agua salta y escurre por taludes umbríos
haciendo germinar el desierto del alma.
LOS SEPULCROS SE ABRIERON
Hay
cunetas ahítas de memoria
en
caminos que llevan al olvido.
Y hay
voces que susurran en los árboles
homicidios,
torturas, improperios.
Se
ofrecen en manojos de flores arrancadas
de la
vida, aquellas que no están,
que en
desbandada huyeron cual pájaros de hielo.
Secuestrada
en la infancia,
creíste
de verdad lo que contaban,
revueltas
en tus labios las preguntas
que
cayeron en sacos de mutismo.
Mas
los días volaron, hojas secas de otoño,
hasta
el fondo del alma adolescente.
Y
entonces, cara a cara, te miró la mentira,
y
atronaron los gritos, los lamentos,
los
sepulcros se abrieron en cadena
y en
todos palpitó una realidad resucitada.
SE ROMPEN LAS ESQUINAS DE MI ALMA
y dejan escapar ríos de negra hiel
al ver el espectáculo de la fiera inclemente
que devora a sus hijos como hiciera
Saturno.
Esos niños famélicos son míos.
También lo son los que se engulle el agua
que arriban a la arena cual flores
naufragadas
y revisten de luto a alguna extraviada
gaviota.
Y es que hay gente que cierra las puertas a
la vida,
como ocultan los gritos que reclaman
justicia.
Labios sellados, oídos taponados,
ojos ciegos y secos al dolor de los otros.
Así nos quiere el monstruo que aniquila.
¿Qué mundo es este, que
hasta la vergüenza
se ha vendado los ojos
para no soportar tanta
indecencia?
Y sigo boquiabierta al
ver la mansedumbre
del hombre que acarrea
la roca como Sísifo
una vez y mil veces
hasta el fin de la vida,
sin protestar, callado,
aceptando el castigo de
haber nacido siervo.
La memoria configura nuestra identidad y en El Vértigo del Tiempo hay dolor y dicha, sorpresa y llanto, denuncia y gratitud: ese viaje que da forma a nuestra vida. Con prólogo de Carlos Bardem.
LA MAGA Y
YO
a su mejor invento?
Un invento real, más cabal y objetivo
que yo misma.
La mayor diferencia entre ella y yo
es que la Maga pervive para siempre
en el fondo de un libro
y yo me fundiré, hundida en el silencio,
en la tumba del tiempo.
Desoigo los mensajes de mi mente
en la penumbra gris de la caverna,
donde se me confunden recados y preguntas
como el revoloteo de mil pájaros
que perdieron el rumbo del regreso a su nido.
¿Cómo encontrar la luz
que se me escapa esquiva?
¿Cómo encontrar refugio en negro sobre blanco?
Ojalá fuese Maga de Cortázar
y respirase siempre en las hojas de un libro.
NO ME ACUERDO
No me acuerdo porque los rostros se
borran como pisadas en la arena de la playa y las mentiras las arrastra el
viento como orgasmos fingidos.
No me acuerdo, pero mis labios me queman y su rostro se dibuja en el embozo.
No me acuerdo, pero mis entrañas se dividen en un alarido sin epidural.
No
me acuerdo, pero hemos desaparecido de nuevo tú y yo al sobrevolar el Triángulo
de las Bermudas.
No
me acuerdo, así que deja de mostrarme ese antiguo contrato porque tampoco me
acuerdo de las palabras.
No
me acuerdo de los besos en la fila de los mancos no viendo a Clark Gable en
"Lo que el viento se llevó".
Se
han llenado de olvidos mis armarios.
Tengo
que hacer limpieza y poner bolsitas de naftalina porque la polilla está
hambrienta de recuerdos.
A VECES
A veces se me
cuela en el cerebro
como una sabandija
que repta por
debajo de la puerta,
la sospecha
inquietante
de que es
quimérico todo lo vivido.
Que no hay otro
momento real e inabarcable
que el presente
sin tiempo,
en donde mi
persona es menos que la nada,
apenas un
compendio de recuerdos filtrados
por alguien que me
sueña distraído y apático.
Y enumero
segundos, nombres, risas y lágrimas,
plantada ante el
abismo del mar interminable
de las
inexistencias.
Siempre invento
razones, algún rostro y mil traumas,
y tiemblo por el
miedo de volver a encontrarme
escondida en la
broza de un camino
carente de
sentido.
Mas al fondo del
alma hay alguien que palpita,
hay alguien que me
mira y que rubrica
que mi realidad es
el deseo,
que mi única verdad es la esperanza.
EL TRONCO DEL BRASIL
Mi abuela materna llevaba tres meses en silencio,
fijos los ojos en el techo de la habitación, ausente de lo que la rodeaba y de
sí misma. El día en el que decidió abandonar aquel cuerpo provecto y cansado
floreció mi viejo tronco del Brasil. En lo alto de sus hojas nació un hermoso
ramo de flores blancas, que durante muchos días esparció su perfume por la
casa, desde el atardecer hasta la salida del sol, como si se hubiesen vertido
litros de alguna esencia penetrante. La planta llevaba en casa más de veinte años
y jamás había hecho semejante alarde, pero lo cierto - ahora lo tengo claro -
es que era capaz de percibir algunas muertes.
Durante más de tres lustros el tronco volvió a
comportarse como una discreta planta de interior. Yo lo regaba, le quitaba las
hojas secas, le abonaba en primavera y hasta le cambiaba de tiesto y regalaba
sus vástagos a los amigos, ya que se había convertido en un formidable árbol.
Pero lo que no advertí es que encima de sus últimas hojas había aparecido de
nuevo una vara de la que nacían unas pequeñas bolas. Mi anciana suegra llevaba
meses refugiada en sí misma, sin comunicación alguna con los que la rodeaban. Y
un día se fue, sencilla y silenciosamente como había vivido. Y entonces, la
vara surgida del tronco del Brasil se abrió de nuevo. Esta vez sus flores eran
más pequeñas y menos fragantes, pero allí estaban conmemorando con toda
solemnidad la muerte de un ser querido.
Aquel nuevo esfuerzo tuvo sus consecuencias en el árbol. Uno de sus tallos se secó, perdió hojas y él y yo luchamos juntos para que no pereciera. Por fortuna a los pocos meses recuperó su fuerza y primitivo verdor como si nada hubiera sucedido. Y de nuevo cayeron páginas del calendario, sumándose seis años más al reloj de la vida, hasta que mi padre, enfermo de Alzheimer desde hacía muchos años, decidió por fin abandonar un mundo en el que todo le era ajeno: ni siquiera era capaz de reconocer su propia imagen en el espejo. Mi viejo tronco acudió de nuevo a esta cita. Volvió a regalarme un hermoso ramo de flores blancas y perfumadas, que se abrieron el mismo día en que mi progenitor cerró los ojos.
Durante
este tiempo me han abandonado otros seres queridos por edad, o por esa cita con
la muerte a la que todos acudimos puntualmente. Mi querida planta sólo ha
florecido cuando el que abandonaba este mundo llevaba ya un tiempo al otro lado
del espejo. Quizá es el mensaje de que pertenecemos a todo lo que existe y una
pequeña parte de la Mente Universal se encierra en nuestro cerebro.
EL ÁNGEL DE LA VIDA
Tuve miedo en la infancia.
Mucho miedo.
Incomprensibles lenguas gritaban,
se insultaban, envenenaban el ritmo de la noche.
Las ropas se agitaban en las perchas,
cuervos amenazantes, y
el silencio ansiado aleteaba lejos,
remotamente, tránsfuga de mi alcance.
Ni siquiera el embozo me volvía invisible.
No fue nunca un escudo
contra el odio ni adarga contra un monstruo
y, apretando los párpados y doblando las piernas,
retornaba hacia el útero materno.
Y de pronto, allí dentro, en el fondo del cosmos,
surgió lo inesperado, lo imposible:
la sonrisa tranquila y luminosa
del ángel de la vida.
Yo le seguí despacio a las estrellas,
él me cerró los
párpados,
y el miedo recogió sus amenazas,
de vuelta a los armarios.
NUEVO AÑO
Aquí estoy aguardando que retorne
la musa a visitarme.
Esquiva como nunca se oculta entre los
pliegues
de un terciopelo negro sin luna que lo
alumbre.
Rabilargos, torcaces y petirrojos varios
juegan al pilla pilla y van de árbol en
árbol.
Recitan el poema de la vida que fluye.
Se burlan de mi espera,
colgando de sus picos un almíbar de risas
y notas de esperanza al batir de sus alas.
El horizonte, que huye como siempre acostumbra,
anuncia el nuevo año,
más de trescientos días reservados, ocultos.
De momento es novato, sonriente,
aprendiz de destrezas y sorpresas sin
cuento.
No espero sus caricias,
tampoco quiero premios ni distinción
alguna.
Me conformo con transitar sus días
Sin agrios sobresaltos.
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