NO LOS OLVIDAMOS
NUESTRO TREN
Seguramente me he
quedado dormida. Siempre me pasa en el tren cuando voy a trabajar. Me levanto
tan pronto… A veces, al llegar a mi parada, me despierta ese chico tan mono que
se sienta frente a mí y que me sonríe de vez en cuando. Creo que le gusto. La
verdad es que parece querer hablarme. Algunos días me dice “hola”, a lo que yo
contesto con un movimiento de cabeza porque me da vergüenza mi acento, que se
dé cuenta de que no soy de aquí. Además, ¿qué podría hablar con él, si apenas
entiendo el español? Lleva siempre una carpeta y entre mirada y mirada hacia
donde yo estoy consulta sus apuntes. Debe de ser estudiante. Otro impedimento.
Aunque yo estuviese estudiando allá, en Rumania, ahora sólo voy a limpiar por
las casas.
Soy una idiota. Me
hago ilusiones con un muchacho que me ha saludado en un par de ocasiones. Pero
es que me siento tan sola. El otro día les escribí a mis padres diciendo que
quiero volver. Me está resultando más duro de lo que creí en un principio.
He perdido el hilo de mis pensamientos. Debí de quedarme dormida, sí, y
aún estoy soñando. Estoy metida en una pesadilla porque me siento en medio de
una guerra. Ha habido una tremenda explosión y todo el mundo grita. Hay gente
destrozada, partida por la mitad a mi alrededor. Y él... Él está en su asiento
de siempre, con la carpeta abierta sobre las piernas. Las hojas de los apuntes
han volado por todas partes. Tiene sangre en la cabeza, ¡qué horror! Pero no
parece preocupado por eso, sino por mí. Me mira, me mira con una extraña
expresión... ¿de miedo?
No me gusta este sueño. Porque tiene que ser un sueño.
Junto a mí hay un hombre con las piernas seccionadas a la altura de las
rodillas. Tiene los ojos cerrados, pero está vivo porque respira fatigosamente.
¡Dios mío, sácame de aquí!
El chico mono se ha levantado y se acerca a mí intentando no pisar los
restos de cuerpos que hay esparcidos por todas partes. Me hace una caricia en
la cara. ¿Es una declaración? ¿Qué debo hacer, qué debo decirle? El momento es
demasiado horrible para que me haga confidencias. Aunque sea un sueño, es
demasiado horrible. Pero le sonrío, y entonces me doy cuenta. Está llorando.
Las lágrimas forman surcos en su rostro ensangrentado.
¿No podrían parar esos gritos? Me producen escalofríos.
Han empezado a oírse sirenas de ambulancias o de policía. Me parecía
que alguien había encendido la luz, pero, no. Al levantar la cabeza compruebo
que no hay techo.
El cielo es luminoso allá arriba, quizá porque él se ha arrodillado
frente a mí y apoya la cabeza en mis rodillas. Yo le dejo hacer con mi mano
entre las suyas. Me gustaría que su expresión fuese distinta, menos triste, y
que no llorase, porque ahora llora como un niño y los sollozos estremecen sus
hombros.
¿Por qué sólo llora? ¿Por qué no me habla? Su actitud resulta inquietante.
¿Qué importa que no sepa su idioma? Puedo aprenderlo. Mi estancia en
este país será menos dura con él a mi lado. Y estoy segura de que a alguien tan
tierno como él, no le importará que me gane la vida limpiando casas.
Aunque quizá estaba equivocada y esto no es un sueño, porque de pronto
lo veo todo desde el techo del tren. Todo. También a mí misma. Estoy al lado
del hombre que se ha quedado sin piernas, en medio del horror, con ese muchacho
tan dulce que llora desconsoladamente y me coge las manos.
Que coge las manos de ese cuerpo que fue mío y que ahora está ahí,
igual que los otros, inerte.
No sé lo que ha pasado, pero ya no importa.
La locura, la muerte, la pesadilla se precipitó sobre nuestro tren.
Ahora ya nunca podré decirle cuánto me gustaba.
Y ahora ya nunca volveré a Rumanía.
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