EL
BISCUTER
-¿Qué
prefieres, una moto con sidecar o un coche?
-Un
coche. La moto es demasiado peligrosa.
Así
es como lo recuerdo, un día papá le dio una sorpresa a mamá, llamándola por
teléfono desde la misma fábrica en la que compró el Biscuter. Un sencillo
artefacto, con carrocería de color y consistencia de hojalata, que iba a llevar
de aquí para allá a seis personas: mis padres y cuatro niños. Calificarlo de
"coche" era un tanto pretencioso, era más bien una moto scooter con
cuatro ruedas. Había que tirar con energía de una manivela para encenderlo y no
contaba con marcha atrás, lo que por otra parte no suponía un grave
inconveniente. Dada su liviandad, sus conductores lo levantaban por el
parachoques trasero para arrimarlo a la acera. En invierno la gente hacía corro
para ver bajar del mínimo vehículo a una familia tan numerosa como la nuestra y
cuando hacía calor se quitaba la capota y nos parecía un magnífico deportivo.
Tenía solo dos asientos, pero entre estos y la parte de atrás quedaba un
pequeño espacio donde mi hermano de ocho años y yo de doce nos sentábamos de
lado. El pequeño de tres iba en una sillita plegable delante de mi madre, que a
su vez llevaba encima a mi hermana de un par de meses. Sería divertido ver las
caras de los actuales creadores de normas de seguridad para llevar a los niños
en el coche, si se enfrentaran a semejantes prácticas.
Papá
consideró que dejar el Biscuter aparcado en la calle podía ser una tentación
para los ladrones y buscó un garaje cercano para guardarlo. Ya no había que ir
al campo en el tranvía, cargados con la tortilla y los filetes empanados, y
muchos fines de semana subíamos hasta el puerto de los Leones. En el recorrido
debíamos parar varias veces porque el coche se ahogaba y se calaba en el
ascenso. Pero no tardamos mucho en encontrar la solución. Mi hermano y yo nos
bajábamos, calzábamos las ruedas traseras con piedras, mi padre lo ponía en
marcha, retirábamos las piedras y nos subíamos de nuevo a la carrera y en
marcha. Toda una aventura.
El
Biscuter creó una red de cordialidad y camaradería, y nos saludábamos con
alborozo al cruzarnos con nuestros iguales como si fuéramos descubridores de un
nuevo método de locomoción.
No
me gusta nada la nostalgia ni la practico, pero añoro aquella actitud nuestra
de disfrutar con lo más sencillo, seguramente fruto de tantas carencias. Nada
que ver con la frivolidad de una clase social que actualmente solo busca
acumular bienes cada vez más sofisticados e inservibles.
No se por qué, pero dudo que los niños de hoy quieran hacer algo semejante.
ResponderEliminarSaludos,
J.
Todo era muy distinto, amigo, en aquella época. El simple hecho de ir sobre cuatro ruedas y alejarnos de casa unos pocos kilómetros se convertía en una auténtica aventura.
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