Conferencia en el Ateneo de Madrid en 2015
ELENA FORTÚN
Celia
ha cumplido siete años. La edad de la razón. Así lo dicen las personas mayores.
Este
es el principio de “Celia lo que dice”, primer libro de Elena Fortún, que tiene
como protagonista a Celia Gálvez de Montalbán y que inauguró una serie de
cuentos con el mismo personaje. Este libro me lo regalaron el mismo día en que
cumplía siete años y la similitud de la edad de la niña de ficción con la mía
fue una especie de señal, que marcó en buena medida mis lecturas infantiles y -
me atrevo a decir - hasta mi dedicación a la escritura. Y no soy la única que
lo dice. Según Nuria Capdevilla Argüelles, plumas notables como la de Carmen
Martín Gaite, Gil de Biedma o García Hortelano se declaran en deuda con Elena
Fortún, y Francisco Nieva califica su olvido como indebido y arbitrario. La
razón, según él, es que en este país “los críticos literarios nacen con barba.”
Ha
pasado mucho tiempo y aquel libro y otros de la saga permanecían escondidos en
un rincón de mi subconsciente. Sin embargo en los años noventa se hizo una
serie llamada Celia, con guiones de Carmen Martín Gaite y dirigida por José
Luís Borau. No vi ni un capítulo, aunque tuvo críticas excelentes. Y quizá nunca
habría vuelto a interesarme por aquellas historias de mi infancia si hace unos
meses no hubiera leído en la red unos comentarios acerca del último libro de
Elena Fortún, publicado al final de la década de los ochenta: "Celia en la
revolución". Me intrigó el título y lo busqué, pero habían hecho una
tirada pequeña y el libro estaba descatalogado. Ofrecían algunos de segunda
mano a precios desorbitados y al final llegó a mis manos en soporte
electrónico. Lo leí. Leí sus más de trescientas páginas de un tirón y me
dejaron estremecida. No es un libro para niños. Relata con toda crudeza el
principio de la guerra civil, el estado de sitio en Madrid, el peregrinar de
Celia con sus hermanas de una ciudad a otra de España y su posterior huida a
Francia. Aunque no manifieste su simpatía por uno u otro bando, Fortún se sitúa
claramente junto a los perdedores. Aquéllos que no iniciaron la guerra, que
murieron o tuvieron que exiliarse.
Y
después del preámbulo, que creí necesario, entro en materia para intentar
analizar la vida y la personalidad de Elena Fortún, seudónimo de Encarnación
Aragoneses Urquijo. He contado con ayudas inestimables. Sobre todo la biografía
de Marisol Dorao, titulada “Los mil sueños de Elena Fortún”, pero también
reseñas y conferencias de Carmen Martín Gaite y un libro de textos de Fortún y
de Matilde Ras – de la que será obligado hablar más tarde – recopilados por
Nuria Capdevila-Argüelles y María Jesús Fraga, y titulado “El camino es
nuestro”.
Encarnación Aragoneses nació
en Madrid en 1885 y era hija de Leocadio Aragoneses, alabardero de la Guardia
Real, y de Manuela de Urquijo y Rivacova. Hija única, permanecía encerrada en
la casa familiar por su salud delicada y el exceso de temores y prejuicios de
su madre, que no encontraba amistades adecuadas para su hija. Presumía sin
razón alguna de pertenecer a la aristocracia vasca. En realidad la abuela de
Encarna perdió toda su fortuna pleiteando contra sus familiares y a Manuela, su
madre, la había criado su madrina en Bilbao casi de caridad. El caso es que en
su infancia la futura escritora cultiva la lectura como única distracción, lo
que estimula su acusada sensibilidad y su fantasía. Mira por el balcón como
juegan los niños en la calle, pero sobre todo sueña inventando vidas diferentes
a la suya. Y como veremos más tarde se mimetiza en sus propios personajes o los
idealiza como a la hija del portero, a quien llama Solita; o el comandante de
artillería, vecino real de su casa, a quien luego recrea como Jorge en
"Celia en la revolución."
Fortún, en una de sus
fotografías más conocidas, aparece con el pelo corto – a lo garçonne, como se
llamaba en la época – y traje de chaqueta con corbata. Algunas feministas, en
los años veinte del pasado siglo, lucían ese aspecto andrógino para reivindicar
la igualdad de género. Carmen Baroja, la hermana de don Pío, la define así:
“Era Encarnación pequeñita, de ojos grandes, negros, ocultista, teósofa y
espiritista, muy simpática, excelente persona, vegetariana y un poco chiflada”.
Y yo agrego que era amante de los animales y apasionada de la naturaleza.
Marisol Dorao, en su espléndida biografía, relata que tuvo experiencias
paranormales, sueños premonitorios y hasta fenómenos de telequinesia que sin
duda provocaba ella misma de forma inconsciente.
En 1903, antes de cumplir
Encarna los dieciocho años, muere su padre y un año después aparece en su vida
un primo segundo, Eusebio de Gorbea y Urquijo. Es teniente de infantería y
viene de la guerra de África. Educado, culto, de buena presencia, sus
principales aficiones son la lectura y el teatro. Es fácil deducir la impresión
que le causa a Encarna la presencia del sensible y joven militar, que apenas le
lleva cuatro años y con el que se casará en 1906. Una semana antes de la boda
tiene un sueño de los suyos. En medio de la más absoluta oscuridad oye una voz
que la previene contra esa unión, diciéndole que ella no sirve para el
matrimonio y que, aunque se crea enamorada, en unos pocos años el amor habrá
desaparecido. Por supuesto no es capaz de romper su compromiso. Su madre le ha
repetido hasta la saciedad que para una mujer es imposible salir adelante sin
un hombre. Y lo cierto es que ella tampoco cuenta con una mínima preparación
para desempeñar un trabajo de acuerdo con su condición social.
Los recién casados viven en
Madrid, en donde nacen sus dos hijos. En esta época Encarna, dedicada a los
niños y a la casa, y lejos del marido que suele estar ausente por los distintos
destinos de su carrera militar, comienza a escribir cuentos infantiles. La
animan otras madres, con las que traba amistad en el parque a donde lleva a sus
pequeños, y llena con sus relatos muchos cuadernos escolares.
Eusebio por su parte también
escribe obras de teatro y hasta una ópera. En 1922 publica “Los mil años de
Elena Fortún”, una novela sobre la transmigración de las almas en la figura de
una mujer que atraviesa distintos momentos de la historia. La protagonista del
relato de Eusebio Gorbea ha nacido en 1880, la misma década que Encarna, y
tiene que librar una batalla contra todo lo que la rodea para poder ser
escritora. Explica que un hombre que sea escritor no tiene que vivir: “ … en la
cárcel que hoy tiene mi cuerpo de mujer”. Encarna se identifica de tal manera
con el personaje, que no solo utilizará su nombre como seudónimo sino que
llegará a firmar sus cartas como Elena Fortún, y al final de su vida
manifestará su deseo de que sea ese el nombre que figure en la lápida.
Pero no quiero adelantar
acontecimientos. Encarna, aparte de ocuparse de la casa y de los niños, tiene
que cuidar de su madre, que muere después de una larga enfermedad en 1917.
Fortún reflejará más tarde la muerte de la madre en los libros de Celia y
marcará el dilema que supone para ella la maternidad: no consigue coordinar los
deberes maternales con sus deseos de realizarse como escritora.
En
1920 el segundo hijo de los Gorbea, Manuel, al que llaman Bolín, muere con solo
diez años. En el Apartado de Defunciones del Registro Civil figura la
encefalitis letárgica como causa de la muerte. Es un golpe muy duro para el
matrimonio. Enferman los dos, él con temblores y fiebre muy alta; ella llega a
tener varios vómitos de sangre, y durante mucho tiempo intentará comunicarse
con el espíritu de su hijo a través de la ouija. Sin embargo, aunque el dolor
no desaparezca, poco a poco la vida se impone. A Luís, el primogénito, lo
envían a la Institución Libre de Enseñanza con gran satisfacción por parte de
Encarna, a quien sus profesores le parecen los mejores del mundo. Mientras
ayuda a su hijo en sus deberes del bachillerato, disfruta aprendiendo lo que
nunca tuvo oportunidad de estudiar.
Cuando
se crea la Asociación de Mujeres Amigas de los Ciegos - María Lejárraga como
Presidenta Honoraria -, Encarna es nombrada secretaria. Le ilusiona el cargo de
tal manera que estudia braille y llega a dominarlo. También comienza a escribir
distintos artículos para publicaciones, como “Royal”, “La Moda Práctica”,
“Crónica”, o “Cosmópolis”, con temas muy variados: el arte, la educación
infantil, la emancipación de la mujer, la espiritualidad o los fenómenos
paranormales. Más tarde colabora para “Gente Menuda”, el suplemento infantil de
“Blanco y Negro” de ABC, donde surgen personajes como el conejito Roenueces, el
mago Pirulo o Celia y sus andanzas. Fortún tiene un estilo sencillo, directo,
sin las florituras de la época, y rompe con la tradición de los cuentos de
hadas, donde los roles están establecidos de antemano y la mujer casi siempre
es un sujeto pasivo, a la espera de ser liberada por un "príncipe
azul".
Hasta
este momento Eusebio se ha mantenido al margen de las tareas de “su oscura y
desapercibida mujer”, como él la describe, ya que considera que él es el
intelectual de la familia. Pero es muy posible que la actividad literaria de
ella despierte sus celos. Años después, Encarna le cuenta en una carta a su
amiga argentina, Inés Field, que tenía que esconderse en el baño para que su
marido no la viera escribir porque “era
causa de escándalo y de prohibiciones absolutas”.
Sin
embargo Encarna ha entrado ya de lleno en los círculos intelectuales. En 1926
se funda en Madrid el Lyceum Club, una asociación femenina a la que se suma
inmediatamente. Algunos, como burla sangrienta, lo llaman "el Club de las
maridas". Lo preside María de Maeztu y son afiliadas destacadas Clara
Campoamor, Victoria Kent, Zenobia Camprubí, María Teresa León o Isabel
Oyarzabal. Casi todas feministas y republicanas. Se requiere que las socias
tengan estudios superiores, o bien que sean escritoras, artistas o actrices
conocidas. En una época en la que hay un alto grado de analfabetismo en España,
más aún entre las mujeres, estos requisitos convierten al Lyceum Club en una
asociación bastante elitista. Fortún aprovecha también esta actividad para sus
libros: la madre de Celia pasa las tardes en el Lyceum, como toda mujer de la
época, moderna y de clase acomodada.
Estamos
en la Dictadura de Primo de Rivera y el carácter aconfesional y laico de la
asociación despierta las sospechas de la sociedad bien pensante. En sectores de
la iglesia se dice que son "mujeres sin virtud ni piedad" o
"féminas desequilibradas". Otros las acusan de satánicas, comunistas,
anarquistas, ateas, judías o masónicas. Se ven obligadas a llevar a los
tribunales a algunos de los atacantes más virulentos. Elevan también peticiones
al gobierno. Por ejemplo la supresión del artículo 57 del Código Civil:
"El marido debe proteger a la mujer y ésta obedecer al marido", para
sustituirlo por este otro: "El marido y la mujer se deben protección y
consideraciones mutuas".
En
el Lyceum se hacen exposiciones, se dan conferencias, cursillos, conciertos.
Participan personalidades de la ciencia o del arte, como García Lorca o
Unamuno, que leyó su obra "Raquel encadenada". Sin embargo Jacinto
Benavente declina la invitación, diciendo: "A mí no me gusta hablar a
tontas y a locas." Parece una broma de mal gusto, pero es un sentir
generalizado. Gregorio Marañón pontifica: "... hay que destacar el
carácter sexualmente anormal de estas mujeres que saltan al campo de la
actividad masculina y en él logran conquistar un lugar preeminente." Y más
adelante: "... la mujer ha de ser madre ante todo, con olvido de todo lo
demás si fuere preciso..."
Ya
en 1939, después de la guerra civil, el "Lyceum Club" será
desmantelado y destruidos sus archivos. Pasará a ser el Círculo Medina, regido
por la Sección Femenina y con unas ideas sobre la mujer totalmente opuestas. Un
final bastante triste.
Pero
volvamos a Encarna. Sin duda esta época es la más feliz y fructífera de su
vida. Escribe varios artículos a la semana, prepara conferencias, dirige la
sección infantil de "Gente menuda" y estudia Biblioteconomía. También
da clases de técnica para escribir cuentos infantiles. Y por fin ve publicados
los libros de Celia, de la que ya habían aparecido historias en la sección
infantil de "Blanco y Negro".
Mientras
tanto Eusebio Gorbea, aunque sigue escribiendo - se estrenan funciones suyas y
recibe algún premio - no tiene la aceptación profesional de su mujer. En 1928
Cipriano Rivas Cherif crea la compañía teatral "El Caracol" y cuenta
con Gorbea como uno de los actores principales. Se establecen en un local cerca
de la Puerta del Sol de Madrid y estrenan varias obras siempre rodeadas de
polémica. Comienzan los ensayos de "El amor de don Perlimplín con Belisa
en su jardín" de García Lorca, con Magda Donato y Eusebio Gorbea de
protagonistas. Él actúa bajo el seudónimo de Juan Calibán. No llegan a
estrenarla, ya que cunde la noticia de que Gorbea, que por aquel entonces era
ya comandante, iba a representar el papel de un cornudo. Proyectaban que
saliera en una de las escenas con unos cuernos enormes. Las autoridades
militares, considerándolo un ultraje al ejército, consiguen que cierren el
local y el texto es prohibido por inmoral.
Y
llega un año en el que todo cambia para Encarna: 1931. En el terreno doméstico
la venta de sus libros le permite comprarse un hotelito con jardín en Ciudad
Lineal. Pero el acontecimiento decisivo es la proclamación de la República, que
hace renacer la esperanza en los corazones de mucha gente. La mayoría de los
intelectuales de izquierdas se alinean en el sector de los republicanos y hacen
del Ateneo su cuartel general. Fortún se siente imbuida del espíritu
republicano. El movimiento feminista, empezado ya en el Lyceum Club, es más
pujante que nunca y ella lucha por unos derechos que cristalizarán dos años más
tarde en el voto femenino, propugnado por la sufragista Clara Campoamor. Hay un
diálogo en "Celia en la revolución" entre la criada Valeriana y la Celia
adolescente que me parece revelador sobre lo que opina la autora de la
actividad de los hombres en política. Dice Valeriana: "... a mí se me hace que toos los hombres juntos parlando de lo
que no entienden, son los que arman las revoluciones... Las mujeres, unas mejor
y otras peor, saben cómo arreglar su casa... Si los hombres tienen que arreglar
el mundo, ¿por qué no los enseñan?, digo yo".
El
sueño de Encarna de un mundo mejor dura muy poco, apenas cinco años. Marisol
Dorao nos recuerda las palabras de Hugh Thomas: "Mientras que en la mayor
parte de Europa no había habido guerras civiles desde el siglo XVII, España, la
única gran nación europea que se había librado de la gran guerra, en el siglo
XIX había entrado tres veces en conflictos dentro de sus fronteras". En
1936 el gran conflicto es el estallido de la guerra civil. Eusebio de Gorbea,
que lleva ya cuatro años retirado, solicita la vuelta al servicio activo. Es
herido y lo llevan al Hospital Militar de Carabanchel, adonde su mujer va a
verlo. También esta situación la reproduce Encarna en "Celia en la
revolución", donde la chica visita en el hospital a su padre.
Fortún
pasa la guerra en Madrid y escribe artículos para "Crónica". Algunas
son estampas muy tristes, pero también dicta con humor recetas de cocina,
ideadas por la escasez más absoluta: simular patatas fritas con las mondas de
naranjas, quitando la parte amarilla, sustituir las espinacas por las hojas
duras de las lechugas, o las acelgas por las hojas de las violetas. Señala los
logros sociales en un artículo en el que trata de "Las bibliotecas
circulantes de cultura popular", o habla de la Escuela Nacional, donde se
sientan en el mismo pupitre los hijos del abogado y los del barrendero. Esa
preocupación social nos recuerda el primer libro de "Celia lo que
dice" en el que el Rey Mago le explica: "Solo dejo juguetes en los balcones de los niños ricos; pero es
para que ellos los repartan con los niños pobres. Si tuviera que ir a casa de
todos los niños, no acabaría en toda la noche..." Y uno de los
monaguillos amigos de la niña dice de forma categórica: "Lo que hay en España es de los españoles".
Cuando
cae Barcelona, Eusebio cruza a pie la frontera francesa y es recluido en el
campo de refugiados de Le Boulou, de donde lo sacan su hijo Luís y su nuera,
Ana María Hug. Le piden a Encarna que se reúna con ellos y al principio ella se
resiste. Realmente está tramitando el divorcio, ya que su marido quiere casarse
con otra mujer más joven, pero después de mil vicisitudes termina refugiándose
en Argentina con Eusebio. Consigue trabajo en Buenos Aires y es quien mantiene
la casa. Su marido está enfermo y cada vez más deprimido y metido en sí mismo,
así que en 1948 Encarna decide volver a España para conseguir una amnistía para
él. Quiere además hablar con Aguilar sobre el libro que está proyectando y que
se llamará "Celia se casa". A su vuelta encuentra su hotelito de
Ciudad Lineal en ruinas y utiliza las liquidaciones de las ventas de sus libros,
para arreglarlo.
Pero
el destino le juega otra mala pasada. Aprovechando la ausencia de su mujer,
Eusebio se suicida en Buenos Aires a finales de 1948. Tanto ella como su hijo
Luís se sienten culpables de su muerte. Luís se ha afincado definitivamente en
Estados Unidos y no quiere saber nada de España. La guerra y la victoria de los
nacionales le han obligado a exiliarse y le indigna que su padre quiera volver
a un país en donde le han destrozado la vida. Toda su rabia la vuelca en unas
terribles cartas que envía a Eusebio. Encarna no logra convencerlo de que no
tiene ninguna culpa. Es más, piensa que la verdadera culpable es ella, que no
se ha comportado como una buena esposa. Se refiere a su marido en otra carta
que envía a Inés Field: "... no
quería ir con él a las visitas, ni salir con él... ¡cuando mi deber era hacerme
cómplice suya en todo!"
Ante
las súplicas reiteradas de su hijo, se traslada a Estados Unidos con él y su
mujer, pero su estancia en aquella casa apenas dura unos meses. Ana María, su
nuera, no puede soportar su presencia y ello crea frecuentes discusiones en el
matrimonio. Decide pues volver a España, adonde llega en 1950, y reside
alternativamente en Barcelona y en Madrid los dos años de vida que le quedan.
Durante ese tiempo traba amistad con Carmen Laforet, mucho más joven que ella,
apenas tiene 29 años. Le aconseja que se separe de su marido, que es un
periodista mediocre y está convirtiendo su vida en un infierno. A propósito de
este incidente le escribe a su amiga Inés: "Los
celos literarios le tienen a él (al marido de Laforet) enloquecido, hasta el punto de que ella está ya en plan de ocultar sus
notas... para que él no las vea y se las reproche." Sin duda se ve
reflejada en la autora de "Nada".
Muere
en Madrid en 1952, después de una dolorosa agonía a la misma edad que su madre,
66 años.
Y
esta es la vida de Elena Fortún. Una vida con luces y sombras en una de las
épocas más convulsas de nuestra historia reciente, como ha sido el siglo XX.
Atraviesa una etapa fascinante en la que se traduce a Freud, Einstein visita
España, se reforman las prisiones, se lucha contra el analfabetismo. Encarna
pertenece a esa pléyade de mujeres que irrumpió con fuerza al principio del
siglo pasado, ante la perplejidad de una sociedad hecha por y para los hombres.
Mujeres que destruyeron normas e idearios acartonados, que abandonaron las
faldas hasta el tobillo y los corsés, que conquistaron tribunas para ser
escuchadas, que consiguieron el voto, que revolucionaron la sexualidad, la literatura,
la política y defendieron sus derechos, que durante siglos habían sido
ignorados.
Sin
embargo cuando llegó la guerra civil, los anhelos y esperanzas aún incipientes
volvieron a caer en el pozo negro de la represión y el castigo. Y como siempre
la mujer fue la más castigada. Volvieron a encerrarla, a alienarla, a ser de nuevo paridora y reposo del
guerrero.
Creo
que esta es la razón de que haya dos Encarnas y dos Celias. Encarnación
Aragoneses siempre está oculta tras Elena Fortún. Encarna es la real. Elena la
soñada. Pero también se esconde tras sus personajes. Es Celia y
alternativamente es su madre; esa madre que no dispone de tiempo para sus
hijos, esa mujer moderna llena de compromisos; tan alejada de la esposa
tradicional, de ese ángel del hogar sin alas y con la pata quebrada. Esa
dicotomía la mantiene en lucha constante con ella misma.
Antes
de que Encarna emprenda el camino del exilio al terminar la guerra, intercambia
cartas con su amiga Matilde Ras. No puedo pasar por alto esta amistad que
muchas fuentes califican como auténtica relación amorosa. Matilde Ras era
también escritora y muy conocida por sus estudios sobre la grafología
científica. Nuria Capdevilla-Argüelles dice de las dos mujeres: "Me gusta
compararlas con un iceberg, porque solo se ve un poco de todo lo que fue su
relación." En la recopilación de textos recogida en "El Camino es
nuestro" por Capdevilla-Argüelles y Fraga, Encarna le escribe a Matilde en
1937: "Anoche entré a verte después
de acostada. Estabas palidísima. Eras una rosa de té, todo perfume." Y
también: "Sé que ya te has ido.
Tenía como un poco de esperanza de que aún durmieras esta noche aquí..."
Desde
"Celia lo que dice" hasta "Matonkikí y sus hermanas" son
once los libros que Encarna escribe antes de la guerra civil. Celia es una niña
de clase más bien acomodada, con una nanny inglesa, y una familia que cambia a
menudo de domicilio. Como los Gorbea, que viven aquí o allá dependiendo de los
destinos de la carrera militar de Eusebio, pero también como una auténtica
necesidad de evasión de la propia Encarna. Celia es preguntona, valiente, no
acepta fácilmente la disciplina y tiene una inclinación notable hacia la
aventura y la escapada. Guiada por la curiosidad, lee todo lo que cae en sus
manos y a menudo se siente sola e incomprendida. En "Celia en el
colegio" la llevan a un internado de monjas. Mantiene este diálogo con una
monja del colegio:
"-... don Restituto nos está engañando
a todas...
-¡Jesús! ¿Qué quiere usted decir con
eso?
-Yo lo he visto, madre, yo lo he
visto...
-¿Qué ha visto usted?
-He visto que no es un señor cura.
-¿No? ¿Pues qué es?
-Es un hombre. Lleva pantalones como
mi papá... Lo he visto yo... Se levantó la sotana para buscar las llaves, y las
tenía en el bolsillo del pantalón."
En
otro momento le dicen a la niña que escribirán a sus padres para
"notificarles su proceder" y ella se queda tan contenta porque no
sabe lo que es eso. El idioma de los mayores es incomprensible para ella. Me
recuerda una anécdota de mi profesora de Ciencias Naturales, una monja muy fina
de Valladolid que nos preguntaba: ¿Qué os produce tanta hilaridad? Y todas nos
reíamos como tontas sin entender nada.
En
"Celia novelista" limpia las puertas del cielo, que están muy sucias,
con sus bragas al no tener otra cosa a mano. Las deja relucientes. Y en
"Celia en el colegio" explica:
-"Habéis de saber que no tengo
dormitorio para mi sola. Mi cama está en una sala grande, donde duermen muchas
niñas, todas en fila. Yo creí que esto sería muy divertido, porque podríamos
charlar y tirarnos las almohadas; pero ¡quia!, ¡ni me hacen caso! La madre
dice: ¡Chists! ¡A callar, niña! ¡Estamos en el silencio mayor!"
Y
Celia le pregunta a la monja:
"-Bueno, ¿y cuándo es el silencio
pequeño?"
Pero
los años pasan y se llevan buena parte de la espontaneidad y la alegría de
Celia. Carmen Martín Gaite dice en una de las conferencias que dio en la
fundación Juan March: "La guerra ha matado a la Celia que nosotros
conocíamos".
En
el prólogo de "Celia madrecita", publicado en 1939, explica que su
madre ha muerto y su abuelo le exige que se ocupe de sus hermanos en estos
términos: "Tu obligación es dejar
esas zarandajas de estudios en que os ocupáis ahora las chicas y venir junto a
tus hermanos". Celia se siente frustrada, pero su discurso va a ser
conservador y se comporta como una madre represiva con su hermana Teresina. En
este libro cambian hasta las ilustraciones. En "Celia lo que dice" o
"Celia en el colegio" se nos muestra a una niña con el pelo suelto
con lazo y falda corta, bajo la que asoma el encaje de la ropa interior. Sin
embargo, en "Celia madrecita" tiene los ojos bajos, la falda le llega
a media pierna y una cinta, o incluso una trenza como diadema, sujeta sus
cabellos. La rebeldía de la niña ha desaparecido incluso en el aspecto.
En
"Celia, institutriz en América" está en Argentina, lo mismo que su
autora, pero no habla de política ni del exilio. La historia es una novela rosa
y se centra en sus amoríos con Jorge. En "Celia en la revolución",
único libro en el que describe la situación política y publicado, como hemos
dicho, después de su muerte, hay un curioso diálogo con Jorge en el que la
adolescente se muestra como una mujer sin ideas propias. Le dice a su amigo:
"-Yo soy... lo que sea papá y lo que
seas tú.
-¡Mira qué idea! - contesta él - ¿De
qué partido es tu padre?
-No sé... Es republicano... Es muy
bueno, ¿sabes?"
"El
cuaderno de Celia", publicado a su vuelta a España, es un cuaderno rayado,
que muestra la necesidad de ser guiada. Aquí Celia acepta las normas con toda
sumisión e incluso le pregunta a su profesora: "¿Qué tengo que pensar, sor Inés?"
Algunos
aseguran que Fortún se siente obligada a dar un cambio radical en su personaje
para poder publicar en la dictadura franquista. Pero yo creo que tiene miedo de
no ser aceptada por la sociedad, ya que el cambio no solo se produce en sus
libros sino en su vida. Marisol Dorao cita una declaración suya: "Después de haber sido espiritista,
teósofa, y hasta Rosacruz, ahora soy profundamente católica". Y
también : "... soy católica porque
he aprendido a serlo fuera de España. En España la iglesia es beligerante, como
dijo una vez Azaña, y es un partido más que una religión, mientras que fuera de
España es una filosofía, es algo aparte de todas las ideas y de todos los
partidos." Sin embargo, católica, espiritista o teósofa, Encarna
siempre ha creído en la trascendencia. Y en el terreno de lo social, siguen
indignándole las injusticias y arbitrariedades. Critica la separación de sexos
en los colegios religiosos o la falta de ayudas para la educación pública.
Dice, por ejemplo: "Un niño es igual
a otro y no tiene por qué haber diferencia social, ni en su traje ni en su
escuela".
También
los sentimientos que le unían a Matilde Ras dan un giro después del exilio. En
1950 se queja a su amiga Inés de que Matilde va hablando mal de ella por todas
partes y le explica: "Es un ser
disolvente, como suelen serlo los judíos. Tú sabes bien hasta qué punto me
aburre la gente y cómo huyo de ella, así que si me deja sin nadie (siempre que
me quedes tú) me quedaré tan tranquila y hasta más feliz."
Y
en otra carta, dirigida también a Inés, deja caer estos pensamientos un tanto
crípticos: “Me pesa, y me pesará siempre,
no haberme separado de Eusebio el año 24 cuando estuve a punto de hacerlo. Me
he sacrificado yo no siendo lo que nací para ser, y le he sacrificado a él, que
hubiera vuelto a rehacer su vida sentimental.”
Me
he sacrificado yo no siendo lo que nací para ser. ¿Qué quiere decir con eso? No
puede referirse a ser escritora, porque ha conseguido serlo y además con éxito.
Hay dos novelas inéditas de Fortún, "Oculto sendero" y "El
pensionado de Santa Casilda", de contenido lésbico. ¿Hablaba a su amiga
Inés de su tendencia homosexual? Pero sobre todo, ¿qué ha ocurrido en esos años
para que su relación con Matilde Ras cambie de forma tan categórica? Nunca lo
sabremos. Da la sensación de que Encarna se arrepiente de su pasado y quiere
borrarlo. Es el mismo proceso de muchas de las mujeres de la época, que han
vivido la República y la guerra, y se ven obligadas a silenciar lo que han sido
para ser aceptadas por los vencedores.
Aun
así, de puertas para dentro sigue siendo la mujer que defiende su libertad y
que aconseja a las más jóvenes que no se dejen dominar por ningún hombre.
Cuando conoce a Carmen Laforet le dice que no se case, que tome por amante al
hombre que le gusta. Y más tarde comenta: "Un
hombre puede ser un perfecto amante de Doña Emilia Pardo Bazán o de Isabel la
Católica, pero será un pésimo marido de cualquiera de ellas, como lo fueron el
marido de la escritora y don Fernando el Católico." Es la misma idea
que refleja en una carta a otra amiga: "...
el disparate que hice al casarme. Ni yo quería tener hijos ni el ser madre me
producía ningún placer. Yo tenía en mi cabeza de 19 años toda una novela.
Hubiera deseado no casarme, sino juntarme con mi marido, tener dos o tres
hijos, y que me hubiera abandonado. En secreto te diré que eso hubiera sido la
solución de mi vida."
Esto
es lo que piensa en 1951, un año antes de abandonar este mundo. Las normas
podrán encarcelar a Encarna, doblegarla, la obligarán a caminar por caminos estrechos,
trazados desde fuera, pero su espíritu permanecerá indomable.
En
1957 se levanta en el Parque del Oeste de Madrid un sencillo monumento a su
memoria, costeado por suscripción popular. Matilde Ras se implica activamente
en el proyecto y acude a la inauguración.
Y
quiero terminar con el final de uno de los artículos, que escribe en 1927 y
titula: "¿Por qué?":
"No sería posible resistir este
horrendo caminar hacia la nada si no tuviéramos el convencimiento absoluto de
seguir siendo cuando ya no seamos.
Y si no es esta seguridad, si no
esperamos nada una vez concluida la vida, ¿qué sostiene nuestro cuerpo? ¿Cómo y
por qué podemos seguir viviendo sin enloquecer? ¿Por qué?"
Estoy
segura de que Encarna tiene ya la respuesta.