El lugar de las cosas invisibles es el baúl donde guardamos lo ininteligible, lo recóndito: Sentimientos, deseos, dudas, momentos que pudieron ser y no fueron, instantes que no se ajustan a la lógica cotidiana. Aquello que solo puedes ver con los ojos del corazón.
GARCÍA LORCA
(Poeta en Nueva York)
Cuando se hundieron las formas puras
bajo el cri cri de las margaritas,
comprendí que me habían asesinado.
Recorrieron los cafés y los cementerios y las iglesias,
abrieron los toneles y los armarios,
destrozaron tres esqueletos para arrancar sus dientes de oro.
Ya no me encontraron.
¿No me encontraron?
No. No me encontraron.
Pero se supo que la sexta luna huyó torrente arriba,
y que el mar recordó ¡de pronto!
los nombres de todos sus ahogados.

EL SECRETO
Hay secretos antiguos
que el silencio termina corrompiendo,
adquieren el hedor a carne muerta
en la despensa oscura de la mente.
Si el secreto es ajeno
abrasa su existencia entre los labios,
arde en cada recodo de los días
y se arranca uno a uno los ropajes
que cubren su misterio.
y se arranca uno a uno los ropajes
que cubren su misterio.
Y si el secreto es propio
va creciendo a lo largo de los años
y ocupa cada fibra de tu alma.
Te acalla y te anquilosa,
te aísla y te desarma,
se yergue cual gigante ante tu casa,
y adusto centinela no deja entrar a nadie.
Hay secretos culpables
y secretos vacíos y cargantes,
secretos heredados y decrépitos,
y los hay fascinantes
que iluminan desiertas madrugadas.
Mas decidme, ¿quién puede asegurar
que no esconde un secreto,
igual que el jugador aventajado
guarda un as en su manga?

Fragmento de "El Can Descabezado", incluido en CUENTOS DEL OTRO LADO
“La vejez ha llegado. Sé que el tiempo se acaba y aún la espero.”
“Ayer me pareció verla junto al pozo. En la noche. Pero la vista me
engaña tantas veces… Ernesto Montes deambula por el jardín algunas madrugadas. Me
hace señas amenazantes. A veces se pasa un dedo por el cuello, indicándome que
acabará conmigo como hizo con Cerbero. Pero ya no puede nada contra mí porque
hace tiempo que superé el miedo. Su pobre espectro sólo me inspira compasión.
Aún no logro comprender por qué le di la muerte. ¿Qué pasó por mi cabeza que me
convirtió en una bestia, en un ser similar a aquéllos a los que siempre había
odiado? A veces he pensado en salir al jardín y explicárselo a Montes. Pedirle
que me perdone, decirle que descanse, que es el rencor lo que le impide dejar
este mundo. Pero me temo que su imagen se desharía como el humo entre mis manos
si pretendiera abrazarlo. Como la de mi hijo. También a él le veo corretear alrededor
de la casa con Cerbero. Comparto ya los días que me quedan con mis fantasmas.”
“Y ella no llega.”
“Hoy me han despertado unos golpes en la puerta. No había amanecido
aún, pero mi corazón, tan cansado ya, ha saltado en mi pecho. He corrido a
abrir como si mis piernas volvieran a los años mozos.”
“¡Sí! ¡Era ella! Paréceme que al verla he vuelto a respirar. ¡Era ella!
El tiempo ni siquiera la ha rozado. ¿Cómo es eso posible? Su figura es la
misma, el verde de sus ojos el de entonces, igual que su piel tersa. Viste una
túnica blanca, me sonríe amorosa y me enseña una fotografía. Soy yo,
despeinado, todavía vigoroso, el día de nuestro encuentro.”
-“Guardé tu imagen – dice -. ¿Me
has olvidado?”
-“Imposible – respondo –. He vivido por ti todos estos años. Para volver
a verte.”
“Hacemos el amor todo el día. ¿Hacemos el amor? ¡Qué humildes, qué
imprecisas resultan las palabras! Hundirse en ella es sumergirse en el color
del cielo, en la música de las esferas, es un vagar ingrávido por los espacios
siderales. Y Moira me devuelve el vigor, la juventud, todo eso que creí
definitivamente perdido. Por la noche anoto estas sensaciones en el cuaderno.”
-“No escribas más – dice ella –. Vuelve a amarme.”
“Y yo lo dejo todo.”

(De la novela "La Conjura de los Sabios")
Se revolvió en la cama ignorando la llamada del despertador que había sonado de forma intermitente durante varios minutos. Su cerebro luchaba por permanecer en aquel universo colorista de
Tenía que ver a alguien y
no lograba recordar de quién se trataba. Pero sabía que esa persona le daría la
respuesta que estaba buscando. Sobre una gran tela de brocado rojo unos hombres
se enroscaban en postura fetal. No era posible ver sus rostros, escondidos
entre las rodillas, pero sí sus túnicas blancas y sus puntiagudas babuchas
doradas. Un anciano, sentado en un minúsculo taburete ante la sorprendente
mercancía, proclamaba de vez en cuando con voz alta y clara:
-¡Hombres, se venden
hombres!
-¿Por qué los vendes? - le
preguntó extrañado.
-Porque se niegan a nacer
y el que los compre los obligará a entrar en la vida.
El viejo levantó la cabeza
hacia él y lo observó con unos ojos pequeños y
transparentes. Tenía una larga barba partida en dos, vestía una toga
carmesí muy desgastada sobre una túnica blanca y un abultado turbante cubría sus
cabellos.
-¿Puede uno negarse a
nacer? - las palabras del anciano le habían impresionado.
-Tú lo hiciste durante mucho tiempo, hijo mío. A veces la
vida se anticipa como una oscura travesía y eso produce temor. Pero si todo
conocimiento y ninguna ignorancia estuvieran en el hombre, éste se consumiría y
dejaría de existir. Por eso la ignorancia puede ser deseable.
-¿Quién eres, que hablas
así?
El viejo sonrió levemente
sin contestar y sacó de entre sus ropas una joya de oro con una miniatura. Se
la entregó y señaló un callejón que había frente a ellos. Casi en susurro,
dijo:
-Sigue tu camino.
Entró en la callejuela
indicada, todavía aturdido por el encuentro, y comprobó que el camino se
estrechaba y empinaba nada más comenzar a recorrerlo, cosa que no le había sido
posible observar desde fuera. Con respiración fatigosa se apoyó en las paredes
cada vez más próximas, luchando por llegar. A derecha e izquierda los muros que
lo encerraban estaban húmedos, cubiertos de moho, y sus pies resbalaban sobre un
piso lleno de charcos. Exhausto, a punto de abandonar la travesía, comprobó que
el vericueto se abría a una ancha plazoleta con una brillante escalera al
fondo. Era de mármol veteado en rosa y estaba compuesta por nueve peldaños.
Corrió hacia allí y subió de dos en dos los escalones. Una mujer joven, vestida
de parda estameña, lo esperaba arriba.
-Al fin has llegado - dijo
sonriente.
Y él respiró tranquilo. En
aquel libro ella guardaba las respuestas a todas sus preguntas.

INCONGRUENTE
que yo ya no confío en la memoria.
Me devuelve momentos deformados
o me los embellece falsamente
con detalles que no vienen a cuento.
Ni siquiera es capaz mi retentiva
de ser fiel con mi imagen de otro tiempo,
con tal habilidad la desdibuja
que no me reconozco en el recuerdo.
En ocasiones me veo convertida
en maléfica hada
que muda en rana al príncipe,
y solo alguna vez,
de forma insólita,
me complazco en la fotografía
de una mujer auténtica.
He ido dejando atrás
a un ser caleidoscópico y diverso,
esparcido en fragmentos diminutos,
aislados, inconexos.
Soy como un personaje literario
ajeno a mi persona.
Incongruente.

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