LOS VENCIDOS
Me siento reflejada en los vencidos,
los que han perdido todas las batallas.
Me identifico con sus desolaciones,
con su afán de justicia, con sus luchas,
y comparto su abandono y sus lágrimas.
Por eso mismo temo a los vencedores.
Me disgustan sus himnos, sus banderas,
esos desfiles rítmicos de botas,
chapoteando en la sangre de sus víctimas.
Me dan miedo sus bélicas arengas,
sus relatos de gloria en los libros de
texto
y sus momificados adalides
en algún monumento megalítico.
Prefiero la inocencia de la rosa,
que se estrena y marchita
al tórrido contacto del sol de la canícula,
los primeros amores que celebran
la tregua de las balas,
la tregua de las balas,
las luminarias de miles de mecheros
o el jocoso aleteo de una paloma errante
que ha encontrado por fin el nido que
buscaba.
Vencidos de mil pueblos se yerguen a lo
lejos
y enarbolan sus níveas banderas
con promesas de paz y de justicia.
Avanzan imparables,
transformando depósitos de odio
en la pujanza invicta de la vida.
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