¿HASTA CUÁNDO?





Una mujer oculta entre tinieblas
ha sido una constante en nuestra historia.
Una mujer enterrada en refajos
que cubran lo que llaman sus vergüenzas
y en velos que oscurezcan su mirada.


Y mientras el varón se pavonea
y llama posesión a la matriz,
que fue su amable hogar de nueve lunas,
cegado y perturbado por la luz
que emerge de su vientre,
que mana inacabable de sus pechos.

Aplausos dados con una sola mano
festejan la obediencia y el decoro,
la libertad truncada de la bella
y los gritos de júbilo celebran
al gladiador invicto en su equilátero.

Y siguen las trompadas, los insultos,
el rastro goteante de las muertes
cuando ella dice no, déjame, no me sigas,
soy dueña de mi vida.
Siguen humillaciones, ausencias, atropellos
del bruto que gobierna la guarida
con leyes inventadas en la jungla.

¿Hasta cuándo las reglas de mundos sepultados en el tiempo?
¿Hasta cuándo los hábitos de monos asesinos?
¿Hasta cuándo el atroz predominio de la fiera?
¿Hasta cuándo?
¿Hasta cuándo?



ENCUENTROS





Te encuentro en los efímeros momentos
de la esquina del tiempo.
Allá donde la amnesia de los días perdidos
te cubre con la escarcha del otoño.

Y ya no eres quien eras.
Has perdido la piel de dios de la utopía
y al hacer inventario del pasado
se mezclan en la bruma
los inventos y el hambre no saciada.
Aunque lo cierto es que también soy otra,
y no me reconozco en quien tejía
sueños como Penélope su manto,
para romperlos luego en la vigilia.

Mas sabes que el relato pudo ser muy distinto.
Lo sabes, aunque temas y no mires de frente,
aunque solo nos duela lo que no hemos vivido
y la distancia calle las protestas.

He dejado el deseo almacenado
al fondo del desván de fracasos exiguos.
Frustraciones ridículas y pobres desengaños  
cubiertos por las telas de arañas perezosas
que ni acabar quisieron su trabajo.

Y en medio del silencio de las noches,
cuando vuelven los años a correr por la almohada,
tú clavas en mis ojos tus pupilas de agua
y me dices: cumpliremos los sueños otro día.   



FINAL DE "MUJER DEL SOMBRERO CON FLOR".
(CUENTOS DEL OTRO LADO)





            En la otra estancia no había más que una pareja de mediana edad, enfrascada en la contemplación de los autorretratos, que ni siquiera se volvió para mirarla. Ella se acercó trémula. Ahora el pintor la observaba con decenas de ojos, todos ellos inmóviles y torturados. Van Gogh con sombrero de campesino, Van Gogh con su pelo anaranjado y crespo, Van Gogh con su oreja vendada, Van Gogh suplicando ayuda al espectador para acabar con su insoportable soledad. La Mujer se sintió invadida por un mórbido sentimiento de amor que estremeció todas las fibras de su ser. Sus ojos estaban anegados en lágrimas y le pareció que la sala entera se había iluminado como resultado de algún efecto mágico. Ella estaba dentro de aquellos autorretratos, podía ver su propio rostro en las líneas concéntricas que rodeaban la imagen del pintor, podía adivinarse en el interior de las lúcidas pupilas del artista. Era cada uno de los astros de “La Noche Estrellada”, cada uno de los brillantes “Girasoles” que aquí y allá atraían las miradas, cada una de las vidrieras de “La Iglesia de Auvers”. Hasta el doctor Gachet palpitaba en su interior, sintiéndose unida a él en una gozosa compasión. Ya no precisaba explicaciones porque todo estaba allí: El gozo y la desesperación, la soledad y la unión, la realidad y la ficción, la vida y la muerte. Todo era lo mismo. Y el saber que pertenecía a un plan tan ingente, a la mente genial del auténtico Van Gogh, hacía vibrar cada una de las pinceladas que componían su figura. Qué importaba que el verdadero autor se le escondiera; sus innumerables rostros estaban ante ella y sus expresiones se habían dulcificado. En todas ellas había una amorosa invitación. Se sintió flotar sobre la sala y sobre aquellos dos espectadores, que aunque no hubieran advertido siquiera su presencia, también la pertenecían, también formaban parte de la magna pintura.
           Se tendió junto a los aldeanos en “La siesta” y revoloteó jubilosa entre los fanales del “Café de noche”. Luego, dulcemente, temblando de dicha, se fundió con las espirales que rodeaban los autorretratos de Van Gogh. Mientras se desvanecía sintió un enervante desfallecimiento...
           La pareja madura se encaminó despacio a las escaleras y en la sala de al lado Eloy contempló boquiabierto el cuadro de “Mujer del Sombrero con Flor”. Estaba vacío.
             El silencio lanzaba al aire su inimitable melodía. Reinaba la paz y el doctor Gachet languidecía eternamente en su tela.