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MISTERIOS INADMISIBLES




      
       Cuando Marie y Juan se conocieron tenían ambos catorce años. Eran primos hermanos, y él se enamoró de ella con todo el dramatismo de la adolescencia. Marie era menuda, con unos ojos almendrados y rasgos delicados que recordaban vagamente a una actriz que él adoraba: Audrey Hepburn. Además, ella venía de París, ciudad que en la década de los sesenta tenía para muchos españoles - no sólo para los jóvenes - el encanto de algo ansiado y desconocido: la libertad.
            
              Juan guardó secretamente una foto de su prima en un libro de poemas que leía a escondidas por la noche. Marie no tardó en echar en falta la foto y la madre de Juan, Dolores, dijo que se la había llevado Pepito, un vecino tímido y enfermizo que miraba a la francesita con ojos de cordero degollado. Ni corta ni perezosa, la madre de Juan acusó a Pepito del robo. De nada sirvieron las protestas de inocencia del susodicho ni de Valeria, su madre, pues todos estaban convencidos de que el culpable era el desmedrado adolescente del cuarto piso.

            Valeria, que practicaba el espiritismo y despertaba una malsana curiosidad entre el vecindario, se presentó un día en la casa de Dolores. "Callad, callad", susurró cuando le abrieron la puerta, "no digáis nada". Y con las manos extendidas, como si hubiera entrado en trance, se dirigió al dormitorio de Juan. Ante el asombro de todos, sacó el libro de poemas de debajo del colchón, lo abrió y agitó triunfante sobre su cabeza la foto de Marie. "Aquí está", exclamó, "Pepito no la había cogido". Nadie supo explicar el misterio y Juan calló su culpa. No podía revelar su amor imposible.

            Han pasado cuarenta años y aquella pasión adolescente no es más que un inocente recuerdo. En una animada fiesta familiar Juan cuenta entre risas el extraño suceso. Sigue sin poderse explicar cómo encontró la foto la vidente, pero desde luego Pepito no tuvo nada que ver porque fue él quien la robó. Hay un denso silencio. Todos parecen incómodos, se remueven, carraspean, rehuyen su mirada. A Juan le sorprende la reacción de los suyos. ¿Ha sido una confesión inoportuna? Y al fin, Dolores, anciana ya, salva el momento con una difícil sonrisa.

            -¿Alguien quiere postre? - exclama - Os he hecho un flan riquísimo.

         Y las risas y conversaciones se reanudan vehementes entre suspiros de alivio.  

Conferencia en el Ateneo de Madrid en 2015


ELENA FORTÚN



Celia ha cumplido siete años. La edad de la razón. Así lo dicen las personas mayores.
            Este es el principio de “Celia lo que dice”, primer libro de Elena Fortún, que tiene como protagonista a Celia Gálvez de Montalbán y que inauguró una serie de cuentos con el mismo personaje. Este libro me lo regalaron el mismo día en que cumplía siete años y la similitud de la edad de la niña de ficción con la mía fue una especie de señal, que marcó en buena medida mis lecturas infantiles y - me atrevo a decir - hasta mi dedicación a la escritura. Y no soy la única que lo dice. Según Nuria Capdevilla Argüelles, plumas notables como la de Carmen Martín Gaite, Gil de Biedma o García Hortelano se declaran en deuda con Elena Fortún, y Francisco Nieva califica su olvido como indebido y arbitrario. La razón, según él, es que en este país “los críticos literarios nacen con barba.”
            Ha pasado mucho tiempo y aquel libro y otros de la saga permanecían escondidos en un rincón de mi subconsciente. Sin embargo en los años noventa se hizo una serie llamada Celia, con guiones de Carmen Martín Gaite y dirigida por José Luís Borau. No vi ni un capítulo, aunque tuvo críticas excelentes. Y quizá nunca habría vuelto a interesarme por aquellas historias de mi infancia si hace unos meses no hubiera leído en la red unos comentarios acerca del último libro de Elena Fortún, publicado al final de la década de los ochenta: "Celia en la revolución". Me intrigó el título y lo busqué, pero habían hecho una tirada pequeña y el libro estaba descatalogado. Ofrecían algunos de segunda mano a precios desorbitados y al final llegó a mis manos en soporte electrónico. Lo leí. Leí sus más de trescientas páginas de un tirón y me dejaron estremecida. No es un libro para niños. Relata con toda crudeza el principio de la guerra civil, el estado de sitio en Madrid, el peregrinar de Celia con sus hermanas de una ciudad a otra de España y su posterior huida a Francia. Aunque no manifieste su simpatía por uno u otro bando, Fortún se sitúa claramente junto a los perdedores. Aquéllos que no iniciaron la guerra, que murieron o tuvieron que exiliarse.
            Y después del preámbulo, que creí necesario, entro en materia para intentar analizar la vida y la personalidad de Elena Fortún, seudónimo de Encarnación Aragoneses Urquijo. He contado con ayudas inestimables. Sobre todo la biografía de Marisol Dorao, titulada “Los mil sueños de Elena Fortún”, pero también reseñas y conferencias de Carmen Martín Gaite y un libro de textos de Fortún y de Matilde Ras – de la que será obligado hablar más tarde – recopilados por Nuria Capdevila-Argüelles y María Jesús Fraga, y titulado “El camino es nuestro”.
Encarnación Aragoneses nació en Madrid en 1885 y era hija de Leocadio Aragoneses, alabardero de la Guardia Real, y de Manuela de Urquijo y Rivacova. Hija única, permanecía encerrada en la casa familiar por su salud delicada y el exceso de temores y prejuicios de su madre, que no encontraba amistades adecuadas para su hija. Presumía sin razón alguna de pertenecer a la aristocracia vasca. En realidad la abuela de Encarna perdió toda su fortuna pleiteando contra sus familiares y a Manuela, su madre, la había criado su madrina en Bilbao casi de caridad. El caso es que en su infancia la futura escritora cultiva la lectura como única distracción, lo que estimula su acusada sensibilidad y su fantasía. Mira por el balcón como juegan los niños en la calle, pero sobre todo sueña inventando vidas diferentes a la suya. Y como veremos más tarde se mimetiza en sus propios personajes o los idealiza como a la hija del portero, a quien llama Solita; o el comandante de artillería, vecino real de su casa, a quien luego recrea como Jorge en "Celia en la revolución."
Fortún, en una de sus fotografías más conocidas, aparece con el pelo corto – a lo garçonne, como se llamaba en la época – y traje de chaqueta con corbata. Algunas feministas, en los años veinte del pasado siglo, lucían ese aspecto andrógino para reivindicar la igualdad de género. Carmen Baroja, la hermana de don Pío, la define así: “Era Encarnación pequeñita, de ojos grandes, negros, ocultista, teósofa y espiritista, muy simpática, excelente persona, vegetariana y un poco chiflada”. Y yo agrego que era amante de los animales y apasionada de la naturaleza. Marisol Dorao, en su espléndida biografía, relata que tuvo experiencias paranormales, sueños premonitorios y hasta fenómenos de telequinesia que sin duda provocaba ella misma de forma inconsciente.
En 1903, antes de cumplir Encarna los dieciocho años, muere su padre y un año después aparece en su vida un primo segundo, Eusebio de Gorbea y Urquijo. Es teniente de infantería y viene de la guerra de África. Educado, culto, de buena presencia, sus principales aficiones son la lectura y el teatro. Es fácil deducir la impresión que le causa a Encarna la presencia del sensible y joven militar, que apenas le lleva cuatro años y con el que se casará en 1906. Una semana antes de la boda tiene un sueño de los suyos. En medio de la más absoluta oscuridad oye una voz que la previene contra esa unión, diciéndole que ella no sirve para el matrimonio y que, aunque se crea enamorada, en unos pocos años el amor habrá desaparecido. Por supuesto no es capaz de romper su compromiso. Su madre le ha repetido hasta la saciedad que para una mujer es imposible salir adelante sin un hombre. Y lo cierto es que ella tampoco cuenta con una mínima preparación para desempeñar un trabajo de acuerdo con su condición social.
Los recién casados viven en Madrid, en donde nacen sus dos hijos. En esta época Encarna, dedicada a los niños y a la casa, y lejos del marido que suele estar ausente por los distintos destinos de su carrera militar, comienza a escribir cuentos infantiles. La animan otras madres, con las que traba amistad en el parque a donde lleva a sus pequeños, y llena con sus relatos muchos cuadernos escolares.
Eusebio por su parte también escribe obras de teatro y hasta una ópera. En 1922 publica “Los mil años de Elena Fortún”, una novela sobre la transmigración de las almas en la figura de una mujer que atraviesa distintos momentos de la historia. La protagonista del relato de Eusebio Gorbea ha nacido en 1880, la misma década que Encarna, y tiene que librar una batalla contra todo lo que la rodea para poder ser escritora. Explica que un hombre que sea escritor no tiene que vivir: “ … en la cárcel que hoy tiene mi cuerpo de mujer”. Encarna se identifica de tal manera con el personaje, que no solo utilizará su nombre como seudónimo sino que llegará a firmar sus cartas como Elena Fortún, y al final de su vida manifestará su deseo de que sea ese el nombre que figure en la lápida.
Pero no quiero adelantar acontecimientos. Encarna, aparte de ocuparse de la casa y de los niños, tiene que cuidar de su madre, que muere después de una larga enfermedad en 1917. Fortún reflejará más tarde la muerte de la madre en los libros de Celia y marcará el dilema que supone para ella la maternidad: no consigue coordinar los deberes maternales con sus deseos de realizarse como escritora.    
            En 1920 el segundo hijo de los Gorbea, Manuel, al que llaman Bolín, muere con solo diez años. En el Apartado de Defunciones del Registro Civil figura la encefalitis letárgica como causa de la muerte. Es un golpe muy duro para el matrimonio. Enferman los dos, él con temblores y fiebre muy alta; ella llega a tener varios vómitos de sangre, y durante mucho tiempo intentará comunicarse con el espíritu de su hijo a través de la ouija. Sin embargo, aunque el dolor no desaparezca, poco a poco la vida se impone. A Luís, el primogénito, lo envían a la Institución Libre de Enseñanza con gran satisfacción por parte de Encarna, a quien sus profesores le parecen los mejores del mundo. Mientras ayuda a su hijo en sus deberes del bachillerato, disfruta aprendiendo lo que nunca tuvo oportunidad de estudiar.
            Cuando se crea la Asociación de Mujeres Amigas de los Ciegos - María Lejárraga como Presidenta Honoraria -, Encarna es nombrada secretaria. Le ilusiona el cargo de tal manera que estudia braille y llega a dominarlo. También comienza a escribir distintos artículos para publicaciones, como “Royal”, “La Moda Práctica”, “Crónica”, o “Cosmópolis”, con temas muy variados: el arte, la educación infantil, la emancipación de la mujer, la espiritualidad o los fenómenos paranormales. Más tarde colabora para “Gente Menuda”, el suplemento infantil de “Blanco y Negro” de ABC, donde surgen personajes como el conejito Roenueces, el mago Pirulo o Celia y sus andanzas. Fortún tiene un estilo sencillo, directo, sin las florituras de la época, y rompe con la tradición de los cuentos de hadas, donde los roles están establecidos de antemano y la mujer casi siempre es un sujeto pasivo, a la espera de ser liberada por un "príncipe azul".
            Hasta este momento Eusebio se ha mantenido al margen de las tareas de “su oscura y desapercibida mujer”, como él la describe, ya que considera que él es el intelectual de la familia. Pero es muy posible que la actividad literaria de ella despierte sus celos. Años después, Encarna le cuenta en una carta a su amiga argentina, Inés Field, que tenía que esconderse en el baño para que su marido no la viera escribir porque “era causa de escándalo y de prohibiciones absolutas”.
            Sin embargo Encarna ha entrado ya de lleno en los círculos intelectuales. En 1926 se funda en Madrid el Lyceum Club, una asociación femenina a la que se suma inmediatamente. Algunos, como burla sangrienta, lo llaman "el Club de las maridas". Lo preside María de Maeztu y son afiliadas destacadas Clara Campoamor, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Teresa León o Isabel Oyarzabal. Casi todas feministas y republicanas. Se requiere que las socias tengan estudios superiores, o bien que sean escritoras, artistas o actrices conocidas. En una época en la que hay un alto grado de analfabetismo en España, más aún entre las mujeres, estos requisitos convierten al Lyceum Club en una asociación bastante elitista. Fortún aprovecha también esta actividad para sus libros: la madre de Celia pasa las tardes en el Lyceum, como toda mujer de la época, moderna y de clase acomodada.
            Estamos en la Dictadura de Primo de Rivera y el carácter aconfesional y laico de la asociación despierta las sospechas de la sociedad bien pensante. En sectores de la iglesia se dice que son "mujeres sin virtud ni piedad" o "féminas desequilibradas". Otros las acusan de satánicas, comunistas, anarquistas, ateas, judías o masónicas. Se ven obligadas a llevar a los tribunales a algunos de los atacantes más virulentos. Elevan también peticiones al gobierno. Por ejemplo la supresión del artículo 57 del Código Civil: "El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido", para sustituirlo por este otro: "El marido y la mujer se deben protección y consideraciones mutuas".
            En el Lyceum se hacen exposiciones, se dan conferencias, cursillos, conciertos. Participan personalidades de la ciencia o del arte, como García Lorca o Unamuno, que leyó su obra "Raquel encadenada". Sin embargo Jacinto Benavente declina la invitación, diciendo: "A mí no me gusta hablar a tontas y a locas." Parece una broma de mal gusto, pero es un sentir generalizado. Gregorio Marañón pontifica: "... hay que destacar el carácter sexualmente anormal de estas mujeres que saltan al campo de la actividad masculina y en él logran conquistar un lugar preeminente." Y más adelante: "... la mujer ha de ser madre ante todo, con olvido de todo lo demás si fuere preciso..."
            Ya en 1939, después de la guerra civil, el "Lyceum Club" será desmantelado y destruidos sus archivos. Pasará a ser el Círculo Medina, regido por la Sección Femenina y con unas ideas sobre la mujer totalmente opuestas. Un final bastante triste.
            Pero volvamos a Encarna. Sin duda esta época es la más feliz y fructífera de su vida. Escribe varios artículos a la semana, prepara conferencias, dirige la sección infantil de "Gente menuda" y estudia Biblioteconomía. También da clases de técnica para escribir cuentos infantiles. Y por fin ve publicados los libros de Celia, de la que ya habían aparecido historias en la sección infantil de "Blanco y Negro".
            Mientras tanto Eusebio Gorbea, aunque sigue escribiendo - se estrenan funciones suyas y recibe algún premio - no tiene la aceptación profesional de su mujer. En 1928 Cipriano Rivas Cherif crea la compañía teatral "El Caracol" y cuenta con Gorbea como uno de los actores principales. Se establecen en un local cerca de la Puerta del Sol de Madrid y estrenan varias obras siempre rodeadas de polémica. Comienzan los ensayos de "El amor de don Perlimplín con Belisa en su jardín" de García Lorca, con Magda Donato y Eusebio Gorbea de protagonistas. Él actúa bajo el seudónimo de Juan Calibán. No llegan a estrenarla, ya que cunde la noticia de que Gorbea, que por aquel entonces era ya comandante, iba a representar el papel de un cornudo. Proyectaban que saliera en una de las escenas con unos cuernos enormes. Las autoridades militares, considerándolo un ultraje al ejército, consiguen que cierren el local y el texto es prohibido por inmoral.
            Y llega un año en el que todo cambia para Encarna: 1931. En el terreno doméstico la venta de sus libros le permite comprarse un hotelito con jardín en Ciudad Lineal. Pero el acontecimiento decisivo es la proclamación de la República, que hace renacer la esperanza en los corazones de mucha gente. La mayoría de los intelectuales de izquierdas se alinean en el sector de los republicanos y hacen del Ateneo su cuartel general. Fortún se siente imbuida del espíritu republicano. El movimiento feminista, empezado ya en el Lyceum Club, es más pujante que nunca y ella lucha por unos derechos que cristalizarán dos años más tarde en el voto femenino, propugnado por la sufragista Clara Campoamor. Hay un diálogo en "Celia en la revolución" entre la criada Valeriana y la Celia adolescente que me parece revelador sobre lo que opina la autora de la actividad de los hombres en política. Dice Valeriana: "... a mí se me hace que toos los hombres juntos parlando de lo que no entienden, son los que arman las revoluciones... Las mujeres, unas mejor y otras peor, saben cómo arreglar su casa... Si los hombres tienen que arreglar el mundo, ¿por qué no los enseñan?, digo yo".
            El sueño de Encarna de un mundo mejor dura muy poco, apenas cinco años. Marisol Dorao nos recuerda las palabras de Hugh Thomas: "Mientras que en la mayor parte de Europa no había habido guerras civiles desde el siglo XVII, España, la única gran nación europea que se había librado de la gran guerra, en el siglo XIX había entrado tres veces en conflictos dentro de sus fronteras". En 1936 el gran conflicto es el estallido de la guerra civil. Eusebio de Gorbea, que lleva ya cuatro años retirado, solicita la vuelta al servicio activo. Es herido y lo llevan al Hospital Militar de Carabanchel, adonde su mujer va a verlo. También esta situación la reproduce Encarna en "Celia en la revolución", donde la chica visita en el hospital a su padre.
            Fortún pasa la guerra en Madrid y escribe artículos para "Crónica". Algunas son estampas muy tristes, pero también dicta con humor recetas de cocina, ideadas por la escasez más absoluta: simular patatas fritas con las mondas de naranjas, quitando la parte amarilla, sustituir las espinacas por las hojas duras de las lechugas, o las acelgas por las hojas de las violetas. Señala los logros sociales en un artículo en el que trata de "Las bibliotecas circulantes de cultura popular", o habla de la Escuela Nacional, donde se sientan en el mismo pupitre los hijos del abogado y los del barrendero. Esa preocupación social nos recuerda el primer libro de "Celia lo que dice" en el que el Rey Mago le explica: "Solo dejo juguetes en los balcones de los niños ricos; pero es para que ellos los repartan con los niños pobres. Si tuviera que ir a casa de todos los niños, no acabaría en toda la noche..." Y uno de los monaguillos amigos de la niña dice de forma categórica: "Lo que hay en España es de los españoles".           
            Cuando cae Barcelona, Eusebio cruza a pie la frontera francesa y es recluido en el campo de refugiados de Le Boulou, de donde lo sacan su hijo Luís y su nuera, Ana María Hug. Le piden a Encarna que se reúna con ellos y al principio ella se resiste. Realmente está tramitando el divorcio, ya que su marido quiere casarse con otra mujer más joven, pero después de mil vicisitudes termina refugiándose en Argentina con Eusebio. Consigue trabajo en Buenos Aires y es quien mantiene la casa. Su marido está enfermo y cada vez más deprimido y metido en sí mismo, así que en 1948 Encarna decide volver a España para conseguir una amnistía para él. Quiere además hablar con Aguilar sobre el libro que está proyectando y que se llamará "Celia se casa". A su vuelta encuentra su hotelito de Ciudad Lineal en ruinas y utiliza las liquidaciones de las ventas de sus libros, para arreglarlo.
            Pero el destino le juega otra mala pasada. Aprovechando la ausencia de su mujer, Eusebio se suicida en Buenos Aires a finales de 1948. Tanto ella como su hijo Luís se sienten culpables de su muerte. Luís se ha afincado definitivamente en Estados Unidos y no quiere saber nada de España. La guerra y la victoria de los nacionales le han obligado a exiliarse y le indigna que su padre quiera volver a un país en donde le han destrozado la vida. Toda su rabia la vuelca en unas terribles cartas que envía a Eusebio. Encarna no logra convencerlo de que no tiene ninguna culpa. Es más, piensa que la verdadera culpable es ella, que no se ha comportado como una buena esposa. Se refiere a su marido en otra carta que envía a Inés Field: "... no quería ir con él a las visitas, ni salir con él... ¡cuando mi deber era hacerme cómplice suya en todo!"
            Ante las súplicas reiteradas de su hijo, se traslada a Estados Unidos con él y su mujer, pero su estancia en aquella casa apenas dura unos meses. Ana María, su nuera, no puede soportar su presencia y ello crea frecuentes discusiones en el matrimonio. Decide pues volver a España, adonde llega en 1950, y reside alternativamente en Barcelona y en Madrid los dos años de vida que le quedan. Durante ese tiempo traba amistad con Carmen Laforet, mucho más joven que ella, apenas tiene 29 años. Le aconseja que se separe de su marido, que es un periodista mediocre y está convirtiendo su vida en un infierno. A propósito de este incidente le escribe a su amiga Inés: "Los celos literarios le tienen a él (al marido de Laforet) enloquecido, hasta el punto de que ella está ya en plan de ocultar sus notas... para que él no las vea y se las reproche." Sin duda se ve reflejada en la autora de "Nada".
            Muere en Madrid en 1952, después de una dolorosa agonía a la misma edad que su madre, 66 años.
            Y esta es la vida de Elena Fortún. Una vida con luces y sombras en una de las épocas más convulsas de nuestra historia reciente, como ha sido el siglo XX. Atraviesa una etapa fascinante en la que se traduce a Freud, Einstein visita España, se reforman las prisiones, se lucha contra el analfabetismo. Encarna pertenece a esa pléyade de mujeres que irrumpió con fuerza al principio del siglo pasado, ante la perplejidad de una sociedad hecha por y para los hombres. Mujeres que destruyeron normas e idearios acartonados, que abandonaron las faldas hasta el tobillo y los corsés, que conquistaron tribunas para ser escuchadas, que consiguieron el voto, que revolucionaron la sexualidad, la literatura, la política y defendieron sus derechos, que durante siglos habían sido ignorados.
            Sin embargo cuando llegó la guerra civil, los anhelos y esperanzas aún incipientes volvieron a caer en el pozo negro de la represión y el castigo. Y como siempre la mujer fue la más castigada. Volvieron a encerrarla, a alienarla,  a ser de nuevo paridora y reposo del guerrero.
            Creo que esta es la razón de que haya dos Encarnas y dos Celias. Encarnación Aragoneses siempre está oculta tras Elena Fortún. Encarna es la real. Elena la soñada. Pero también se esconde tras sus personajes. Es Celia y alternativamente es su madre; esa madre que no dispone de tiempo para sus hijos, esa mujer moderna llena de compromisos; tan alejada de la esposa tradicional, de ese ángel del hogar sin alas y con la pata quebrada. Esa dicotomía la mantiene en lucha constante con ella misma.
            Antes de que Encarna emprenda el camino del exilio al terminar la guerra, intercambia cartas con su amiga Matilde Ras. No puedo pasar por alto esta amistad que muchas fuentes califican como auténtica relación amorosa. Matilde Ras era también escritora y muy conocida por sus estudios sobre la grafología científica. Nuria Capdevilla-Argüelles dice de las dos mujeres: "Me gusta compararlas con un iceberg, porque solo se ve un poco de todo lo que fue su relación." En la recopilación de textos recogida en "El Camino es nuestro" por Capdevilla-Argüelles y Fraga, Encarna le escribe a Matilde en 1937: "Anoche entré a verte después de acostada. Estabas palidísima. Eras una rosa de té, todo perfume." Y también: "Sé que ya te has ido. Tenía como un poco de esperanza de que aún durmieras esta noche aquí..."
            Desde "Celia lo que dice" hasta "Matonkikí y sus hermanas" son once los libros que Encarna escribe antes de la guerra civil. Celia es una niña de clase más bien acomodada, con una nanny inglesa, y una familia que cambia a menudo de domicilio. Como los Gorbea, que viven aquí o allá dependiendo de los destinos de la carrera militar de Eusebio, pero también como una auténtica necesidad de evasión de la propia Encarna. Celia es preguntona, valiente, no acepta fácilmente la disciplina y tiene una inclinación notable hacia la aventura y la escapada. Guiada por la curiosidad, lee todo lo que cae en sus manos y a menudo se siente sola e incomprendida. En "Celia en el colegio" la llevan a un internado de monjas. Mantiene este diálogo con una monja del colegio:
            "-... don Restituto nos está engañando a todas...
            -¡Jesús! ¿Qué quiere usted decir con eso?
            -Yo lo he visto, madre, yo lo he visto...
            -¿Qué ha visto usted?
            -He visto que no es un señor cura.
            -¿No? ¿Pues qué es?
            -Es un hombre. Lleva pantalones como mi papá... Lo he visto yo... Se levantó la sotana para buscar las llaves, y las tenía en el bolsillo del pantalón."
            En otro momento le dicen a la niña que escribirán a sus padres para "notificarles su proceder" y ella se queda tan contenta porque no sabe lo que es eso. El idioma de los mayores es incomprensible para ella. Me recuerda una anécdota de mi profesora de Ciencias Naturales, una monja muy fina de Valladolid que nos preguntaba: ¿Qué os produce tanta hilaridad? Y todas nos reíamos como tontas sin entender nada.
            En "Celia novelista" limpia las puertas del cielo, que están muy sucias, con sus bragas al no tener otra cosa a mano. Las deja relucientes. Y en "Celia en el colegio" explica:
            -"Habéis de saber que no tengo dormitorio para mi sola. Mi cama está en una sala grande, donde duermen muchas niñas, todas en fila. Yo creí que esto sería muy divertido, porque podríamos charlar y tirarnos las almohadas; pero ¡quia!, ¡ni me hacen caso! La madre dice: ¡Chists! ¡A callar, niña! ¡Estamos en el silencio mayor!"
            Y Celia le pregunta a la monja:
            "-Bueno, ¿y cuándo es el silencio pequeño?"
            Pero los años pasan y se llevan buena parte de la espontaneidad y la alegría de Celia. Carmen Martín Gaite dice en una de las conferencias que dio en la fundación Juan March: "La guerra ha matado a la Celia que nosotros conocíamos".
            En el prólogo de "Celia madrecita", publicado en 1939, explica que su madre ha muerto y su abuelo le exige que se ocupe de sus hermanos en estos términos: "Tu obligación es dejar esas zarandajas de estudios en que os ocupáis ahora las chicas y venir junto a tus hermanos". Celia se siente frustrada, pero su discurso va a ser conservador y se comporta como una madre represiva con su hermana Teresina. En este libro cambian hasta las ilustraciones. En "Celia lo que dice" o "Celia en el colegio" se nos muestra a una niña con el pelo suelto con lazo y falda corta, bajo la que asoma el encaje de la ropa interior. Sin embargo, en "Celia madrecita" tiene los ojos bajos, la falda le llega a media pierna y una cinta, o incluso una trenza como diadema, sujeta sus cabellos. La rebeldía de la niña ha desaparecido incluso en el aspecto.
            En "Celia, institutriz en América" está en Argentina, lo mismo que su autora, pero no habla de política ni del exilio. La historia es una novela rosa y se centra en sus amoríos con Jorge. En "Celia en la revolución", único libro en el que describe la situación política y publicado, como hemos dicho, después de su muerte, hay un curioso diálogo con Jorge en el que la adolescente se muestra como una mujer sin ideas propias. Le dice a su amigo:
            "-Yo soy... lo que sea papá y lo que seas tú.
            -¡Mira qué idea! - contesta él - ¿De qué partido es tu padre?
            -No sé... Es republicano... Es muy bueno, ¿sabes?"
            "El cuaderno de Celia", publicado a su vuelta a España, es un cuaderno rayado, que muestra la necesidad de ser guiada. Aquí Celia acepta las normas con toda sumisión e incluso le pregunta a su profesora: "¿Qué tengo que pensar, sor Inés?"
            Algunos aseguran que Fortún se siente obligada a dar un cambio radical en su personaje para poder publicar en la dictadura franquista. Pero yo creo que tiene miedo de no ser aceptada por la sociedad, ya que el cambio no solo se produce en sus libros sino en su vida. Marisol Dorao cita una declaración suya: "Después de haber sido espiritista, teósofa, y hasta Rosacruz, ahora soy profundamente católica". Y también : "... soy católica porque he aprendido a serlo fuera de España. En España la iglesia es beligerante, como dijo una vez Azaña, y es un partido más que una religión, mientras que fuera de España es una filosofía, es algo aparte de todas las ideas y de todos los partidos." Sin embargo, católica, espiritista o teósofa, Encarna siempre ha creído en la trascendencia. Y en el terreno de lo social, siguen indignándole las injusticias y arbitrariedades. Critica la separación de sexos en los colegios religiosos o la falta de ayudas para la educación pública. Dice, por ejemplo: "Un niño es igual a otro y no tiene por qué haber diferencia social, ni en su traje ni en su escuela".
            También los sentimientos que le unían a Matilde Ras dan un giro después del exilio. En 1950 se queja a su amiga Inés de que Matilde va hablando mal de ella por todas partes y le explica: "Es un ser disolvente, como suelen serlo los judíos. Tú sabes bien hasta qué punto me aburre la gente y cómo huyo de ella, así que si me deja sin nadie (siempre que me quedes tú) me quedaré tan tranquila y hasta más feliz."
            Y en otra carta, dirigida también a Inés, deja caer estos pensamientos un tanto crípticos: “Me pesa, y me pesará siempre, no haberme separado de Eusebio el año 24 cuando estuve a punto de hacerlo. Me he sacrificado yo no siendo lo que nací para ser, y le he sacrificado a él, que hubiera vuelto a rehacer su vida sentimental.”
            Me he sacrificado yo no siendo lo que nací para ser. ¿Qué quiere decir con eso? No puede referirse a ser escritora, porque ha conseguido serlo y además con éxito. Hay dos novelas inéditas de Fortún, "Oculto sendero" y "El pensionado de Santa Casilda", de contenido lésbico. ¿Hablaba a su amiga Inés de su tendencia homosexual? Pero sobre todo, ¿qué ha ocurrido en esos años para que su relación con Matilde Ras cambie de forma tan categórica? Nunca lo sabremos. Da la sensación de que Encarna se arrepiente de su pasado y quiere borrarlo. Es el mismo proceso de muchas de las mujeres de la época, que han vivido la República y la guerra, y se ven obligadas a silenciar lo que han sido para ser aceptadas por los vencedores.
            Aun así, de puertas para dentro sigue siendo la mujer que defiende su libertad y que aconseja a las más jóvenes que no se dejen dominar por ningún hombre. Cuando conoce a Carmen Laforet le dice que no se case, que tome por amante al hombre que le gusta. Y más tarde comenta: "Un hombre puede ser un perfecto amante de Doña Emilia Pardo Bazán o de Isabel la Católica, pero será un pésimo marido de cualquiera de ellas, como lo fueron el marido de la escritora y don Fernando el Católico." Es la misma idea que refleja en una carta a otra amiga: "... el disparate que hice al casarme. Ni yo quería tener hijos ni el ser madre me producía ningún placer. Yo tenía en mi cabeza de 19 años toda una novela. Hubiera deseado no casarme, sino juntarme con mi marido, tener dos o tres hijos, y que me hubiera abandonado. En secreto te diré que eso hubiera sido la solución de mi vida."
            Esto es lo que piensa en 1951, un año antes de abandonar este mundo. Las normas podrán encarcelar a Encarna, doblegarla, la obligarán a caminar por caminos estrechos, trazados desde fuera, pero su espíritu permanecerá indomable.
            En 1957 se levanta en el Parque del Oeste de Madrid un sencillo monumento a su memoria, costeado por suscripción popular. Matilde Ras se implica activamente en el proyecto y acude a la inauguración.
            Y quiero terminar con el final de uno de los artículos, que escribe en 1927 y titula: "¿Por qué?":
         "No sería posible resistir este horrendo caminar hacia la nada si no tuviéramos el convencimiento absoluto de seguir siendo cuando ya no seamos.
            Y si no es esta seguridad, si no esperamos nada una vez concluida la vida, ¿qué sostiene nuestro cuerpo? ¿Cómo y por qué podemos seguir viviendo sin enloquecer? ¿Por qué?"
            Estoy segura de que Encarna tiene ya la respuesta.
                       


             





DíA DE ELECCIONES


Nos pasamos la vida arrodillados,
acatando mil leyes y consignas.
Nos amordazan miedos,
nos atan la vergüenza y los escrúpulos,
nos ciega el egoísmo.

Hoy llovía y el frío
se metía en el alma cual cuchillo.
Y volvía el recelo,
ese mirar atrás con la sospecha
de obligarte a ser otra en un recuento.

Pero un rayo de sol se me ha colado
muy quedo en mis pupilas
y ha circulado lento por mis venas.
Me he detenido y he lanzado al aire:
¡Nadie podrá callar mi pensamiento!



Argumento para serie en 8 capítulos:

  1. El partido se derrumba. No tienen líder. De pronto aparece un chico muy guapo, lo ponen al frente del partido y, enfrentándose a casi todos dice NO es NO a Rajoy. En el partido lo crucifican, tiene que abandonar el Parlamento y se va por España de viaje para contar su programa.
  2. De pronto el chico guapo vuelve y "milagrosamente" gana las primarias del partido. Ya hay líder. Tan digno, tan de izquierdas, tan guapo. 
  3. A Rajoy no le va bien. Su partido está enfangado en la corrupción, la izquierda real plantea una moción de censura y pacta con el chico guapo. Y la moción de censura se gana. Del pacto que se ha hecho se cumplen pocas cosas, la mayoría se dejan para después de las elecciones. Y la izquierda real se lo cree.
  4. Y el chico guapo gana las elecciones. Bueno, casi las gana, porque le faltan más de cincuenta diputados para gobernar en solitario. Necesita apoyos. Y la izquierda real se siente encantada de intervenir en un futuro gobierno.
  5. Pero, ¡ay! todo ha cambiado. Porque al chico guapo no le gusta ya la gente de la izquierda real, dice que no son de fiar. Y es verdad, antes le habían apoyado gratis y ahora piden cosas, quieren participar en el gobierno. En fin, un desastre. Y el chico guapo dice que mejor otra vez elecciones.
  6. Y ahora el líder dice que tenemos que votar más claro porque en las otras elecciones no se entendía bien lo que queríamos. Y se le han olvidado muchas cosas por ejemplo que dijo NO a Rajoy, ahora dice que dijo que Sí.
  7. Pues eso. Votaremos no sé si más o menos claro, pero hay posibilidad de nuevos pactos. No con la izquierda real, claro, porque esa es muy peligrosa.  
  8. En el último capítulo son felices y comen perdices. Unos pocos.









NO ME RESISTO A PONER ESTA MARAVILLOSA POESÍA DE GIL DE BIEDMA.


Contra Jaime Gil de Biedma


De qué sirve, quisiera yo saber, cambiar de piso, 
dejar atrás un sótano más negro 
que mi reputación -y ya es decir-, 
poner visillos blancos 
y tomar criada, 
renunciar a la vida de bohemio, 
si vienes luego tú, pelmazo, 
embarazoso huésped, memo vestido con mis trajes, 
zángano de colmena, inútil, cacaseno, 
con tus manos lavadas, 
a comer en mi plato y a ensuciar la casa?
Te acompañan las barras de los bares 
últimos de la noche, los chulos, las floristas, 
las calles muertas de la madrugada 
y los ascensores de luz amarilla 
cuando llegas, borracho, 
y te paras a verte en el espejo 
la cara destruida, 
con ojos todavía violentos 
que no quieres cerrar. Y si te increpo, 
te ríes, me recuerdas el pasado 
y dices que envejezco.
Podría recordarte que ya no tienes gracia. 
Que tu estilo casual y que tu desenfado 
resultan truculentos 
cuando se tienen más de treinta años, 
y que tu encantadora 
sonrisa de muchacho soñoliento 
-seguro de gustar- es un resto penoso, 
un intento patético. 
Mientras que tú me miras con tus ojos 
de verdadero huérfano, y me lloras 
y me prometes ya no hacerlo.
Si no fueses tan puta! 
Y si yo no supiese, hace ya tiempo, 
que tú eres fuerte cuando yo soy débil 
y que eres débil cuando me enfurezco... 
De tus regresos guardo una impresión confusa 
de pánico, de pena y descontento, 
y la desesperanza 
y la impaciencia y el resentimiento 
de volver a sufrir, otra vez más, 
la humillación imperdonable 
de la excesiva intimidad.
A duras penas te llevaré a la cama, 
como quien va al infierno 
para dorm
ir contigo. 
Muriendo a cada paso de impotencia, 
tropezando con muebles 
a tientas, cruzaremos el piso 
torpemente abrazados, vacilando 
de alcohol y de sollozos reprimidos. 
Oh innoble servidumbre de amar seres humanos, 
y la más innoble 
que es amarse a sí mismo!
 

              
EL RELÁMPAGO DE LA REVELACIÓN






          Quizá son las plantas y las aves las que han encontrado la verdad, las que viven el "relámpago de la revelación", como llama Herman Hess a la experiencia mística. Ese no razonar, no juzgar, no calcular, solo experimentar, es lo más parecido al éxtasis.

           En esa soledad no hay pasado ni futuro, sino presente. El tiempo, esa losa pesada que nos separa de la realidad, se ha refugiado en otro universo, en un mundo creado por el pensamiento, por los miedos, por la nostalgia y la espera. Un mundo que ha creado el bien y el mal, la codicia y la generosidad, dioses y diablos, la vida y la muerte. Todos esos opuestos que maniatan al hombre en un estrecho cubículo. Un mundo fantasmal, sin duda, habitado por espectros y totalmente prescindible. Y aunque ese mundo viva en mi interior, esta mañana de primavera quiero darle la espalda.
     


              Huele a salvia, a romero, a tomillo. Inspiro, expiro. Lentamente. 

   

              Y mis pupilas se tiñen de mil colores. Y me doy cuenta de que también yo soy prescindible. Y dejo atrás  mi nombre, mi ADN, mi anécdota.
                 

              Y en el púrpura de una humilde amapola, soy eterna.