¿Esos personajes que salen tanto en los medios habrán leído esto?

"He visto fracasar varios intentos
de conquistar y manipular el mundo.
El mundo pertenece al espíritu,
por lo tanto, no debe ser manipulado.
Quien lo manipula, lo corrompe,
quien pretende conservarlo, lo pierde.
Las cosas, ora preceden, ora siguen. 
Algunas son como un soplo cálido,
otras, como un viento frío.
Las cosas, ora son fuertes, ora débiles,
ora flotan, ora se hunden.
Por eso, el Sabio evita
todo exceso de cantidad,
todo exceso de medida
y todo exceso de forma".

TAO TE KING



EL TAO

Fui en busca de la Muerte y apareció la Vida.
No me encontré con cráneos ni guadañas
con que nos asustaron desde épocas remotas.
Solo hallé verdes prados y tranquilos arroyos
cual cantaba David en uno de sus salmos.
Tampoco había infierno, ni purgatorio o cielo.
Nadie tocaba cítaras ni tañía arpa alguna,
pero al viento elevaba el silencio sus notas
y el rostro me rozaron las alas de algún ángel.
Entonces a mi oído llegó un dulce susurro:
¿Por qué vas tras la muerte
si no hay fin ni principio,
si todo lo que existe es tan solo el camino
que conduce a la Vida?





PERMANENCIA

En un rincón del alma
o del espacio-tiempo, quién lo sabe,
quedan aquellos besos escondidos.
El sabor de sus labios en los tuyos,
prometiendo delicias
que nunca se cumplieron.
Allí siguen sus ojos,
empañados de lágrimas
en vuestra despedida.
Imaginarias lágrimas, quizá, 
que fueron arrastradas
por la corriente rápida del río de la vida.
Y el aleteo dulce de su voz,
camuflado en el lecho de tus células,
sigue aún cautivándote,
mintiendo,
grabados para siempre
sus ecos en las ondas.






AMOR


No has muerto, no. 
Renaces,
con las rosas, en cada primavera.
Como la vida, tienes
tus hojas secas;
tienes tu nieve, como
 la vida...
Más tu tierra, 
amor, está sembrada
de profundas promesas,
que han de cumplirse aun en el mismo
olvido.
¡En vano es que no quieras!
La brisa dulce, torna, un día al alma;
una noche de estrellas,
bajas, amor, a los sentidos,
casto como la vez primera.
¡Pues eres puro, eres
eterno! A tu presencia,
vuelven por el azul, en blanco bando, 
tiernas palomas que creímos muertas...
Abres la sola flor con nuevas hojas...
Doras la inmortal luz con lenguas nuevas...
¡Eres eterno, amor,
como la primavera!


Juan Ramón Jiménez 




EL REY MIDAS


          El Rey Midas reinaba en el país de Frigia. Tenía todo lo que se podía desear. Hermosos jardines rodeaban el espléndido castillo que compartía con su hija Zoe y con un sin fin de leales servidores, atentos al menor de sus deseos. Su mayor placer era contar monedas de oro. Se encerraba en la cámara donde guardaba su tesoro, ajeno al mundo que lo rodeaba, y a veces lanzaba sus monedas al aire, viéndolas caer con una sonrisa bobalicona. 
          Un día, Dionysos, dios del vino y del éxtasis, pasó por el reino de Frigia y fue recibido por Midas. Nuestro rey había atendido a Sileno, el preceptor del dios, y Dyonisos agradecido le prometió que le concedería cualquier deseo. Midas no tuvo que pensarlo demasiado. "Que todo lo que toque, se convierta en oro", dijo con la misma expresión atontada con la que contaba su dinero. "¿Seguro que ese es tu mayor deseo?", preguntó el dios extrañado. "¡Sí, sí, sí, ese, ese!", contestó el soberano con la baba escurriendo por su barbilla. "Está bien, sea", dijo Dyonisos, que se volvió al Olympo reflexionando sobre los seres humanos, a los que empezaba a considerar la más estúpida de las especies. 
           En cuanto Midas se quedó solo, quiso comprobar si era cierto que su deseo se había cumplido. Pidió la merienda y le sirvieron una enorme cesta de frutas, té, café y pastelillos variados, pero en cuanto se llevó uno a la boca este se convirtió en oro y a punto estuvo de romperse un diente. Un poco mosqueado, paseó por los jardines y ni siquiera pudo aspirar el aroma de las rosas, porque solo con rozarlas se convertían en el rico metal, lo mismo que un chambelán al que tocó sin querer y se transformó en una soberbia estatua dorada, a la que no había forma de dar orden alguna.
           Pero la cosa no paró ahí. Su hija Zoe, un tanto asombrada al verse rodeada por seres y objetos de oro, se acercó a su padre y, al besarle, también ella quedó convertida en una áurea figura.
             Midas languidecía, cada vez más delgado porque no podía ingerir ningún alimento, y cuenta la leyenda que Dyonisos volvió para ayudarle. Gracias a una pócima, destruyó el hechizo y le hizo pobre como a las ratas, con lo que el rey fue feliz todos los años que le restaban de vida. 
              Este último arreglillo de la historia me ha llenado de dudas porque el otro día creí ver al rey Midas en televisión. Es más, me parece que se ha multiplicado. En los informativos dieron imágenes de una reunión de los dirigentes del G-8, es decir, los representantes de los países más ricos del mundo. Tuve la sensación de que se habían mimetizado, pues todos tenían el rostro del rey Midas. Y no parecían contentos. Supongo que están angustiados porque no encuentran la manera de conectar con Dyonisos. Después de arañar con verdadero entusiasmo los bolsillos de los desgraciados súbditos del mundo, es la única solución que les queda para aumentar el oro de sus arcas.