¡DESPERTAD!


Cuando nos quejamos de la época que nos ha tocado vivir, olvidamos que la marcha del mundo la realizamos en nosotros mismos y en la relación que mantenemos con lo que nos rodea. Cualquier guerra es nuestra propia guerra interior. Y si no firmamos la paz en nuestra mente, no hay posible armisticio. Los atropellos que cometen unos seres contra otros y el divorcio del hombre con lo que le rodea han dado como resultado la destrucción del planeta y genocidios e injusticias sin cuento. En este momento la humanidad vive una espiral de violencia; la naturaleza misma se defiende de las agresiones a la que la sometemos con desastres, tsunamis y terremotos. 

En el mal llamado primer mundo, los derechos, que con tantas dificultades conseguimos en nuestra historia reciente, son arrebatados a golpe de decreto por espurias e incomprensibles razones. Y en el resto del planeta el individuo es pisoteado y humillado, porque para el poder ni siquiera existe. Vivimos en directo y a diario abusos, muertes y catástrofes, revestidos de una coraza que nos insensibiliza frente al dolor de los otros. Hundidos en una especie de sopor, frente a nuestro televisor, presenciamos dramas ajenos como si de un telefilm de sobremesa se tratase. Solemos excusarnos con las frases de: “Yo no puedo arreglarlo, yo no puedo cambiar el mundo”. Sin embargo lo que presenciamos es nuestro propio drama, nuestra propia incapacidad de arreglar las cosas, nuestro egoísmo, nuestra codicia o crueldad.

Ha llegado el momento de sentirnos corresponsables de todo lo que ocurre. El hambre de los otros es nuestra propia hambre. Su saqueo y su padecimiento también son los nuestros.

No cerremos los ojos, amigos. No sigamos dormidos. Ha llegado el momento de despertar. 

Mañana puede ser tarde.
                      

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