Estoy a punto de declararme hambrienta. En los últimos tiempos, casi sin darnos cuenta, nos quitan la comida de la boca. El culpable es un ser invisible, un ente fenoménico de una voracidad ilimitada. No sabemos su nombre ni hemos visto su rostro, se oculta bajo siglas como alienígena venido de otros mundos. Escuchamos sus pasos, retumban en el silencio de la noche, espía nuestros sueños, controla la existencia y al amanecer vemos los resultados. Con tono monocorde, bustos parlantes nos los comunican en pantallas de plasma. Y a veces nos reprenden: Gastábamos demasiado, reíamos demasiado, comíamos demasiado. Y también, vivíamos demasiado. Por eso están estableciendo las medidas para que muramos antes. Ese ser oculto está capacitado para poner freno a lo que considera un desafuero. Tiene en nómina a los bustos parlantes y los premia cuando hacen bien las cosas. Sonrisas, buenas notas y nóminas y sobres abultados. Y los bultos parlantes se sienten satisfechos. No hay que ir tanto al médico, no es necesario un techo, ni siquiera un trabajo bien retribuido. Quizá, si somos buenos, un mini job y una ración escasa para poder cumplir jornadas leoninas sin desmayo. Y rezar mucho, eso sí, sus dioses siempre han sido poderosos y amenazan con feroces infiernos a los que piensan, dudan o pretenden vivir al margen de las normas que ellos dictan. Y lo más importante: los ciudadanos deben procrear con abundancia para dar a la patria futuros esclavos que sirvan de carnaza barata. Ya he dicho que la gula del monstruo es infinita.

                    Por eso estoy a punto de declararme hambrienta. Hambrienta de justicia, ansiosa de otro mundo sin seres invisibles, sin monstruos que nos priven del aire y de la vida.

VUELVO A NACER EN TI


Vuelvo a nacer en ti:
Pequeña y blanca soy... La otra
-la oscura- que era yo, se quedó atrás
como cáscara rota,
como cuerpo sin alma,
como ropa
sin cuero que se cae...

¡Vuelvo a nacer!... -Milagro de la aurora
repetida y distinta siempre...-
Soy la recién nacida de esta hora
pura. Y como los niños buenos,
no sé de dónde vine.
Silenciosa
he mirado la luz- tu luz...-
¡Mi luz!
Y lloré de alegría ante una rosa.

Dulce María Loynaz




Dios mío, que todo esto sea un sueño, que mañana, despertándonos a la vida, nos demos cuenta de que hasta ahora estábamos perdidos en un abismo en donde todo estaba pavorosamente deformado; que como los peces del mar, éramos criaturas perdidas en una prisión líquida que nos oprimía con horribles pesadillas.                                   (Dante Alighieri)



LA POESÍA



Desconozco lo que es la poesía,
por siempre inesperada y huidiza.
Puede estar escondida en un te quiero
o en los ojos ausentes de una luna de invierno.

Yo la sentí en un beso fortuito y delicado
que, directo a la esencia, inauguraba vidas,
y en el compás calmado de alucinantes gaitas,
flotando entre las olas de algún mar inventado.

La sentí en unos ojos de mirar torturante
y en un rostro soñado durante largas noches,
y en manos temblorosas y surcadas de venas,
en actitud de ofrenda.

Sentí la poesía en el vórtice mismo
de la luz que agoniza,
y en oníricos mundos
que, en bruscos parpadeos,
me invitaban joviales
y en un quiebro me huían.

Desconozco lo que es la poesía,
pero es arte pretérito, 
sumergido en los tiempos.
Se oculta en un suspiro
y en el íntimo hogar de un Dios escurridizo.



EN TU CUARTO

Una tarde en tu cuarto.
Una tarde de Mayo y a tu abrigo.
Una tarde con Bach, con el cielo por techo,
con tu ausencia como amigo entrañable.
Tu aliento me acompaña,
tus sueños son los míos,
en la pared quedaron adheridos.

Estás siempre tan cerca.
Tan lejos y tan cerca.
Palpitas en mis sienes, das color a mi vida,
me llevas de la mano hasta tu mundo,
donde nace el amor en un grano de trigo,
luminosa matriz de millones de formas,
ensueño inacabable de vigilias,
pentagrama armonioso de mil notas,
torrente desbordado de delicias.

Y en tu gruta una noche de Junio,
tu alma disolviéndose en la mía,
errante mi mirada, se pierde en esos ojos
oscuros, penetrantes de tu fotografía.

Silencios de cien voces 
        estallan en mi oído,
gritan callan tu nombre.
Y claman bocas mudas los adioses
que a tiempo no se dieron.
Y vuelven las preguntas:
¿Estás en algún sitio o sólo en mi cerebro?
¿Te has refugiado en mí para seguir viviendo?
¿O te fundes con todo día a día
al tiempo que amanece?

¿Antes que yo naciera
 dónde estabas?
¿Antes de abrir los ojos a la vida,
conocíamos ya nuestro destino?
Tu habitación como vientre amoroso
acoge ahora mi torpe balbuceo.

Una tarde de Mayo,
una noche de Junio,
un momento tras otro,
siempre el mismo.


Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Miguel Hernández.

EL TREN



Viajo en un furgón sin billete de vuelta
como alma peregrina.
No veo el exterior,
me lo impiden los rostros reflejados
en el vaho nostálgico de las ventanillas.
Rostros sabios, afines, venerados,
imbuidos de la serenidad que proporciona
desvelar los secretos del trayecto.

Hace tiempo que vi desiertos calcinados
por absurdos errores,
pero también me hundí en algarabías
y caminé por vagones ajenos,
en una soledad desguarnecida,
viendo escapar el agua entre mis dedos.

En feliz coyuntura trastorné voluntades
o me quedé prendida de pupilas erráticas.
Y me embrujó la luna,
rozándome los labios con su escarcha.
Huyo de la añoranza
y de las instantáneas disgregadas
por el efímero mapa de mis células.
Nunca he buscado aplausos ni apretones de manos,
y con mucha frecuencia
he cambiado el long play que conduce mi danza.

Hoy me acompaña un blues de inasequible olvido,
que repite te quiero al ritmo de las ruedas
con un alegre eco de voces infantiles.
No espero ni acumulo honores ni equipaje.
Confieso que he vivido, como dice el poeta,
y la noche callada se aparta de puntillas
para dar paso al alba.