A UNA AMIGA
para servirle
el triunfo tan esquivo
en bandeja de
plata.
Soportó sus
desdenes y traiciones
y le ofreció su
vida mansamente
como el
sembrado que se entrega al agua.
Y al llegar el
adiós inevitable
se sometió
paciente a los suplicios
quirúrgicos y
químicos,
porque dejarle
solo, me decía,
será su fin seguro.
Se sentía
atrapada en su cuerpo,
tenía que
marcharse,
sólo le
sujetaba su custodia.
No puedo
abandonarle, me decía,
no es capaz de
vivir sin nadie que lo cuide.
Y un día, ya
cansada, me confesó muy quedo,
sintiéndose
culpable:
ha llegado la
hora de partir,
no habrá más
tratamientos ni remedios
que me aten a
este mundo.
Cuidad de él
los amigos,
yo ya he hecho
bastante.
Y se apagó
deprisa, dulcemente,
dejando tras de
sí un rastro perfumado
de devoción y
amor inigualables.
No hay comentarios:
Publicar un comentario