LA PRIMAVERA
Ha
estallado la primavera. Como una dulce venganza contra recortes, amenazas miserables y presagios apocalípticos,
ha desplegado en los campos alfombras multicolores y ha reventado de flores los
cerezos. Hay un silencio casi sagrado, únicamente roto por los trinos de los pájaros,
que no entienden de solemnidades y que celebran la luz y la huida del frío. Quizá
son las plantas y las aves las que han encontrado la verdad, las que viven el
"relámpago de la revelación", como llama Herman Hess a la experiencia
mística. Ese no razonar, no juzgar, no calcular, solo experimentar, es lo más
parecido al éxtasis.
En esta soledad no hay pasado ni futuro, sino presente. El tiempo, esa losa pesada que nos separa de la realidad, se ha refugiado en
otro universo, en un mundo creado por el pensamiento, por los miedos, por la
nostalgia y la espera. Un mundo que ha creado el bien y el mal, la codicia y la
generosidad, dioses y diablos, la vida y la muerte. Todos esos opuestos que
maniatan al hombre en un estrecho cubículo. Un mundo fantasmal, sin duda,
habitado por espectros y totalmente prescindible. Y aunque ese mundo viva en mi interior, esta mañana de primavera quiero darle la espalda.
Huele a salvia,
a romero, a tomillo. Inspiro, expiro. Lentamente.
Y mis pupilas se tiñen de mil colores. Y me doy cuenta de que también yo soy prescindible. Y dejo atrás mi nombre, mi ADN, mi anécdota.
Y en el púrpura de una humilde amapola, soy eterna.