EL ÁNGEL DE LA VIDA

Tuve miedo en la infancia.

Mucho miedo.

Incomprensibles lenguas gritaban,

se insultaban, envenenaban el ritmo de la noche.

Las ropas se agitaban en las perchas,

cuervos amenazantes, y

el silencio ansiado aleteaba lejos,

remotamente, tránsfuga de mi alcance.

Ni siquiera el embozo me volvía invisible.

No fue nunca un escudo

contra el odio ni adarga contra un monstruo

y, apretando los párpados y doblando las piernas,

retornaba hacia el útero materno.

 

Y de pronto, allí dentro, en el fondo del cosmos,

surgió lo inesperado, lo imposible:

la sonrisa tranquila y luminosa

del ángel de la vida.

Yo le seguí despacio a las estrellas,

 él me cerró los párpados,

y el miedo recogió sus amenazas,

de vuelta a los armarios.

 

 

 

 

 

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