SE ROMPEN LAS ESQUINAS DE MI ALMA

y dejan escapar ríos de negra hiel

al ver el espectáculo de la fiera inclemente

que devora a sus hijos como hiciera Saturno.

 

Esos niños famélicos son míos.

También lo son los que se engulle el agua

que arriban a la arena cual flores naufragadas

y revisten de luto a alguna extraviada gaviota.

 

Y es que hay gente que cierra las puertas a la vida,

como ocultan los gritos que reclaman justicia.

Labios sellados, oídos taponados,

ojos ciegos y secos al dolor de los otros.

Así nos quiere el siglo veintiuno. 

 

¿Qué mundo es este, que hasta la vergüenza

se ha vendado los ojos

para no soportar tanta indecencia?

Y sigo boquiabierta al ver la mansedumbre

del hombre que acarrea la roca como Sísifo

una vez y mil veces hasta el fin de la vida,

sin protestar, callado,

aceptando el castigo de haber nacido siervo.