Una armoniosa música de cítara le hizo abrir los ojos. Estaba en la
habitación del seminario y pensó que debía de haber dormido muchas horas porque
el sol estaba ya muy alto. Saltó de la cama y se asomó a la ventana. En medio
del jardín, Njieri lo saludó alegremente agitando la mano. Destacaba su blanca
sonrisa en el ébano de su piel. Llevaba su vestido de fiesta, aquél que la
hermana Fzana le hiciera para la inauguración de la nueva capilla y el pelo
recogido en numerosas y apretadas trenzas. Sus ojos brillaban excitados. ¿Cómo
habría llegado hasta allí? - se preguntó él.
Se vistió rápidamente y bajó a su encuentro. En el
vestíbulo, un grupo de hombres de piel oscura, armados hasta los dientes,
intercambió cuchicheos y se volvió para mirarlo. Habían hecho una hoguera en la
que quemaban libros y objetos de culto. Uno de ellos agitó un hisopo
señalándole.
-Hay que quitarle todo -
dijo.
Se abalanzaron sobre él y
le arrancaron la ropa. En ese momento comprendió que estaba vestido para
oficiar, porque lo primero que le arrebataron fue una hermosa casulla dorada.
Después, prenda a prenda, lo dejaron desnudo. Veía sus rostros deformados por
la ira, rostros hutus que clamaban venganza, rostros rebosantes de odio, de un
odio secular hacia el enemigo, hacia el agresor, hacia el blanco. Tendido en el
suelo, soportó sus burlas e intentó, sin lograrlo, cubrir su desnudez. Uno
dijo:
-Aún está demasiado
vestido.
Entonces clavaron las uñas
en su piel, e igual que con cuchillos la fueron desgarrando hasta convertirlo
en un despojo sanguinolento; borraron a golpes sus rasgos, machacaron su
cráneo. Sorprendentemente no sintió dolor, sino una fresca sensación de
libertad. El aire penetraba por cada uno de sus poros infundiéndole una
ligereza jamás experimentada. Los hombres se separaron y lo contemplaron en
silencio. Y él comprobó que tampoco ellos tenían piel ni rostro. Bailaban sus
globos oculares en el fondo de cuencas desnudas y una sonrisa amable se distendía
en músculos sin labios. Lo dejaron ir con murmullos de ánimo como despidiéndose
de un amigo. Y al salir al jardín la vio a ella. Lo esperaba en lo alto del
pescante de un viejo carromato.
-Eres uno de ellos - le dijo.
Y él tomó asiento junto a los otros.
(FRAGMENTO DE "LA CONJURA DE LOS SABIOS")
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