CONSIGNAS



Me dijeron que no creyera en sueños,
que sólo confiara en mis cinco sentidos.
Lo invisible no existe,
la intuición no conduce a ningún sitio,
el amor es una reacción química,
nacemos y morimos, no busques otra cosa.

Y simultáneamente,
contradiciendo la lógica innegable,
me hablaron de deidades vengativas,
de infiernos perdurables,
de culpas y pecados.
Oh, sí, me hablaron mucho del pecado,
y un poco de propinas celestiales.

Y ateos y creyentes se parecían mucho.
En la ciencia o la fe reposaban verdades axiómaticas.
Emplea la razón, decían unos.
No cuestiones los dogmas, amenazaban otros.
Pero todos se buscaban un sitio
en sociedades ciegas y sin alma.

Llegados a este punto, escapo de los credos,
de doctrinas científicas
y hallazgos teológicos que cambian
según las latitudes,
el momento,  
y algún prócer de turno, incontestable.

Dejemos que los sueños nos invadan,
sigamos intuiciones y barruntos,
amemos sin medida, enloquecidamente,
y dudemos de lo que está a la vista,
de proclamas de clérigos y sabios
pues sospecho que es esto lo que engaña.



GRITÉ TU NOMBRE



Grité tu nombre
 y me contestó el aire.
No te entiendo, me dijo.

Grité tu nombre
 y una estrella me susurró al oído:
No conozco a quien llamas.

Grité tu nombre
 y el agua me empapó sin responderme.

Grité tu nombre
 y la noche amaneció de pronto por no oírme.

Ya no grito. He callado.
Ya dejé de buscarte.






VEINTIÚN GRAMOS

De algunas noches huyen las estrellas
y la luna se larga a otro hemisferio.
El tiempo paraliza sus agujas
y se evaporan los 21 gramos
que es lo que pesa el alma,
o al menos eso dicen.

Te vacías de pronto y ya no existes,
y ni la Muerte puede dar contigo.
Ahora eres simplemente la memoria,
una huella en la arena,
un grito en las entrañas de la tierra,
una palabra muda. Una palabra
que ya nadie pronuncia
porque en la evanescencia
se colapsa también cualquier sonido.

21 gramos. Algo tan liviano
que implosiona y se pierde
en medio de un suspiro.
21 gramos sólo. Una minucia.
Una carga trivial del cosmos infinito.



...que nada es más durable que lo efímero
ni hay más verdad que lo que nunca ha sido.
Angelina Gatell.





RECUERDOS

Rechinan las ventanas en sus goznes
al peso del recuerdo.
La ciudad asustada por el sol inclemente
se refugia en los sótanos
y ahí al fin te encuentro.

Te encuentro amordazado como entonces,
autista, extraviadas tus pupilas
por normas y sensatas cobardías,
represiones y traumas de la infancia,
y quizá soledades compartidas.

La soledad nos cerca, se agiganta
como el hombre del saco de los niños,
espera en los recodos, se aferra a las cortinas,
grita mil amenazas en los cuartos vacíos.

La pasión va de vuelta.
Cansada, trasojada se despide.
Y ya que hemos llegado hasta este punto,
inventemos recuerdos.
Mitifiquemos lo que nunca ha existido. 
FRAGMENTO DE LA CONJURA DE LOS SABIOS


Era un enorme y potente dragón, guardián infatigable del tesoro. Allá abajo, en la húmeda gruta que habitaba todo era oscuridad, pero el fuego que surgía de vez en cuando de sus terribles fauces iluminaba cada pasadizo, permitía adivinar cada accidente del suelo. ¿Cuánto tiempo llevaba allí? Aunque en realidad la pregunta era absurda porque en aquella cueva no había posibilidad de relación con ser alguno, ni forma de medir los días y las noches. Y en lo más profundo de su conciencia, él sabía que era una criatura mítica. Una criatura única y eterna entre todo lo creado.

Avanzó lenta y orgullosamente por el largo túnel. Era invencible, nunca había conocido enemigos. Sus poderosas pezuñas hacían retemblar las profundidades y sus ecos se multiplicaban a través de las intrincadas galerías.

A medida que se acercaba a la gran cámara le llegaba su resplandor. Las paredes se irisaban de múltiples colores y se percibía el calor, la vida, la tremenda energía de lo que se encerraba en la bóveda.

Penetró en la sala, contempló el tesoro y una sensación nueva lo invadió: Un cosquilleo interno, un relámpago que transmutaba su negra sangre en luz. Sus duras escamas fueron cayendo una por una y se disolvieron como el humo. Y la terrible fiera se transformó en un ser transparente e ingrávido.

Allí, sobre la piedra sagrada, centelleaba el vellocino de oro.