EL CAMBIO


Balas de plata aciertan en el núcleo rojo
del vampiro sin nombre.
Ojos desorientados buscan con persistencia
cuencas que les acojan.


Gruñidos inclementes se pierden en las bocas
de las alcantarillas de ciudades vacías.
Y el monstruo maloliente que rapiña las vidas
se va de vacaciones a una playa desierta.

Los caminos se han hecho laberintos
y las nubes aguardan sentadas en el monte.
La oveja disimula disfrazada de lobo
y los muertos se arrancan los sudarios.

Se detienen en verde los semáforos
y a la palabra odio la engullen las cloacas.
Los árboles se apartan para mostrar el bosque
y expiden poesías los contables bancarios.

Hoy escuché redoble de tambores,
anunciando que llega el anhelado cambio.
Me he sentado a esperarlo en el umbral de casa.
Lo acogeré en mis brazos cuando caiga la tarde.







MIRÓ AL SOSLAYO


Miró al soslayo, fuese y no hubo nada,
que diría Miguel, el manco más insigne,
sugiriendo quizá miradas altaneras.
Porque hay mucha soberbia
disfrazada de pulcras encomiendas.

Todo un cúmulo de vistazos sesgados,
que miran y no ven con cruel indiferencia
el inmenso dolor que se arrastra en la tierra,
tanto llanto callado, formando torrenteras.

No soy nada ni nadie me ha llamado
a arreglar este mundo destruido,
pero dejadme que grite mi disgusto
contra el desinterés
que brota a cada paso del camino.

Dejadme que en un sueño les devuelva la vista
a aquellos que presumen de invidentes
para que al fin contemplen cómo es el desamparo,
los graneros vacíos
y la desesperanza que infecta las heridas.

Dejadme deshacer el hielo de sus torres
con la mirada ardiente de tantos invisibles,
que rodeen el orbe en una larga marcha
y llenen de bullicio sus estradas tranquilas.

Caigan las fortalezas de crueles concertinas.
Luzca el piadoso sol debajo de los puentes.
Vuelva a llover maná en medio del desierto
y la palabra hermano brote de las gargantas
que ayer permanecían mudas y amordazadas.

Y quede clausurada para siempre,
como una inmunda lacra perdida en el olvido,
la mirada al soslayo entre seres idénticos.





ENTELEQUIAS


Echo de menos caricias que no hubo
y recuerdos de un beso
perdido en el umbral de los deseos,
secretos sofocados en sábanas de seda
y susurros colgados de los árboles,
inaudibles en noches turbulentas.


Los cúmulos y nimbos arrastran nuestros nombres
y dibujan con ellos en el aire figuras legendarias.
Desde el vacío de una caracola
llega tu voz diáfana a mi oído
con rumores de mar y chasquidos de olas
tan innegables como tu inexistencia.

Sueño que te conozco y no te veo,
mejor quedo contigo para próximas vidas,
en que el mar me vomite lo mismo que a Afrodita.

Te inventaré de nuevo como las poetisas

escribiendo una historia en mil y un hemistiquios
y pondré a buen recaudo el manuscrito.
Quizá nadie lo lea, ni siquiera nosotros
porque pienso escribirlo en papeles mojados.
Así continuaremos existiendo de incógnito.

SONAMBULISMO

            Me he visto en un sueño desgraciado, donde la calva insomne laboraba sin tregua y la injusticia se multiplicaba como una pandemia catastrófica. En un frío escenario futurista, que recordaba a Blade Runner, me había bastado con apretar un dispositivo para poner en marcha la película. Asombrada, yo misma la veía en una gran pantalla y me contemplaba dentro y fuera de una cinta plagada de tragedias. Bajo los tejados de aquel mundo fabricado por mi mente, se agitaban los debates, las múltiples cópulas, los llantos de niños y las torpezas de los ancianos, que habían pasado a ser los hijos de aquellos que lloraban. Y también hombres y mujeres, bebiendo soledad de una botella; vigilantes nocturnos, que habían olvidado la luz del sol; soldados, haciendo prácticas de tiro sobre muñecos con forma humana, y ladrones asaltando joyerías. Todos ellos atados a una noria de la que no podían escapar.  
       
       Gobernantes toscos e incapaces llevaban a la humanidad al desastre, ungidos a otra dantesca rueda desde donde únicamente podían verse entre ellos. Encerrados en sus despachos, dividían el orbe entre amigos y enemigos, pobres y ricos, productores y consumidores, y enfrentaban con colores, banderas y muros a unos hombres contra otros. También creaban guerras, inventaban crisis económicas y gestionaban la información, ocultando datos y divulgando hasta la extenuación peligros de todo tipo, 
      
      Pero había un círculo que les abarcaba a todos, por encima de razas, prestigio e incluso capacidad mental: el Miedo. Un círculo oscuro que a los poderosos les obligaba a reprimir y castigar y a los otros les paralizaba y embrutecía.
     
       No me gustaba aquella historia y decidí apagar la proyección. Al fin y al cabo lo único que tenía que hacer era apretar un botón para mudar de universo.
    
        Y entonces desperté. 
   
    Ni siquiera he abierto las ventanas todavía. Me da miedo comprobar que no ha cambiado la película.






(Anagrama en homenaje a Cortazar)




CORTARÉ RAYA AZUL



          Los bordes del libro estaban doblados y amarillentos y por sus márgenes desfilaban a lápiz diminutas palabras, como hormigas en busca de alimento. Del tipo de: “Cuando mi vida acabe, ¿acabará también ese algo que me vive?” En fin, pura mística. 
              
               ¿Cuántas veces habría leído la novela? Le gustaba sentirse la Maga y hasta enamorarse algunos días de Oliveira. Elaboraba historias imposibles en su mente y las vertía luego en su diario, donde parecían tan reales como la existencia. No, mucho más reales. Su existencia era evanescente como el sueño.
            
                 “Cortaré el horizonte con mis manos, la raya azul que une el mar y el cielo. Y miraré allí dentro, bien adentro”.
            
                 Era la última anotación del diario de Lena. La titulaba: Cortaré Raya Azul. Extraño título. Fecha: 12 de noviembre. El 13 de noviembre entró en el mar, se alejó caminando por entre las olas y no volvió nunca.


            Yo me llevé su libro de Rayuela. Al fin y al cabo, cuando lo presenté, yo mismo se lo había dedicado y a ella le habría gustado que lo guardase.  




DE "LA CONJURA DE LOS SABIOS"

Al otro lado de la plaza, el grupo de emigrantes sentados en el suelo se repartía unas frugales viandas y un muchacho muy joven llenaba unas botellas de plástico en una fuente cercana. Al oír las sirenas se pusieron en pie y retrocedieron sobresaltados. Un policía se les acercó y entabló una corta conversación con uno de ellos. Fue entonces cuando Julia descubrió que se trataba de Ahmed. Decidió aproximarse pero le fue imposible hacerlo porque, a una señal del agente, el resto de las fuerzas del orden corrió hacia donde estaba el grupo e inició una brutal ofensiva. El humo denso de los gases lacrimógenos difuminaba las figuras y hacía irrespirable el ambiente. Llovían golpes, gritos e insultos sin que aquellos hombres, cercados y sin escapatoria, consiguieran ponerse a salvo. El chico que había ido a la fuente con las botellas, corrió como alma que lleva el diablo a través de la plaza dirigiéndose a Julia. Le tendía un papel como si quisiera entregárselo. Dos agentes lo descubrieron y lo acorralaron a pocos pasos de donde ella estaba. Uno de los guardias descargó la porra sobre su cabeza al grito de “¡Sube al furgón!”. El muchacho cayó al suelo y, en un abrir y cerrar de ojos, los porrazos y patadas lo convirtieron en un pelele informe a los pies de Julia que, rígida y paralizada, contemplaba aquel rostro despavorido y ensangrentado. Él se protegía con los brazos para esquivar los golpes mirándola con una súplica desesperada de ayuda, y ella, como despertando de un letargo, intentó retener a los agentes, pero fue rechazada de un violento empujón contra la puerta del convento. El chico dejó caer el papel y, a cuatro patas como estaba, palpó el suelo buscándolo con las manos como un ciego, pero una última y certera patada en plena cara se lo impidió. Los guardias lo arrastraron hasta el furgón y Julia aporreó el timbre del portero automático pidiendo socorro a gritos. Su voz fue ahogada por el estrépito de la refriega y el ulular de las sirenas que no habían parado de sonar. Algunos inmigrantes eran arrastrados hasta los coches y otros se dispersaban por la plaza sin saber a dónde ir. Julia había perdido de vista a Ahmed. Cubriéndose boca y nariz con las manos para protegerse de los gases, seguía apoyada contra la cancela del seminario y al comprobar que ésta cedía, entró y corrió a través del jardín. Había perdido un zapato y sentía el frío de las losas bajo el pie. Y el miedo, un terror impreciso nunca sentido, hacía latir su corazón y nublaba sus ojos. Al fondo del patio, en el umbral de un porche acristalado, un hombre pequeño y desmedrado la esperaba, mirándola con ojos desencajados.



ESE BESO NO DADO



Ese beso no dado
se quedó para siempre colgado de tus labios.
La protesta acallada
rebotó en el asfalto
y se instaló en la mente de un rebelde sin causa.

La idea reprimida
tejió sus mil historias en otros universos.
Y la cándida lágrima
que nunca enjugó nadie
sumergió nuestro mundo en desbordante océano.

Los te quiero no dichos
crearon mil poemas sin ayudas ajenas
y los enamorados
que nunca se encontraron
tiñeron de carmines el confín del crepúsculo.

Los trenes extraviados
descubrieron paradas imposibles

y las barcas varadas en los embarcaderos
elevaron sus remos hasta la Vía Láctea.

Mas yo guardé el te amo al fondo del armario.
Allí estará a cubierto.
Puede que alguien lo use como abrigo en invierno.