UNA HISTORIA REAL
Mi abuela materna llevaba tres
meses en silencio, fijos los ojos en el techo de la habitación, ausente de lo
que la rodeaba y de sí misma. El día en el que decidió abandonar aquel cuerpo
viejo y cansado floreció mi viejo tronco del Brasil. En lo alto de sus hojas
nació un hermoso ramo de flores blancas, que durante muchos días esparció su
perfume por la casa, desde el atardecer hasta la salida del sol, como si se
hubiesen vertido litros de alguna esencia penetrante. La planta llevaba en casa
más de veinte años y jamás había hecho semejante alarde, pero lo cierto - ahora
lo tengo claro - es que su floración no era casual.
Durante
más de tres lustros el tronco volvió a comportarse como una discreta planta de
interior. Yo lo regaba, le quitaba las hojas secas, le abonaba en primavera y
hasta le cambiaba de tiesto y regalaba sus vástagos a los amigos, ya que se
había convertido en un formidable árbol. Pero lo que no advertí es que encima
de sus últimas hojas había aparecido de nuevo una vara de la que nacían unas
pequeñas bolas. Mi anciana suegra llevaba meses refugiada en sí misma, sin
comunicación alguna con los que la rodeaban. Y un día se fue, sencilla y
silenciosamente como había vivido. Y entonces, la vara surgida del tronco del
Brasil se abrió de nuevo. Esta vez sus flores eran más pequeñas y menos
fragantes, pero allí estaban conmemorando con toda solemnidad la muerte de un
ser querido.
Aquel
nuevo esfuerzo tuvo sus consecuencias en el árbol. Uno de sus tallos se secó,
perdió hojas y él y yo luchamos juntos para que no pereciera. Por fortuna a los
pocos meses recuperó su fuerza y primitivo verdor como si nada hubiera
sucedido. Y de nuevo cayeron páginas del calendario, sumándose seis años más al
reloj de la vida, hasta que mi padre, enfermo de Alzheimer desde hacía muchos años,
decidió por fin abandonar un mundo en el que todo le era ajeno, ni siquiera era
capaz de reconocer su propia imagen en el espejo. Mi viejo tronco acudió de nuevo a esta cita. Volvió a regalarme un hermoso ramo de flores blancas y perfumadas, que se
abrieron el mismo día que mi progenitor cerró los ojos.
Durante
este tiempo me han abandonado otros seres queridos por edad, o por esa cita con
la muerte a la que todos acudimos puntualmente. Mi querida planta sólo ha florecido
cuando el que abandona este mundo llevaba ya un tiempo al otro lado del
espejo. Quizá es el mensaje de que pertenecemos a todo lo que existe y sólo una
pequeña parte de la Mente Universal se encierra en nuestro cerebro.