PLEGARIA



Madre, la tristeza me mira entre el barro
con los ojos húmedos de frío y nostalgia.
Nostalgia del sol, que asoma su cara entre los visillos, 

de un lecho caliente, del refugio que para mi sueño

son siempre tus brazos.


Madre, ¿dónde te has quedado?
Me dijiste sigue, que yo estoy cansada,
sigue que te espera
una nueva vida en un mundo libre,
sin bombas, con risas,
con amigos que abren sus brazos y casas.

Y yo te creí.
Te perdí de vista y seguí los pasos
de una multitud llena de esperanza.
Y ahora tengo frío, tengo miedo, madre,
porque aquí no hay casas, ni amigos, ni risas.
Hay golpes y gritos,
y aire que envenenan los dueños del mundo.
Ni siquiera hay casas y hasta el sol ha muerto,

hundido en un mar que no es Mare Nostrum,
sino mar de ellos,
que para nosotros sólo es sepultura,
cementerio húmedo sin flores ni lápida.









LA MEMORIA DE LA MELANCOLÍA


        No hay nada nuevo bajo el sol, el tiempo sólo lo baña con una luz distinta. Mezcla de otra forma sus colores, pero el fondo es el mismo. Leo "Memoria de la melancolía", de María Teresa León, que habla de los jóvenes airados de los años treinta del pasado siglo. Surgen Rafael y Federico, y se parecen tanto a los chicos del 15M, que se me plantea la duda de si no serán los mismos reencarnados. Jóvenes que gritan en boca de Alberti: "¡Viva el exterminio!" ante la mirada encolerizada, aterrada y vociferante de los de siempre, de esa España de charanga, pandereta y sacristía, que diría el maestro.



DESEOS



Quisiera yo gritar y que mi grito
pusiese boca arriba la indecencia.
Quisiera ser la gota que rebosa el océano
para limpiar la tierra de excremento.
Quisiera ser cadáver que desborda las tumbas
y detener así los genocidios.
Quisiera ser la luz que devuelve la vista
a quien tiene por patria la ceguera.
Quisiera ser memoria para olvidos tenaces
e insomnio pertinaz para la indiferencia,
y un sol nuevo para tanta penumbra,
y lluvia de un maná que sacie para siempre
el hambre de justicia.


NO DIGAS QUE FUE UN SUEÑO



No digas que fue un sueño,
aunque solo la ausencia
llene ya los rincones de la casa.

Han pasado los días y los meses
y los años, los lustros y las décadas.
Cuando abril fue un enero
 nevó en la primavera un algodón en rama
dulce como los besos de una niña.

Hoy agucé la vista para verla
y me ha dejado ciega la añoranza.
El eco de su voz se confunde en la lluvia
y el brillo de sus ojos
es la primera estrella de la tarde.

Aquel abril, un mes de despedidas,
floreció la tristeza como un sauce
empapado de lágrimas.