ENCRUCIJADAS


           


            Recuerdo escenarios por los que he transitado y a los que vuelvo con frecuencia en mis sueños. Lugares imposibles, ocultos en mi mente, que en muchas ocasiones parecen más reales que el sitio en donde vivo. Amores malogrados en un primer intento o seres que han pasado al otro lado con excesiva prisa me han hecho también hueco en sesiones oníricas. Me muevo libremente en vidas paralelas, que jamás se entrelazan, y que me convierten en un caleidoscopio de mí misma. No sé con cual quedarme de esas existencias. Supongo que si yerro en la elección, puede ser que me eclipse para siempre.




LLEGAR VIVA A LA MUERTE

Llegar viva a la muerte es mi deseo,
y avanzar con pasión hacia la nada
o hacia el todo, ¿acaso hay diferencia?

No volverme difunta antes de tiempo,
ni ave enjaulada sin trino en la garganta.

Quiero buscar la luz en las pupilas
que se abren a la vida,
quiero ser cual espuma en la galerna
y un llanto acelerado en las cascadas
y un bosque en el desierto
y un brindis con champán en un sepelio.
Quiero mirar el sol en medio de la noche
y danzar con la luna en los tejados
maullando mil consignas insurrectas.

Pues no hay muerte peor ni más inútil
que vivir sumergido en desengaños,
lamentando deseos que jamás se cumplieron.
EL CAMBIO




Qué malo es que se muera la esperanza
al pairo de las olas,
inerme y desvalida,
desarbolada por vientos de codicia.

Qué sin razón, qué idea incoherente
es insistir en vías sin salida.
Qué torpe el estribillo de la historia
que repite la misma melodía
del siervo y el poder que lo sojuzga.
Y qué largo se fue haciendo el camino
hacia un futuro frágil, siempre incierto,
a esa utopía que volaba esquiva.

Y sin embargo ya nos amanecen
acordes de bonanzas y de avances.
Ya se forja en el yunque la victoria,
el miedo se retira a su guarida
y el otoño sonríe y se resiste
a que el glacial invierno
se instale para siempre en nuestras vidas.




LA JUSTICIA



Tengo sed de justicia, lo confieso.
¿Cómo saciarla si nadie la despacha?
He corrido las tiendas de mi barrio
y no hay respuesta cuando la requiero.
Venden sentencias, laudos, galardones,
indultos, cambalaches y algún máster,
incluso proporcionan amnistías,
pero siempre me observan recelosos
cuando oso pronunciar, casi en susurro,
el vocablo justicia.
¿Se ha agotado el concepto?
¿Está obsoleto?
¿Se impartió acaso sin contrapartida?
Creo que se ha esfumado entre los labios
de los que gustan de otorgar limosnas,
ropas usadas, quizá alguna caricia
y suelen asistir con entusiasmo
a los rastrillos de damas de abolengo.




POBRES NIÑOS


Pobres niños del mundo
que vienen a la vida
desnudos de sentencias y de dioses.
Pobres niños que solamente gustan
de la dulzura del maná materno,
sin saber que el acíbar de las armas
emponzoña la luz que les rodea.

¡Pobres niños!
Pobre inocencia herida por la guerra
de negocios y utilidades varias,
que no entiende de ideas ni colores
y va a ser engullida por el ogro
que divide las almas y traza las fronteras.

Pobres niños del mundo,
que no conocen patrias ni pendones
y son enumerados en la lista de las categorías
apenas abandonan el claustro de la madre.
Arriban temblorosos a playas de abundancia
para morir ahogados en mares de petróleo
o viven entre mieles aprisionados, mudos,
por la mordaza abrupta que amaestra cerebros.

Pobres niños del mundo,
víctimas candorosas del monstruo que se nutre
de cuartos y cadáveres,

sois mis hijos, mi casta, mi joya más preciada.