LA CASA




Cerramos la cancela de la casa
y dejamos las almas acurrucadas dentro.
Almas niñas, medrosas, apocadas,
unidas al paisaje de los largos pasillos,
de los cuentos de invierno al calor del brasero,
adheridas a los dibujos árabes del viejo pavimento,
al hogar de carbón que pulía la abuela
con cepillos de lija.

Y la arena avanzó al ver el abandono
y sepultó los cuartos con su túnica yerma,
el frío heló la risa de las ventanas mudas,
y un vinilo rayado gimoteó canciones de los Beatles.

Alegres bienvenidas siguieron saludándose
en el recibidor y americanos e indios
libraron sus batallas en el fuerte de plástico.
Y nuestras almas niñas apretaron los ojos
fingiéndose dormidas para los Reyes Magos,
y supieron que no retornaríamos.

No volvimos la cara
por miedo a convertirnos en estatuas de sal
y dejamos hundidas en aciaga orfandad
a nuestras pobres almas infantiles.
LA LUZ


Me gustan las ventanas sin visillos
que conversan tranquilas con otros miradores.
La vida en su interior se duerme o despereza,
respira o se hunde en sueños de hazañas y aventuras.

Me gusta el corazón sin armaduras
que deja entrar el sol y se empapa de lluvia.
Aun siendo devastado por la helada nocturna,
irradia un resplandor que sana y reanima
a las almas enfermas.

Me gusta el arco iris, la luz de la mañana,
el brillo de unos ojos que se abren deslumbrados
a la vida diaria, y la imaginación iluminando al alba
un horizonte abierto a la esperanza.

Nos contiene y rodea la claridad ansiada.
La única negritud posible es la del alma,
la única soledad la de la flecha
que no encuentra diana.



FRAGMENTO DE "TRAS LA PUERTA" DE CUENTOS DEL OTRO LADO.



Se levantó trabajosamente y el familiar regusto acre de la resaca atravesó su garganta hasta el estómago provocándole nauseas. Tambaleante, se dirigió al baño y se desnudó tirando las prendas al suelo. El agua de la ducha disipó un poco las nubes de su cerebro. Las preguntas le bombardeaban: ¿Había abierto él aquella puerta? ¿Había sacado las cajas en medio de la borrachera? ¿Cómo había podido vencer el terror que le provocaba el cuartucho? ¿Era el alcohol el único medio de dominar sus  temores?
El chorro que le empapaba fue enfriándose y empezó a tiritar con violencia. Cerró el grifo y buscó inútilmente una toalla. Decidió volver al dormitorio dejando un reguero de agua tras de sí. Sacó de la maleta una camisa y un pantalón limpios y volvió al cuarto de baño para terminar su aseo. En sus idas y venidas procuraba apartar sus ojos de la botella de vino aún intacta que le llamaba a gritos desde la mesilla.
-Ni una gota más. Lo prometí. Ni una gota más.
Su propia voz le sobresaltó. Pasó el peine por el rebelde cabello intentando pensar en otra cosa. Tiraría aquella botella y emprendería una vida normal.
¿Cómo eran las vidas normales? ¿La de Lola y la de su compañero eran vidas normales? ¿Era normal que ella calificara de inocente su antigua relación? Sí, sin duda los revolcones en las canteras habían sido inocentes. La novedad había sido la única perversidad. Luego, ella habría conocido al gigante y se habría hundido para siempre en la más absoluta normalidad, atendiendo a los borrachos en la taberna y pariendo hijos en momentos fugaces de descanso.
A través del espejo le sobresaltó una imagen imposible. Un niño delgado y pálido lo miraba desde la puerta. Iba descalzo y toda su persona tenía un aire de patético abandono. Esteban se volvió precipitadamente y los dos quedaron frente a frente.
-¿Quién eres? – preguntó con un hilo de voz.
El pequeño no contestó. Fijaba en él sus ojos llorosos. El terror reflejado en sus pupilas. Sus propias pupilas, su propio terror. Porque él se reconocía en aquel niño. Era su imagen de cuarenta años atrás, su imagen temerosa observándole como si fuera un fantasma. Seguramente el mismo niño al que había oído gritar y golpear la puerta el día anterior.
Hizo intención de aproximarse al pequeño y éste se echó a correr por el pasillo. El eco de sus menudos pasos repiqueteó sobre el viejo entarimado y Esteban quedó inmóvil, convencido de no poder darle alcance. Al volver a su habitación, apiló las cajas aún dispersas por el suelo, las empujó al interior del cuartucho y cerró la puerta con rabia. El sudor le empapaba sienes y espalda como si hubiese realizado un gran esfuerzo. Luego cogió la botella de la mesilla, pero cuando estaba a punto de llevársela a la boca, la arrojó contra la pared. Contempló fascinado cómo resbalaba por el papel pintado, gota a gota, su contenido oscuro y una lluvia de cristales se esparcía sin ruido lanzando mil destellos a la luz del sol.
-¡Se acabó! ¡Esto se acabó!
Y su grito desesperado tuvo el efecto de una plegaria que le devolvió la cordura. 

TU NOMBRE

Antes de que nacieras tu nombre no existía
y ahora que ya no estás monótono se escucha
como el repiqueteo de campanas en la iglesia del pueblo.
Puede que su sonido pretenda recordar
a la diosa Artemisa, con la que competías en belleza.

Porque un nombre sugiere, atesora u oculta
mil y una peripecias igual que la proustiana magdalena.
Enero, tú lo sabes, para mí es nacimiento
y abril es despedida.
Una palabra evoca el viaje a la playa en un seiscientos,
destruye una mañana afortunada,
o devuelve a tus ojos la sorpresa de aquel primer encuentro.
¿Cuál es la fuerza que se encierra en las letras
ligadas al azar desde el alba del tiempo?
¿Existe certidumbre del sonido si no hay nadie a la escucha?
¿Acaso oímos los ecos del silencio?
¿Qué gráfico se dibuja en las ondas cuando dices te quiero?

Las letras de tu nombre amputan mis ideas
y ensangrientan mi mente,
igual que se enrojece el horizonte
cuando el sol desfallece.

BESOS

Se amaron y se odiaron en su justa medida.
Copularon, riñeron y buscaron sus bocas
hasta agotar caricias,
que no siempre suponen la delicia que cuentan.

Porque un día sus besos se tornaron apáticos,
distraídos, forzados, como de compromiso,
de simple despedida,
o igual que una bufanda mojada por la escarcha.

Y un día de difuntos coincidieron
con un ramo de flores en el cementerio.
"Aquí yace un amor entumecido
por ósculos de hielo".
Y los dos se miraron.
Y no se conocieron.
Pero sus bocas díscolas, rebeldes,
parodiaron el gesto de unos besos.