MADRID NO ERA UNA FIESTA
sino que mi pasado no se acuerde de mí.
(Luís García Montero)
Madrid no era una fiesta, era herida
sangrante
que el paso de los años no había
cicatrizado.
Las casas conservaban las huellas de las bombas
y espectros caminaban de la casa al
trabajo,
del trabajo a la casa,
en un silencio desesperanzado.
Madrid no era una fiesta y aún se
lamentaban
las luchas desiguales entre hermanos.
Se evocaban las horas congeladas,
hambrientas,
y el temor a la muerte rondando los
portales.
Madrid no era una fiesta, era herida
sangrante,
no era ciudad de triunfos, ni de risa o
limosnas.
Madrid era un lugar de injusticias y hambre,
de pérdidas, mutismo, de miedo y amenazas.
Era triste el camino que llevaba al
colegio,
eran días oscuros como boca de lobo,
era el frío agarrado a unos pasos pequeños,
pero nada importaba
pues lucía la niña entre sus manos
la hucha más hermosa del colegio.
Pedía la pequeña alegre por el Domund,
exhibiendo la testa de un indio con
penacho.
Reclamaba monedas para pobres infieles,
para seres salvajes sin dios, patria o
decoro.
No podía entender qué es ser súbdito o
amo,
pues no había lección que explicara esos
términos,
ni nadie le contaba que los buitres no
habían abandonado
las tapias desoladas de nuestros
cementerios,
ni que la guerra seguía soterrada en los
cimientos mismos
del común inconsciente que llaman
colectivo.
Madrid no era una fiesta, pero la niña a todos dirigía
su musical salmodia:
es para las misiones, señor, señora, aguarde,
¿no quiere usted ayudar a los infieles?
Y uno de los espectros, convertido en
esclavo,
se cruzó con la niña,
primoroso uniforme,
zapatos relucientes e ilusión en el rostro,
y devolvió el fantasma los golpes
recibidos
contra el indio de barro,
símbolo de sotanas y atropellos.
Madrid no era una fiesta y sobre el
encintado
quedó el llanto infantil, unas pocas monedas
y la hucha destrozada de un indio con las plumas
de colores.
Un compendio perfecto de la historia de España.
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