EN TU CUARTO

Una tarde en tu cuarto.
Una tarde de Mayo y a tu abrigo.
Una tarde con Bach, con el cielo por techo,
con tu ausencia como amigo entrañable.
Tu aliento me acompaña,
tus sueños son los míos,
en la pared quedaron adheridos.

Estás siempre tan cerca.
Tan lejos y tan cerca.
Palpitas en mis sienes, das color a mi vida,
me llevas de la mano hasta tu mundo,
donde nace el amor en un grano de trigo,
luminosa matriz de millones de formas,
ensueño inacabable de vigilias,
pentagrama armonioso de mil notas,
torrente desbordado de delicias.

Y en tu gruta una noche de Junio,
tu alma disolviéndose en la mía,
errante mi mirada, se pierde en esos ojos
oscuros, penetrantes de tu fotografía.

Silencios de cien voces 
        estallan en mi oído,
gritan callan tu nombre.
Y claman bocas mudas los adioses
que a tiempo no se dieron.
Y vuelven las preguntas:
¿Estás en algún sitio o sólo en mi cerebro?
¿Te has refugiado en mí para seguir viviendo?
¿O te fundes con todo día a día
al tiempo que amanece?

¿Antes que yo naciera
 dónde estabas?
¿Antes de abrir los ojos a la vida,
conocíamos ya nuestro destino?
Tu habitación como vientre amoroso
acoge ahora mi torpe balbuceo.

Una tarde de Mayo,
una noche de Junio,
un momento tras otro,
siempre el mismo.


Llegó con tres heridas:
la del amor,
la de la muerte,
la de la vida.

Con tres heridas viene:
la de la vida,
la del amor,
la de la muerte.

Con tres heridas yo:
la de la vida,
la de la muerte,
la del amor.

Miguel Hernández.

EL TREN



Viajo en un furgón sin billete de vuelta
como alma peregrina.
No veo el exterior,
me lo impiden los rostros reflejados
en el vaho nostálgico de las ventanillas.
Rostros sabios, afines, venerados,
imbuidos de la serenidad que proporciona
desvelar los secretos del trayecto.

Hace tiempo que vi desiertos calcinados
por absurdos errores,
pero también me hundí en algarabías
y caminé por vagones ajenos,
en una soledad desguarnecida,
viendo escapar el agua entre mis dedos.

En feliz coyuntura trastorné voluntades
o me quedé prendida de pupilas erráticas.
Y me embrujó la luna,
rozándome los labios con su escarcha.
Huyo de la añoranza
y de las instantáneas disgregadas
por el efímero mapa de mis células.
Nunca he buscado aplausos ni apretones de manos,
y con mucha frecuencia
he cambiado el long play que conduce mi danza.

Hoy me acompaña un blues de inasequible olvido,
que repite te quiero al ritmo de las ruedas
con un alegre eco de voces infantiles.
No espero ni acumulo honores ni equipaje.
Confieso que he vivido, como dice el poeta,
y la noche callada se aparta de puntillas
para dar paso al alba.





                   
YO SÉ


Yo sé que estás ahí, aunque te escondas,
aunque apenas te exhibas con el alba.

Lo sé porque he sentido tu caricia
como una lluvia fresca de verano,
que sorprende al transeúnte sin paraguas.

Y a veces en los ojos que se apagan,
como ese sol que se duerme en la tarde,
me ha llegado tu soplo, tu murmullo,
aquietándome el alma.

Querría desterrar opacidades
de mis pesadas células,
pasar por ese arco de metales
de humanas aduanas
sin ruido, sin alarmas, sin señales,
y olvidar mi equipaje de vilezas
para rozar las nubes.

Ir en un ala delta sin billete
y atrapar con mis manos las estrellas.



LA TIENDA DE LOS DESEOS


            Con esto de la mal llamada crisis, (prefiero usurpación o fraude), pequeños negocios a pie de calle aparecen y desaparecen como esas pequeñas flores de primavera que nacen al borde de los caminos o se abren paso en el asfalto por la fuerza obstinada de la vida. Un pequeño puesto de artesanía es sustituido por una tienda de ropa usada, (used clothing queda más fino), o simplemente un establecimiento de comidas para llevar, casi sin transición, pasa a ser un locutorio.
            El negocio más insólito me lo encontré ayer mientras paseaba a mi perro: "La tienda de los deseos", rezaba el cartel que habían colgado en la entrada. El público formaba una larga cola que daba la vuelta a la calle y un hombre con turbante y caftán, sentado ante una mesita en la entrada, repartía las entradas. "A veinte euros", proclamaba de vez en cuando como un charlatán de feria.
            No me gustan las ferias ni las masas deseosas de ver a mujeres barbudas, pero me detuve un momento para observar a la clientela que aguardaba pacientemente en la entrada de un sitio tan extravagante. Era de lo más heterogénea: Jóvenes, de esos calificados por nuestros próceres como "perros flauta", mujeres maduras, peripuestas y perfumadas, ejecutivos cargados con sus portafolios, amas de casa con el carrito de la compra y hasta un niño de unos diez años con un brazo escayolado.
            "¿Quiere entrar?", me preguntó con expresión maliciosa el hombre que repartía las entradas. Le contesté que solo pretendía saber en qué consistía aquello. "Quien entra ahí", me dijo, "consigue ejecutar su deseo. He inventado una máquina que potencia cualquier objetivo y lo hace realidad".
           No pude dejar de pensar en esa tienda. Me decía que era una vulgar patraña. Pero en caso contrario, que se realizaran los deseos de algunos personajes que conocemos podía ser tan peligroso como el invento de la bomba atómica .
          Hoy he vuelto al sitio y el establecimiento había desaparecido. En su lugar se abría una oficina de empleo. La cola era casi tan larga como la de ayer, aunque tenía más movilidad y los que salían lucían una esplendorosa sonrisa en su rostro. He preguntado a varios y sí, todos habían conseguido un contrato de trabajo.
            
        Creo que es imprescindible encontrar al hombre del turbante. 



LLAMA ARDIENTE

             
                        El cedro y yo fuimos llama una vez.
                        Llama ardiente que hizo hervir mi savia,
                        que coaguló su sangre enamorada.
                        ¿Cómo mezo mis ramas?
                        ¿Cómo oscilan sus brazos?
                        La Luz nos multiplica,
                        nos confunde,
                        desdibuja los límites
                        y funde en el invierno sus heridas de nieve.
                        El estallido de miles de cristales
                        anuncia su llegada y se levantan
                        las compuertas suaves
                                                                       del silencio.







Habría que vivir como espectador de la propia vida. Para añadirle el sueño que le diera conclusión. Pero uno vive y los otros sueñan tu vida. 



Voy a hablar de aquéllos a los que quise. Y solo de eso. 


"El primer hombre". Albert Camus