SONAMBULISMO

            Me he visto en un sueño desgraciado, donde la calva insomne laboraba sin tregua y la injusticia se multiplicaba como una pandemia catastrófica. En un frío escenario futurista, que recordaba a Blade Runner, me había bastado con apretar un dispositivo para poner en marcha la película. Asombrada, yo misma la veía en una gran pantalla y me contemplaba dentro y fuera de una cinta plagada de tragedias. Bajo los tejados de aquel mundo fabricado por mi mente, se agitaban los debates, las múltiples cópulas, los llantos de niños y las torpezas de los ancianos, que habían pasado a ser los hijos de aquellos que lloraban. Y también hombres y mujeres, bebiendo soledad de una botella; vigilantes nocturnos, que habían olvidado la luz del sol; soldados, haciendo prácticas de tiro sobre muñecos con forma humana, y ladrones asaltando joyerías. Todos ellos atados a una noria de la que no podían escapar.  
       
       Gobernantes toscos e incapaces llevaban a la humanidad al desastre, ungidos a otra dantesca rueda desde donde únicamente podían verse entre ellos. Encerrados en sus despachos, dividían el orbe entre amigos y enemigos, pobres y ricos, productores y consumidores, y enfrentaban con colores, banderas y muros a unos hombres contra otros. También creaban guerras, inventaban crisis económicas y gestionaban la información, ocultando datos y divulgando hasta la extenuación peligros de todo tipo, 
      
      Pero había un círculo que les abarcaba a todos, por encima de razas, prestigio e incluso capacidad mental: el Miedo. Un círculo oscuro que a los poderosos les obligaba a reprimir y castigar y a los otros les paralizaba y embrutecía.
     
       No me gustaba aquella historia y decidí apagar la proyección. Al fin y al cabo lo único que tenía que hacer era apretar un botón para mudar de universo.
    
        Y entonces desperté. 
   
    Ni siquiera he abierto las ventanas todavía. Me da miedo comprobar que no ha cambiado la película.






(Anagrama en homenaje a Cortazar)




CORTARÉ RAYA AZUL



          Los bordes del libro estaban doblados y amarillentos y por sus márgenes desfilaban a lápiz diminutas palabras, como hormigas en busca de alimento. Del tipo de: “Cuando mi vida acabe, ¿acabará también ese algo que me vive?” En fin, pura mística. 
              
               ¿Cuántas veces habría leído la novela? Le gustaba sentirse la Maga y hasta enamorarse algunos días de Oliveira. Elaboraba historias imposibles en su mente y las vertía luego en su diario, donde parecían tan reales como la existencia. No, mucho más reales. Su existencia era evanescente como el sueño.
            
                 “Cortaré el horizonte con mis manos, la raya azul que une el mar y el cielo. Y miraré allí dentro, bien adentro”.
            
                 Era la última anotación del diario de Lena. La titulaba: Cortaré Raya Azul. Extraño título. Fecha: 12 de noviembre. El 13 de noviembre entró en el mar, se alejó caminando por entre las olas y no volvió nunca.


            Yo me llevé su libro de Rayuela. Al fin y al cabo, cuando lo presenté, yo mismo se lo había dedicado y a ella le habría gustado que lo guardase.  




DE "LA CONJURA DE LOS SABIOS"

Al otro lado de la plaza, el grupo de emigrantes sentados en el suelo se repartía unas frugales viandas y un muchacho muy joven llenaba unas botellas de plástico en una fuente cercana. Al oír las sirenas se pusieron en pie y retrocedieron sobresaltados. Un policía se les acercó y entabló una corta conversación con uno de ellos. Fue entonces cuando Julia descubrió que se trataba de Ahmed. Decidió aproximarse pero le fue imposible hacerlo porque, a una señal del agente, el resto de las fuerzas del orden corrió hacia donde estaba el grupo e inició una brutal ofensiva. El humo denso de los gases lacrimógenos difuminaba las figuras y hacía irrespirable el ambiente. Llovían golpes, gritos e insultos sin que aquellos hombres, cercados y sin escapatoria, consiguieran ponerse a salvo. El chico que había ido a la fuente con las botellas, corrió como alma que lleva el diablo a través de la plaza dirigiéndose a Julia. Le tendía un papel como si quisiera entregárselo. Dos agentes lo descubrieron y lo acorralaron a pocos pasos de donde ella estaba. Uno de los guardias descargó la porra sobre su cabeza al grito de “¡Sube al furgón!”. El muchacho cayó al suelo y, en un abrir y cerrar de ojos, los porrazos y patadas lo convirtieron en un pelele informe a los pies de Julia que, rígida y paralizada, contemplaba aquel rostro despavorido y ensangrentado. Él se protegía con los brazos para esquivar los golpes mirándola con una súplica desesperada de ayuda, y ella, como despertando de un letargo, intentó retener a los agentes, pero fue rechazada de un violento empujón contra la puerta del convento. El chico dejó caer el papel y, a cuatro patas como estaba, palpó el suelo buscándolo con las manos como un ciego, pero una última y certera patada en plena cara se lo impidió. Los guardias lo arrastraron hasta el furgón y Julia aporreó el timbre del portero automático pidiendo socorro a gritos. Su voz fue ahogada por el estrépito de la refriega y el ulular de las sirenas que no habían parado de sonar. Algunos inmigrantes eran arrastrados hasta los coches y otros se dispersaban por la plaza sin saber a dónde ir. Julia había perdido de vista a Ahmed. Cubriéndose boca y nariz con las manos para protegerse de los gases, seguía apoyada contra la cancela del seminario y al comprobar que ésta cedía, entró y corrió a través del jardín. Había perdido un zapato y sentía el frío de las losas bajo el pie. Y el miedo, un terror impreciso nunca sentido, hacía latir su corazón y nublaba sus ojos. Al fondo del patio, en el umbral de un porche acristalado, un hombre pequeño y desmedrado la esperaba, mirándola con ojos desencajados.



ESE BESO NO DADO



Ese beso no dado
se quedó para siempre colgado de tus labios.
La protesta acallada
rebotó en el asfalto
y se instaló en la mente de un rebelde sin causa.

La idea reprimida
tejió sus mil historias en otros universos.
Y la cándida lágrima
que nunca enjugó nadie
sumergió nuestro mundo en desbordante océano.

Los te quiero no dichos
crearon mil poemas sin ayudas ajenas
y los enamorados
que nunca se encontraron
tiñeron de carmines el confín del crepúsculo.

Los trenes extraviados
descubrieron paradas imposibles

y las barcas varadas en los embarcaderos
elevaron sus remos hasta la Vía Láctea.

Mas yo guardé el te amo al fondo del armario.
Allí estará a cubierto.
Puede que alguien lo use como abrigo en invierno.


QUISIERA





Yo quisiera ser nieve de tus sienes
y una flor escondida en tus grutas rocosas.
Quisiera ser el agua para tu afán sediento
y atisbar el futuro dentro de tus pupilas.
Quisiera ser el tacto de tus manos desnudas
y la primera luz que al alba te despierta.
Quisiera ser la sangre que anima tus latidos
y la imagen que danza en tus sueños felices.

Quisiera ser Shambala para tus utopías
y el arcángel Miguel que mate tus dragones,
y un unicornio en tu alma,
y un caos para el orden que te imponen
y tu anhelado Edén en medio de la nada.

Quisiera enamorarme de tu mente
sin género, sin cuerpo, sin imagen
y ser dos pulsaciones en el cosmos,
ayudando a expandir el universo.

Quisiera... no sé yo lo que quisiera,
quizá una aurora eterna
sin jornadas sombrías
y sin negarnos nunca
por la resignación ante el destino,
o por treinta monedas
de intereses espurios.










DE ÁNGELES

He visto allá a lo lejos 
al Ángel de la Muerte.
Se alejaba despacio sin mirarme.
¿Por qué a mí me respeta?
¿Acaso no le gusto?
Le noto desatento, lejano, poco afable.

En alguna ocasión se vino hasta mi casa
y taló mi jardín con su guadaña.
Furtivo, solapado, traicionero,
transformó en un desierto baldío e infecundo
la ubérrima arboleda.

Y sin embargo me llevó de su mano
en mil vidas y universos distintos.
Por eso lo conozco,
aunque en esta existencia,
y en algún recorrido tenebroso,
le reclamé y me volvió la espalda.

Disfruto pues su olvido,
acariciada por la nueva mañana.
Lleno de risas los momentos lóbregos
y alfombro de esperanza los paseos,
porque éste en el que estoy
puede ser un gran día como dice el juglar
y ángeles más sociables
me esperan a la vuelta de la esquina.







EL BAILE

Siempre es comprometido
entrar sin que te inviten a una fiesta.
No te lamentes luego
si atraes malas miradas
o si en cualquier momento
te ponen de patitas en la calle.

Pero es que el aislamiento
resulta interminable y aburrido
y escoges tu disfraz sin apenas pensarlo,
uniéndote al festejo
sin medir consecuencias
ni ensayar previamente
los pasos de los bailes.

Y al fin, los anfitriones
a su pesar te aceptan resignados.
Qué imprudente, se susurran muy quedo.
¿Quién la llamó?, preguntan azarados.

Mas existen danzantes
que se acoplan fácilmente a tus pasos,
que ignoran tus tropiezos
y que pasan por alto
discordancias de ritmos y compases.

E ignoran que tú inicias una cumbia
cuando ellos bailan valses,
y soplan generosos en tu oído
los siguientes acordes.

Así pasa la vida, baile a baile.
Ojalá no me pille inadvertida
con el paso cambiado.