EL DESIERTO



Ha salido en tu busca la caricia
y le has dado la espalda.
A tientas ha pulsado
la aldaba de tu puerta
y no has querido abrirla
por miedo a que consiga

salvar el foso de los cocodrilos,
que vigilan hambrientos
el arribo de presas confiadas.


Has hecho oídos sordos
a palabras amables
y has levantado muros algodonosos,
que insonorizan lisonjas y tequieros,
esas proposiciones que derriban mayúsculas
y que obligan a dar alguna cosa a cambio.


Has cegado tus ojos con el antifaz negro
del rencor y del miedo
y sólo puedes ver el plúmbeo pretérito
envuelto en las tinieblas
de ofensas y desprecios del pasado.


Pero el mal nunca dura cien años.
Llegan los emisarios de la primavera.
El astro sol derrite los neveros
y el agua salta y escurre por taludes umbríos
haciendo germinar el desierto del alma.



 


LOS SEPULCROS SE ABRIERON

Hay cunetas ahítas de memoria

en caminos que llevan al olvido.

Y hay voces que susurran en los árboles

homicidios, torturas, improperios.

Se ofrecen en manojos de flores arrancadas

de la vida, aquellas que no están,

que en desbandada huyeron cual pájaros de hielo.

 

Secuestrada en la infancia,

creíste de verdad lo que contaban,

revueltas en tus labios las preguntas

que cayeron en sacos de mutismo.

Mas los días volaron, hojas secas de otoño,

hasta el fondo del alma adolescente.

Y entonces, cara a cara, te miró la mentira,

y atronaron los gritos, los lamentos,

los sepulcros se abrieron en cadena

y en todos palpitó una realidad resucitada. 


 

 




MOMENTOS

No puedo recordar
dónde quedó la pena acurrucada,
dónde cayó la lágrima inicial
que originó un océano de luto.
Tampoco soy capaz de descubrir
el lugar que ocuparon tus caricias,
qué punto de mi cuerpo inauguró el deleite
al roce de tus manos.
Perfumes infantiles,
risas disimuladas de la abuela,
sorpresas, aprensiones, abrazos imprevistos,
revoloteos de papeles deshechos,
la canción de Paul Anka proyectando su nombre,
tan temprano.
Algún beso robado,
un torrente de lágrimas, empapando la almohada,
la soledad, el miedo,
pero también la dicha inexplicable.
La vida, en fin, resuelta en santiamenes
que caben en un puño, en un suspiro apenas.
La vida tan esquiva.
Quimérica y ficticia como el sueño.

 La memoria configura nuestra identidad y en El Vértigo del Tiempo hay dolor y dicha, sorpresa y llanto, denuncia y gratitud: ese viaje que da forma a nuestra vida. Con prólogo de Carlos Bardem.




 

LA MAGA Y YO



 ¿Qué le impulsó a Cortázar a llamar Maga

a su mejor invento?

Un invento real, más cabal y objetivo

que yo misma.

La mayor diferencia entre ella y yo

es que la Maga pervive para siempre

en el fondo de un libro

y yo me fundiré, hundida en el silencio,

en la tumba del tiempo.

Desoigo los mensajes de mi mente

en la penumbra gris de la caverna,

donde se me confunden recados y preguntas

como el revoloteo de mil pájaros

que perdieron el rumbo del regreso a su nido.

¿Cómo encontrar la luz

que se me escapa esquiva?

¿Cómo encontrar refugio en negro sobre blanco?

Ojalá fuese Maga de Cortázar

y respirase siempre en las hojas de un libro.