UNA RESEÑA DE "LA DANZA DEL ESPÍRITU"
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El lugar de las cosas invisibles es el baúl donde guardamos lo ininteligible, lo recóndito: Sentimientos, deseos, dudas, momentos que pudieron ser y no fueron, instantes que no se ajustan a la lógica cotidiana. Aquello que solo puedes ver con los ojos del corazón.
Secreta visitante, oculta entre las alas de la noche,
las saetas doradas se colocan y
anuncian tu llegada.
No
conozco tu rostro y ya es eterno,
no he
oído tu voz y entona el más armónico aleluya,
tu
sonrisa es un arco de delicias
y tus
brazos abarcan todo el orbe desde un lecho de plata.
Tu aroma
de inocencia inunda los rincones del abuso
y las
torres repletas de cálculos mohosos
se
deshacen por las alcantarillas polvorientas.
Los
negros ascensores,
que
descienden veloces al fondo del averno,
sepultan a las sierpes y parásitos bípedos.
Depósitos
de odio explotan en burbujas
y
circulan por la fraterna senda del cariño
que borra
de impurezas los confines del tiempo.
Va
saliendo la aurora que anuncia un nuevo día.
Yo sé que Ellas te guardan.
LAS SIN PENDIENTES
Los arquetipos femeninos de mi infancia son mis abuelas. La materna, enfrascada siempre en la lectura de novelas de amor, quizá para neutralizar el recuerdo de un matrimonio por demás lamentable. La abuela paterna, analfabeta, luchadora e ignorante de la fuerza titánica que guardaba en su interior, mujer condenada a abrirse camino en la vida en solitario.
A las mujeres nos marcan nada más nacer. Hacen agujeros en los lóbulos de nuestras orejas, por otra parte una costumbre bastante bárbara. A los dieciséis años prescindí de los pendientes y cuando nació mi hija me negué a taladrarle la tierna piel, a pesar de las recomendaciones de familiares femeninas. Ahora, hombres y mujeres se agujerean el cuerpo alegremente y nadie les obliga, es solo una opción estética.
Nunca pensé que mi decisión de prescindir de los pendientes tuviese un trasfondo feminista, pero el otro día tuve ocasión de ver un documental sobre las "Sin Sombrero" y comprendí que a veces nuestro inconsciente va más lejos que nuestra propia realidad.
LA PAZ Y LA PALABRA
de
las mentes tullidas por metales abyectos.
La
guerra es la derrota de intereses mezquinos,
de
oscuros personajes que jamás conocieron
la
esperanza.
¿Dónde
quedó la paz desarbolada?
¿Por
qué no desenreda la palabra
el
ovillo de Ariadna?
¿Dónde
aguarda escondido el nuevo hombre?
¿Qué
vientre luminoso lo ha parido?
Mas
mi dios interior sigue mudo, distante.
No
sabe contestar o se niega a calmar
mi
intriga impertinente.
Y yo
imito al rapsoda,
que clama
en un desierto
de arenas infectadas por las voces del odio,
y
exijo sin descanso la paz y la palabra.