EL MIEDO

Las puertas del armario como boca insaciable,
como amenaza gris,
como agujero oscuro que todo se lo traga,
me miraban inmóviles dispuestas a engullirme.
Yo cerraba los ojos aterrada,
la infancia tiene miedo de la ausencia de luz
y el mutismo forzado de los otros.

Luego, ya florecida y entregados mis frutos,
tuve miedo por ellos,
por que no vieran nunca los fantasmas
que a mí me persiguieron y acecharon,
y por que sus heridas fueran leves rasguños
que yo pudiera restañar con besos.

Hoy todos los caminos que quedan a mi espalda
me parecen cubiertos de ceniza.
Y al fondo el arrecife, desafiando el vértigo,
huyendo del aplauso y de la expectativa,
me llama desde el rojo del otoño.
Despacio, poco a poco, avanzo vacilante,
lo mismo que avanzaba
cuando intentaba mis primeros pasos.
Porque nadie te enseña a andar derecho,
porque cada caída te parece única,
aunque siempre tropieces con el mismo percance.

Pero el miedo ya es ave fugitiva
directa a un universo que acaba de crear el demiurgo.
Y he abierto los armarios,
comprobando tranquila que todo su secreto consistía
en ocultar la vida que esperaba colgada de sus perchas.


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