PRÓLOGO
Me está pasando algo muy
extraño. Normalmente si alguien te pide ayuda, te explica qué es lo que
necesita y tú accedes a ello siempre que esté dentro de tus posibilidades. Lo
que no es muy frecuente es que la gente acuda a ti y no te aclare qué es lo que
quiere. Hablo de dos jóvenes. Él es alto, moreno, atractivo, con unos ojos
oscuros y soñadores. La primera vez que lo vi me dijo que nos conocimos hace
años, que he envejecido pero que le gusto
más ahora. Le agradecí el cumplido, que el espejo en su mezquindad no
quiere regalarme, y le escuché. Tiene una voz cálida, adornada por un ligero
acento catalán, ya que ha nacido en Girona y ha vivido allí desde los cinco
años. Se llama Nadhir Dahmani y ha cumplido los treinta. Ha estudiado la
carrera de medicina, está especializado en Cirugía y fue el número uno de su
promoción. Ahora mismo está en Gaza, atendiendo con una ONG la terrible crisis
humanitaria que han ocasionado los bombardeos del gobierno de Israel sobre los
palestinos. Pero se irá pronto. Según me dijo, nunca se queda mucho tiempo en
el mismo sitio. Hace un par de meses estaba en Betou, al norte del Congo.
Formaba parte de Médicos sin Fronteras.
-Necesito tu ayuda. Ya sabes que
tengo un problema - afirmó muy serio.
No, no sabía a qué problema se
refería, pero preferí no hacer preguntas. Parecía tan seguro de que nos
conocíamos que confié en que él mismo aclararía mis dudas en alguno de sus
encuentros. Por ejemplo me he enterado de que su madre sigue viviendo en
Girona.
¿Sigue viviendo?
Se llama Fátima. Es una auténtica locura, pero hay
detalles que me resultan familiares. Forman parte de una historia que escribí
hace más de veinte años. Claro que en esa novela anticipé la terrible crisis
que está viviendo ahora la humanidad y sigo sin saber cómo lo hice.
Nadhir suele esperarme en la puerta de casa o en el
supermercado cuando voy a comprar. Hoy lo he visto por última vez.
-Empiezo a pensar que estoy enloqueciendo - le he dicho
algo irritada -. Es imposible que, como tú aseguras, estés en Gaza y aquí
hablando conmigo.
Él no ha contestado. Sonreía. No he tenido más remedio
que preguntarle en qué podía ayudarle y me ha respondido sin abandonar la
sonrisa:
-Tienes que contar mi historia.
-¿Tu historia? No la conozco.
-Pero eres escritora. Y los escritores cuentan historias.
A continuación se ha despedido. Ha pasado una semana y no
he vuelto a verlo.
He dicho que son dos jóvenes. La
otra es una chica. Tiene como Nadhir treinta años y se llama Norah Adams. A
ella no la he visto nunca, pero me ha llamado al móvil varias veces. Ha nacido
en Fort de France, en la isla Martinica, pero lleva viajando más de cuatro
años. Es fotógrafa, tiene varios premios internacionales y colabora en
periódicos y revistas. Se mueve siempre por zonas en conflicto. Ahora hace un
reportaje en Ucrania. No dice como Nadhir que me conoce pero, según ella, soy
la única persona que puede ayudarla. Y asegura que tiene un problema. Esta
mañana me ha despertado temprano. Se ha disculpado por la hora y me ha soltado
sin más preámbulos que tengo que contar su historia.
-¿Conoces a Nadhir Dahmani? – le
pregunto.
-¿Tendría que conocerlo?
-Él también quiere que cuente su
historia.
Se ha hecho el silencio al otro lado
del hilo. Debía de estar pensando una respuesta. ¿He oído un suspiro? Después
su voz sonaba distinta. ¿Temerosa?
-Somos nueve los que necesitamos que
escribas nuestra historia.
-¿Nueve? Pero, ¿qué dices?
Me ha interrumpido. Tiene una cita, se le ha hecho tarde,
no puede seguir hablando. Yo he protestado. No entendía nada.
Ha sido inútil. Ya había colgado.
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