CON ESA INGRATITUD

Con esa ingratitud de los párvulos años
les gritaba:
“¡Yo a nadie le pedí venir al mundo!
Y ellos, maniatados por pactos de secretos ajenos,
destilaban silencios y miradas furtivas.

Fueron los suyos días de las mil prohibiciones,
días de cantilenas de misas y beatas.
Amar era pecado,
y el odio hacia el hermano era virtud bizarra
en el nombre de Dios y de la Patria.
Con el yugo y las flechas,
asfixia y amenaza de la idea,  
se marcaban los nombres de los pueblos
y el luto de las muertes silenciadas
velaba las pupilas.

Pero ella era muy joven y a salvo de la muerte,
sus únicas batallas eran contra las normas
que aprisionan pasiones, que encierran los deseos
y que impiden rasgar el fin del horizonte.

Era tanto su peso de amargura que tenía que huir
para salvarse,
volar hacia las nubes sin descanso
hasta quemar sus alas.
¿Me habéis dado la vida? ¡Vaya cosa!
¡No es regalo, es veneno!
Así gritaba quien era la invención
de la noche de un dios enamorado.

Los años han cubierto con silencios de nieve
quejas y rebeldía.
Ya sabe que vivir es la mayor ofrenda
y, aunque tarde, 
quiere escribir su gratitud ardiente
encima de las olas que les sirven de lápida.






  


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