CENA FAMILIAR




Cenamos rodeados de invitados ausentes
y de algunos silencios que nadie provocaba.

No alternes chico-chica,
calculé al ordenar los puestos de la mesa,
mejor deja los huecos para esos 
que dejaron de ir a fiestas familiares.

Papá reflexionaba en las estrellas que cuando se colapsan
provocan cavidades en el alma del cosmos.
Mamá sostuvo en brazos encantada a su nueva bisnieta.
Mi hermana, embellecida con las flores del tronco del Brasil,
acompañó a sus chicos todo el rato.
Y mi hija, en silencio, sonreía.
El asombro no tiene alcance alguno 
en las almas antiguas.
                                               
                                         No estuvo mal la cena, sin embargo.
Aunque el turrón a veces evocase 
el sabor de las lágrimas.

PREGUNTAS 





    
            Yo tenía ya dieciséis años y estaba próxima la fiesta de Reyes. Seguramente mi madre no sabía qué comprar a una adolescente rebelde y protestona que hacía años había dejado de creer en tres monarcas ataviados con ropas raras, que se trasladaban en camellos, allanaban domicilios y eran capaces de dejar juguetes a todos los niños del país en una sola noche. La leyenda era preciosa, pero no tenía mucho sentido que mi madre comprara, como mágico regalo para su hija mayor, un pequeño piano de plástico con una sola escala. Cuando lo vi, colocado junto a los juguetes de mis hermanos más pequeños, me quedé a cuadros. No fui capaz de protestar, solo pronuncié un gracias llena de estupor.
               
              Tengo que decir que en aquella época me encantaba Paul Anka, sin duda la estrella musical más admirada en los guateques. Soñaba con tener su mejor disco, "Diana" - él decía Daiana - pero sin tocadiscos, en casa no había dinero para eso, era difícil poder escuchar la canción. Yo no sabía música y aún no me explico cómo pude encontrar entre las siete notas simples de la escala de aquel juguete la melodía que tanto me gustaba. Debió de ser un ejercicio de increíble paciencia - virtud rara en mí - el buscar una y otra vez mi canción aporreando las teclas. Cuando lo conseguí, llegué a tocarla sin mirar, a toda velocidad, y luego aquel instrumento absurdo quedó olvidado para siempre.

"Soy tan joven y tú tan vieja, 
esto, querida, me han dicho. 
No me importa lo que digan ellos, 
porque siempre rezaré. 
Tú y yo seremos libres 
como los pájaros en los árboles 
Ooh, por favor, quédate conmigo, Diana".

          Esta es la traducción de la letra, que entonces yo no entendía, ya que en el colegio se estudiaba francés. Ahora sé que sin duda es una oración. Nueve años después nació mi hija. La adolescencia era algo olvidado y se había llevado consigo a Paul Anka, sus canciones, los guateques y en buena parte mi rebeldía. Pero no lo dudé, mi hija se llamó Diana. Y ella siempre dijo de sí misma - no sé por qué - que era un alma vieja.
               
               "Por favor, quédate conmigo, Diana". En mi caso el deseo no se cumplió.
              
                ¿Me traicionó el subconsciente recordando a mi admirado cantante de otros tiempos? O más bien, ¿el tiempo secuencial, tal como lo percibimos nosotros, no existe y es todo simultáneo?  
                
PETICIONES






Los muertos nos ahogan,
atascan la salida de la casa,
nos acusan con los ojos abiertos
desde el fondo del mar que decimos que es nuestro.

La dignidad se esconde corrida tras sus lágrimas
y la infancia se cuela en mil barcas maltrechas
sin papeles ni pólizas legales
que avalen a la entrada.

Y mientras centenares de gritos indecentes
nos hieren los oídos con su odio implacable.
Son restos de pasados putrefactos,
henchidos de arrogancia,
saturados de miedos egoístas
y escrúpulos abyectos y humillantes.

Yo pido desde aquí ayuda a las conciencias
que no están aún lastradas por olvido o codicias,
ni por tibiezas y apatías varias.
Lanzo un grito de ayuda y de socorro
para los desdichados de bolsillos vacíos
y mentes atestadas de sueños y deseos
de una vida tranquila.

Pido la paz, hermanos, lo mismo que el poeta,
y la palabra amiga sin dudas ni excepciones
que excluyan o rechacen.
Exijo un mundo nuevo,
un acuerdo firmado con mayúsculas letras,
sin anexos tramposos,
sin añadidos estampados en sangre.
  



LA ESPERANZA
Si no creyera en la esperanza...
(Silvio Rodriguez)
Foto Gabriel Tizon


La pobreza se extiende como el vómito agrio
de una rata de iglesia ahíta de limosnas.

Llegaron los mil judas a cenar hipotecas 

regadas con el hambre de los niños.
Y llovieron los besos rebosantes de babas,
y se oyeron campanas que tocaban a muerto,
y el futuro cercano se envolvió
en un triste sudario de amargura.

Pero en medio del pecho
me nace, luna blanca, la esperanza.
Pequeña todavía, algo bisoña,
pero aguerrida y limpia,
repleta de promesas, de mañanas felices.

Una esperanza nívea que sepulta
en el lodo de ayer las ideas caducas.
Una esperanza renovada, firme,
que me arranca las costras de tristeza,
y moldea la arcilla del futuro
a las luces del cambio que amanece.










UNA ESTRELLA FUGAZ


Yo he visto el parpadeo de una estrella fugaz,
su estela me acompaña a través de la lluvia
porque hasta el cielo extraña su presencia y su brillo.

Una estrella en mil noches de insomnio y pesadillas
que ha dejado en la sombra mi casa de la infancia.
hay ecos de canciones, de disfraces, de risas,
más la llave oxidada no abrirá más las puertas
de cuartos y jardines.

Y el horizonte yermo se extiende ante mis pies
sepultando las ruinas de noches de disfraces,
del amigo invisible, de niños y de abuelos,
de besos, de canciones, de libertad sin ira.

Callad.
La infancia duerme.
Dejad que me acurruque en los recuerdos.


EL OTOÑO



Ha llegado el otoño con su manto de olvido.
Caen recuerdos de infancia,
amarillentos y desordenados.
Ha llegado el otoño con su color de sangre,
con sus sandalias rotas,
y nostalgias de auroras encendidas.

La luz cierra los ojos ya saciada,
y el corazón del niño
lleva ya mil remiendos y retoques
por que siga tirando.

Mi tronco del Brasil,
ese que me consuela con sus flores
y anuncia despedidas,
exhibe un nuevo adorno
en su melena verde.
Se repiten los ciclos interminablemente.
Vida y muerte se alternan
y yo sigo expectante.


QUÉ QUEDARÁ DE MÍ



¿Qué quedará de mí cuando me vaya?
¿Un recuerdo, unas letras,
o más bien una nada sin luces y sin ruido?

¿Qué quedará, cuando el débil destello
que anuncia la mañana no lo vean mis ojos?
Quizá el mundo, mi mundo se colapse,
y haya otro mundo justo e inocente.
Quizá esa confusión que yo percibo
agonice a la vez que mi mirada.

O tal vez, ¿por qué no?, siga el globo girando
y vague el ser humano como siempre
sin reposo y sin rumbo,
y persistan de modo interminable
preguntas reiteradas sin respuesta.

Yo no preguntaré.
No preguntan las cáscaras vacías.