AYLAN
No llevaba en sus manos ningún arma
ni su pequeña boca profería insultos.
No conocía el odio ni el desprecio
y tampoco adoraba a dioses belicosos.
Ensayaba sus pasos en la vida,
descubría los besos maternales
y las alegres nanas de los pájaros.
No albergaba rencores
ni disfrutó jamás de una venganza.
En un tiempo cubierto de ceniza,
en un tiempo de olvidos y deseos
triviales,
de mezquindad e indiferencia cómplices,
su corazón, ya terciopelo pálido,
sigue acusándonos frente al mar inhóspito.