EL TIEMPO

Inevitablemente,
ha ido aumentando el número
del encabezamiento de nuestro calendario.
Dejamos muy atrás la epopeya de Kubrik
y el relato de Verne que prometía la luna,
y atravesamos el fin del horizonte.

Ahora al mirar atrás
destella entre la niebla del pasado
algún suceso que aún nos estremece.
Su primera sonrisa,
una canción llenando un coliseo,
o un abrazo que tú no habías previsto.
Instantes que sin duda
no fueron sometidos al dictamen del tiempo.

Pero también rescatas del olvido,
como si fuera ayer u hoy lo sucedido,
la grieta que te parte en dos el alma
por un paso no dado,
por un te amo no dicho,
por una despedida indeseada
apenas al inicio del camino.

Y te preguntas qué es eso del tiempo,
si cuentas con los dedos de la mano
momentos trascendentes.
Quizá es que caminaste con los ojos cerrados
y ahora hay que transitar
con los pies despojados de proyectos
para que te deslumbre
el fulgor del presente.










          Una armoniosa música de cítara le hizo abrir los ojos. Estaba en la habitación del seminario y pensó que debía de haber dormido muchas horas porque el sol estaba ya muy alto. Saltó de la cama y se asomó a la ventana. En medio del jardín, Njieri lo saludó alegremente agitando la mano. Destacaba su blanca sonrisa en el ébano de su piel. Llevaba su vestido de fiesta, aquél que la hermana Fzana le hiciera para la inauguración de la nueva capilla y el pelo recogido en numerosas y apretadas trenzas. Sus ojos brillaban excitados. ¿Cómo habría llegado hasta allí? - se preguntó él.
Se vistió rápidamente y bajó a su encuentro. En el vestíbulo, un grupo de hombres de piel oscura, armados hasta los dientes, intercambió cuchicheos y se volvió para mirarlo. Habían hecho una hoguera en la que quemaban libros y objetos de culto. Uno de ellos agitó un hisopo señalándole.
            -Hay que quitarle todo - dijo.
        Se abalanzaron sobre él y le arrancaron la ropa. En ese momento comprendió que estaba vestido para oficiar, porque lo primero que le arrebataron fue una hermosa casulla dorada. Después, prenda a prenda, lo dejaron desnudo. Veía sus rostros deformados por la ira, rostros hutus que clamaban venganza, rostros rebosantes de odio, de un odio secular hacia el enemigo, hacia el agresor, hacia el blanco. Tendido en el suelo, soportó sus burlas e intentó, sin lograrlo, cubrir su desnudez. Uno dijo:
            -Aún está demasiado vestido.
      Entonces clavaron las uñas en su piel, e igual que con cuchillos la fueron desgarrando hasta convertirlo en un despojo sanguinolento; borraron a golpes sus rasgos, machacaron su cráneo. Sorprendentemente no sintió dolor, sino una fresca sensación de libertad. El aire penetraba por cada uno de sus poros infundiéndole una ligereza jamás experimentada. Los hombres se separaron y lo contemplaron en silencio. Y él comprobó que tampoco ellos tenían piel ni rostro. Bailaban sus globos oculares en el fondo de cuencas desnudas y una sonrisa amable se distendía en músculos sin labios. Lo dejaron ir con murmullos de ánimo como despidiéndose de un amigo. Y al salir al jardín la vio a ella. Lo esperaba en lo alto del pescante de un viejo carromato.
-Eres uno de ellos - le dijo.
Y él tomó asiento junto a los otros.

(FRAGMENTO DE "LA CONJURA DE LOS SABIOS")




SE PASÓ LA EXISTENCIA

Se pasó la existencia sofocando
las quejas y recelos contra el hombre.
Él es el creador, le habían dicho,
tú eres débil, inculta, desvalida,
necesitas su empuje y su cuidado.

Le descargó en los brazos
su equipaje de ideas,
sus deseos,
su horizonte nuboso
y una fotografía amarillenta
de un muchacho con el que había soñado.

Y segundo a segundo,
instante tras instante, silenciosa,
caminó por un delgado cable
sobre un abismo de posibles errores.
Llorar lloraba sola
y si un día gozaba
ahogaba sus gemidos en la almohada.

Aprendió a consentir sus extravíos,
y buscó el beneplácito
en el imperceptible guiño de sus cejas.
Descifrando resoplidos y risas,
permaneció a la sombra de su hombría.
Anduvo entre pucheros y bayetas,
parió cuando era hora
y se secó su vida suavemente,
sin apenas notarlo.

Sólo al final,
desnuda ya de deberes y encargos,
miró allá adentro, en su nada infinita,
el transcurso anodino de los días
y comprendió sin miedo a equivocarse
que su simple presencia
había puesto en marcha un universo.






Jamás había estado en aquella ciudad devastada. Sólo la luna y las cercanas explosiones la iluminaban. La mayoría de los edificios se habían derrumbado y las huellas de los proyectiles y de las bombas en las fachadas, los cristales rotos, la falta absoluta de signos de vida, todo ello ponía de manifiesto que sus moradores habían huido a un sitio más seguro. Lo difícil era que hubieran podido encontrarlo porque seguían oyéndose las descargas de misiles y ametralladoras, y los aviones sobrevolaban incesantemente la zona evacuando su mortal excremento. La mujer se preguntaba cómo habría llegado hasta allí, y seguía caminando por entre las ruinas porque alguien la esperaba, aunque hubiera olvidado quién. En el centro de la destrozada urbe, un hotel, que en tiempos fuera un elegante alojamiento para turistas y que ahora tenía el mismo aspecto maltrecho del resto de las viviendas, permanecía milagrosamente en pie. En el vestíbulo se amontonaban los sacos terreros y un montón de trastos inservibles, y, repartidas por las mesas y el mostrador de recepción, las velas y lámparas de petróleo suplían la falta de fluido eléctrico. En un rincón del hall cuatro personajes se sentaban alrededor de una mesa. Junto a ellos había unos barreños con agua y unas ropas manchadas de sangre. Seguramente habían atendido allí a algún herido. Antes de acercarse, los observó sin ser descubierta: Un joven barbudo, tocado con un blanco turbante, una mujer cubierta por un burka, un hombre maduro de larga barba e imponente fisonomía, y... Hassan Liaqat. En aquel momento recordó que era la persona con quien debía entrevistarse, y le sorprendió el hecho de que encajara perfectamente con la idea que de él se había formado: de mediana edad y aspecto enfermizo, llevaba el largo cabello entrecano, recogido con una cinta en la nuca y vestía un sencillo atuendo deportivo.
-Hassan - lo llamó.
Él levantó la cabeza y le indicó, apenas sin mirarla, un taburete para que se sentara con ellos. Sobre la mesa, había cuatro medallones con unos caracteres en árabe. Era la tarjeta de presentación, y ella depositó el suyo, idéntico, junto a los otros. Entonces la mujer se levantó el sudario y la sonrió dulcemente. Muy morena de tez, tenía unos hermosos ojos oscuros. Los otros dos hombres inclinaron la cabeza en un respetuoso gesto de bienvenida.
-¿Estás bien? - le preguntó inquieta a Hassan. Había temido incluso por su vida.
Él asintió y explicó que apenas tenían tiempo. No tardarían en llegar.
-Oí aquellos gritos y pensé... - balbuceó ella, y luego señalando las telas manchadas de sangre - ¿Te han herido?
-No - se iluminó el rostro de Hassan con una sonrisa - Los gritos y la sangre son de una mujer que acaba de dar a luz a una criatura. En medio de la muerte: la vida. Es así. 

(FRAGMENTO DE "LA CONJURA DE LOS SABIOS")
PRÓLOGO DE NOVELA



            No sé qué hacer, porque me sigue a todas partes. Cuando paseo al perro, cuando leo un libro, cuando cocino, incluso cuando trato de coger el sueño, cansada de las idas y venidas del día. Se llama Babel. Es un nombre raro, lo sé, pero en realidad fui yo quien la bauticé, poniendo de manifiesto, quizá, mi propia confusión y también porque ella me ha asegurado que quiere ocultar su verdadera identidad: lleva mucho tiempo huyendo de su pasado.
           Tiene casi setenta años y es una anciana atractiva, aunque no se acicale ni vista ropa de marca, es más bien descuidada en su atuendo. Unos viejos vaqueros y un jersey amplio cubren un cuerpo tal vez excesivamente delgado, ágil todavía. Nunca se ha teñido, su cabello es gris, rizoso, y constituye el marco ideal para su cutis claro y unos ojos azul metálico. Ha sido una mujer hermosa. La frente amplia, los labios carnosos y un óvalo perfecto guardan el recuerdo de un rostro clásico y atrayente, a pesar de las arrugas de su cuello y de las comisuras de su boca que, como flechas, señalan hacia abajo. Pero no sé por qué me molesto en describirla, puesto que soy yo quien la ha creado. La he hecho orgullosa de sí misma y de su actitud ante la vida, a pesar de los dolorosos acontecimientos que padeció en España a finales de los años sesenta y que la hicieron trasladarse a París. Ha conseguido tener la mejor tienda de antigüedades de la ciudad de la luz en Montmatre. Es respetada y admirada por muchos, sobre todo por Adele, la persona que la ha ayudado en todo y  comparte su vida.
            Un día descubre una noticia en el periódico, encabezada por la fotografía de una joven recientemente desaparecida. La muchacha es americana, hija de una conocida actriz, y Babel contempla con sorpresa que es su vivo retrato de hace cincuenta años. Compara esa imagen con fotos de cuando ella era joven y comprueba que ambas parecen la misma persona. La lectura de la noticia rompe la paz que Babel creía haber conseguido por fin.
            La verdad es que yo había abandonado esta historia y ahora ella quiere que la continúe. Se embarca en interminables monólogos, animándome a ello a cualquier hora del día o de la noche. Esta mañana, al despertarme, la he descubierto sentada a los pies de mi cama.
            -¿Qué haces aquí?- le he preguntado pacientemente- Vives en París.
            -No - me contesta ella con cierta altanería-. Vivo en tu mente.
            Y así ha empezado todo.





FRAGMENTO DE "ANJALI"
(CUENTOS DEL OTRO LADO)





    Los problemas de Anjali comenzaron cuando su padre no pudo completar el pago de su dote. Tiene otras dos hermanas y casar a tres hijas es una tarea casi imposible para una familia india de escasos recursos. Apenas fue satisfecha la mitad de la cantidad acordada con Mukesh, y a partir de aquel momento, la joven se vio envuelta en un torbellino de humillaciones y golpes. Desde entonces intenta pasar desapercibida, obedece las órdenes que le dan sin rechistar y complace en todo a Mukesh, aunque sea una tarea difícil sonreír con naturalidad frente a sus continuos desprecios. Lo conoció una semana antes de la boda y desde el primer momento se sintió cohibida por su voz ronca, su mirada inquisitiva y ese corpachón de gigante que la hace sentir insignificante. Jamás ha recibido una frase amable ni una caricia de su marido. La primera noche le arrancó la ropa sin decir una palabra, se echó sobre ella y la partió en dos, sofocándola con broncos gemidos. Luego le dio la espalda y se hundió en un pesado sueño. Y Anjali estuvo llorando durante largo rato, muy quedo para no despertarle, preguntándose por qué se sentía tan triste.


   Las manos de la muchacha acarician maquinalmente las hojas de té antes de echarlas al canasto. Después escoge otras a toda velocidad. Recuerda a su amiga Uma y sus ojos se llenan de lágrimas. La ve frente a ella con aquel andar pausado, la hermosa figura, apenas desdibujada por el sari, el rostro perfecto y la sonrisa generosa. Era un ángel, se dice Anjali por lo bajo. Y ocurrió la tragedia. Tampoco el padre de Uma pudo completar su dote y una mañana salió envuelta en llamas de la casa y murió en el patio. Delante de todos. Sin que nadie la auxiliase. Su marido y su suegra dijeron a la policía que se le había incendiado el sari mientras cocinaba. Aseguraron que era una mujer muy descuidada. Pero Anjali sabe que no es así, que la rociaron con gasolina y le prendieron fuego para que Sudhir, su marido, pudiera buscar otra mujer en una familia más acomodada.


   Anjali tiene miedo. Ella puede correr la misma suerte que Uma, aunque en la actualidad atraviese un momento de relativa calma a la espera de que nazca su hijo… o hija. Un violento escalofrío recorre el cuerpo de la joven, a pesar de que el sol, ya en lo alto del cielo, ha hecho subir la temperatura varios grados. No quiere ni pensar en la posibilidad de que sea una niña, y sin embargo la idea se abre camino en su cerebro continuamente, dejando a un lado consideraciones y razonamientos. Ha soñado varias veces con una pequeña de ojos oscuros, que le pide ayuda en lo más profundo de una gruta.

DESEOS

Te vi piruetear de lucero en lucero
devolviendo la luz a estrellas moribundas.
Con las plumas azules de tus alas
esparcías el polvo de cometas fugaces.
Envidiaban las nubes tu gentil arabesco
y tu brillo en la niebla de jornadas de invierno.
Y tú, regocijada, besabas las melenas
                             de sauces cavilosos,
que ensayaban sonrisas,
                            quizá por vez primera.

Y yo quise seguirte para danzar contigo
pero mis pies de barro
se adhirieron al suelo empapado de lágrimas.
Y quise abandonar los panoramas lóbregos
y marchar hacia mundos venturosos
donde las risas lustran las arrugas del alma.
Y quise delirar con los ojos abiertos
y cubrir de ambrosía pueblos arrinconados.
Y deseé expandirme
y transformarme en náyade de ríos de favores.

Entonces tú te aproximaste a mí
me amparaste, 
sosteniendo mi miedo entre tus manos,
y yo ansié el olvido
y yo ansié 
y yo 
y...