DE "EL CAN DESCABEZADO", RELATO DE CUENTOS DEL OTRO LADO





Un violento escalofrío le sacudió de pies a cabeza. Aquellas tres palabras eran una broma macabra, la confirmación de que no había un lugar en el mundo en donde esconderse. Le remitían a la imagen que le obsesionaba desde hacía dos meses: La cabeza de Thor, chorreando sangre sobre el césped. Pasó la página, dominando una náusea, y echó un vistazo a las hojas manuscritas con una letra apretada y clara.

Ya no se oía el rugir del viento. Sólo el crepitar de los troncos rompía el silencio que le rodeaba. Un silencio solemne, milenario, desconocido para un hombre de ciudad como Claudio. Tomó una bocanada de aire e intentó controlar su respiración agitada, los latidos de sus sienes, el temblor de sus manos. Quizá se trataba de una coincidencia y aquello era un simple cuento de terror. Pero, ¿era posible semejante coincidencia? ¿Había más de una mente capaz de unir las palabras can y descabezado? Atenazado por el miedo, comenzó a leer el relato.  Decía así:
SI VOLVIERA A NACER



Si volviera a nacer
derribaría todas las fronteras
que separan mi ser de lo absoluto.
Dejaría de lado la cautela
y me echaría en brazos del destino,
Porque muchos momentos escaparon
al paso de los días, intangibles,
como soñados por una mente huida.

A veces en recodos del camino
se quedaron los besos suspendidos
en medio de los labios.
Y palabras no dichas hundieron la esperanza
 en medio del desierto más estéril.
Soñé con ser un ave migratoria
y fui gallina que soñaba nubes.
Y en vez de reportera de batallas
me convertí en vestal,
en guardiana del fuego.

Si volviera a nacer no escaparías,
me ceñiría a tu cuerpo como hiedra
y serías las alas que buscaban mis ojos.



MOMENTOS


No puedo recordar
dónde quedó la pena acurrucada,
dónde cayó la lágrima inicial
que originó un océano de luto.

Tampoco soy capaz de descubrir
el lugar que ocuparon tus caricias,
qué punto de mi cuerpo inauguró el deleite
al roce de tus manos.

Perfumes infantiles,
risas disimuladas de la abuela,
sorpresas, aprensiones, abrazos imprevistos,
revoloteos de papeles deshechos,
la canción de Paul Anka proyectando su nombre,
tan temprano.
Algún beso robado,
un torrente de lágrimas, empapando la almohada,
la soledad, el miedo,
pero también la dicha inexplicable.

La vida, en fin, resuelta en santiamenes
que caben en un puño, en un suspiro apenas.
La vida tan esquiva.
Quimérica y ficticia como el sueño.
AYLAN 

No llevaba en sus manos ningún arma
ni su pequeña boca profería insultos.
No conocía el odio ni el desprecio
y tampoco adoraba a dioses belicosos.

Ensayaba sus pasos en la vida,
descubría los besos maternales
y las alegres nanas de los pájaros. 
No albergaba rencores
ni disfrutó jamás de una venganza.

En un tiempo cubierto de ceniza,
en un tiempo de olvidos y deseos triviales,
de mezquindad e indiferencia cómplices,
su corazón, ya terciopelo pálido,
sigue acusándonos frente al mar inhóspito.