MARIO BENEDETTI





Si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos.

y por tu rostro sincero
y tu paso vagabundo
y tu llanto por el mundo
porque sos pueblo te quiero

y porque amor no es aureola
ni cándida moraleja
y porque somos pareja
que sabe que no está sola

te quiero en mi paraíso
es decir que en mi país
la gente viva feliz 
aunque no tenga permiso


si te quiero es porque sos
mi amor mi cómplice y todo
y en la calle codo a codo
somos mucho más que dos. 



EL PADRE

      La medium coge sus manos y ella cierra los ojos. No cree en videncias ni aparecidos, pero su amiga ha insistido tanto. Su amiga tenía una tienda de antigüedades y, una vez cerrada, ha reunido en aquella habitación lo que nunca pudo vender. Abundan las pilas de agua bendita de todas las épocas y estilos. De cerámica con pequeños ángeles azules y vírgenes blancas, o de plata con crucifijos abollados. Hay una enorme de mármol con extraños símbolos y otra sorprendente con un hombrecillo tocado por un gorro frigio, aunque es posible que sea una tosca aureola. También hay albarelos de farmacia, figuras de bronce, casi todas femeninas, y bibelots de dudoso gusto. A ella no le extraña que nadie comprara aquellas cosas. Se le antoja un cementerio de objetos inservibles.

           Las dos mujeres están sentadas ante una mesa camilla con faldas estampadas de flores, en medio de la caótica almoneda. Apenas iluminadas por el sol moribundo de la tarde, que se filtra a través de una estrecha ventana. Huele a incienso. La vidente pregunta ¿qué ves?, como si fuera tan sencillo ver algo. Hay una nada negra ante los ojos cerrados de ella, que respira hondo. Intenta colaborar en el experimento, aunque tal vez experimento no sea la palabra adecuada.

          Los minutos pasan. O quizá no. Quizá el reloj del mundo ha dejado de funcionar, ella no puede saberlo. De pronto, donde antes no había más que oscuridad, surge una luminosa playa. Se ve a sí mismasentada en la arena, frente a un mar tan calmo que parece pintado. Sin embargo las olas, a unos centímetros de sus pies, acarician el suelo con timidez. Se dice, sorprendida, que el lugar creado por su conciencia es un paraíso. A lo lejos se acerca un hombre. No distingue su rostro, pero sí su alta figura y su caminar solemne, como si flotara sobre el suelo. Le recuerda a Henry Fonda en alguna de sus películas, qué absurdo. Y sin saber por qué, percibe su presencia como entrañable, aunque no logra recordar dónde lo ha visto antes. Tiene la sensación de que la medium ha repetido ¿qué ves?, y ella, en susurro para no borrar el mundo rescatado de su interior, narra la escena. 
   
            Es el padre, afirma la vidente, y su voz le llega de muy lejos, del extremo de algún otro universo. ¿De qué padre habla? No, no es su padre, pero se recuesta en el recién llegado con un gesto familiar, perdido en el laberinto de su memoria. Él rodea con un brazo sus hombros y ella se siente dichosa, protegida. Como una niña devuelta al hogar del que fuera bruscamente apartada. Arranca el sol de las olas mil destellos y el rumor del mar arrulla el silencio. No es que el tiempo haya dejado de funcionar. Es que en ese mundo nunca ha existido el tiempo.


          Cuando él se aleja, ella abre los ojos, sonriente, deslumbrada. La luz no ha cambiado. Sigue anocheciendo, aunque tendrían que haber pasado horas. La vidente ha soltado sus manos. Está llorando.                      




                ALICIA
 
                La verdad es que Alicia jamás había salido de las páginas del libro pero, cuando su hermana la llamó, se le ocurrió dar una vuelta por la portada antes de ir a tomar el té. Ahí se encontró con un tal Lewis Carrol, que en realidad se llamaba Charles. Era un joven, con melena y pajarita, bastante amable que la saludó como si la conociera de toda la vida.

             -Soy el autor - se presentó él.

            -No me gusta el capítulo de El mar de lágrimas - contestó Alicia, torciendo el gesto -. ¿No puedes cambiarlo?

            -Es que el libro no me pertenece ya. Está en la mente de todos los lectores. Han hecho hasta películas con la historia. No serviría de nada cambiarlo - hizo una pausa y preguntó muy sonriente -. ¿Qué es lo que no te gusta?

            -Eso de estirarme y estirarme. Y no ser capaz de recordar las palabras ni los poemas es una lata. Me has hecho llorar mucho.

            -Pero si tu llanto no hubiese creado el Mar de Lágrimas no habría historia. ¿Preferirías eso?

            Alicia lo pensó un momento. Bueno, en realidad el llanto había quedado atrás y además se sentía mucho más fuerte después de tanto gimoteo. Tuvo que dar la razón a Lewis. Dieron un paseo por la contraportada del libro, que tenía colores muy alegres, y se encontraron con el Conejo Blanco delante de una gran tarta de no cumpleaños. Pasaron un largo rato juntos, charlando y haciéndose confidencias, pero la hermana de Alicia insistía e insistía en que volviera. "¡Menuda siesta te has echado!", decía. Así que tuvieron que despedirse.

            -Vuelve cuando quieras - dijo Lewis -. Yo siempre estoy aquí.

            Alicia le dio un beso antes de irse. Era una suerte haberlo encontrado.
           



EROS Y TÁNATOS

Eros y Tánatos luchan cada día
en la suave penumbra de la alcoba,
el estremecimiento de la muerte
y la agonía dulce de la cópula.

A través de la luz del arco iris
o en las profundidades de la tierra
transitan de la mano los gritos y el silencio,
la última decadencia y el principio.
Buscan el punto que une los opuestos.

Impaciencia feroz entre estertores
por hallar esa puerta que da entrada
al otro lado del espejo,
al esquivo misterio,
a la disolución del pensamiento,
a un no-ser sin un límite o medida.

La carne
una carrera hacia la muerte.
La muerte
el libre acceso de la Vida. 


HE SOÑADO

Hoy he soñado que ya no estaba aquí.
Como una nebulosa de tiempo extraviado,
borrada del registro de los vivos,
                                   difuminada,
me sorprendía ausente de mí misma.

Sin embargo alentaba en una mente
que quizá no era mía.

Sólo mi imagen muda en un retrato
me traía recuerdos.
Recuerdos de una infancia muy lejana,
o de la torturante soledad de una vejez
                                       indigna.

Alentaba no obstante en una mente
que tal vez no era mía.

Los ojos de la foto me buscaban.
Quietos en el brevísimo intervalo
del tiro de la cámara,
expectantes sin término o medida,
formulaban preguntas sempiternas.
¡Quién soy, adónde voy,
de dónde vengo!

 No pude contestar.
¿Cómo iba a hacerlo
si ocupaba una mente que era ajena,
 una mente que yo desconocía?                              
            

HOY DEJO HABLAR A MURAKAMI







Abre más tu corazón. No eres ningún prisionero. 
Eres un pájaro que surca el cielo en busca de sueños.

        Una vez que has perdido una cosa, aunque esa cosa deje de existir, la sigues perdiendo eternamente.

        Todo ha ocurrido ya en el pasado. Nos limitamos a dar vueltas, una y otra vez.


     La tristeza, cuando es tan profunda, ni siquiera permite metamorfosearse en lágrimas.


        Llegue o no el fin del mundo, renaceré como un ser completo.

 ("El fin del mundo y un despiadado país de las maravillas")
EL VIAJE

          Tengo la sensación de que siempre se viaja en solitario, aunque te acompañen multitudes. No me gusta fijarme un destino. Ni proyectar visitas o recorridos. Puedo ver una y otra vez lo mismo, que parece cambiar a cada ojeada. Trasladarme sin rumbo. Dejar que el viento, un encuentro o un guiño cualquiera me señale el camino. Así me siento falsamente libre. 

          
           No huyo de cosa alguna ni vengo de ningún sitio, o más bien no recuerdo el sitio de donde vengo: el umbral del mundo por el que empecé a moverme.  Estoy aquí. Ni siquiera aquí. Me sobra el adverbio. Sólo estoy. Si pudiera saber adónde voy, sabría donde termina el camino, intentaría vencer el vértigo y me asomaría al abismo. Pero el camino se reinicia vaya adónde vaya. Es cierto que cambian colores y rostros, costumbres y clima, pero todo responde a una lógica inmutable e indiscutible. 
      
          Sin embargo en muchas ocasiones me gusta lo que veo y me asalta la duda: ¿Será esto un secuestro y estaré aquejada, como tantos otros, por el síndrome de Estocolmo?


GRIS


Mañana gris,
disuelta en soledades.
El ave picotea la corteza terrestre            
y yo busco a la musa que me huye,
que ha roto la baraja.

LA CATEDRAL DE JACA





            Cuentan que los peregrinos del Camino de Santiago entraban en Jaca por los Pyr-Eneos, que significa Montes Encendidos. Platón dice que el nombre deriva de la gran combustión provocada en las montañas por la caída de pavesas del carro de Faetón o carro solar. Bajo estos montes estaría la morada del Hades - dios de los infiernos - y la de Pluto - dios de las riquezas. Este último, apiadado por el incendio, regó metales y piedras preciosas sobre las llamas. El fuego devastador lleva a un renacimiento o transmutación que culmina para el iniciado con la llegada a Santiago.

              Hasta 1947 había en Jaca una procesión que reunía a los endemoniados de la zona. Su patrona, Santa Orosia, fue martirizada y descuartizada por los musulmanes. En la catedral está su cuerpo y su cabeza en una ermita de Yebra. En España estuvo muy extendida la macabra afición de desmembrar los cuerpos de los santos y repartir sus restos por nuestra geografía. Sin ir más lejos, en época muy reciente, el brazo de Santa Teresa era utilizado como amuleto por un dictador de cuyo nombre no quiero acordarme -  parafraseo al genio. Volviendo a la procesión de Jaca, los poseídos por el diablo, en su mayoría mujeres - ¡cómo no! -, iban detrás de la urna que portaba las reliquias de Santa Orosia, con los dedos atados con cordeles. Atacadas por fuertes convulsiones, las enfermas intentaban romper las ataduras de sus dedos. Si alguna lo lograba antes de entrar en la iglesia, se interpretaba que la santa había echado a los demonios de aquel cuerpo.

             La primera vez que visito Jaca me ataca una náusea al entrar en su catedral. Salgo de allí con una fuerte jaqueca, que desaparece de forma milagrosa nada más abandonar el templo. Al cabo de unos años vuelvo y me ocurre lo mismo. No puedo ver la iglesia por dentro. Con gran disgusto por mi parte, porque me encanta el románico. ¿Qué he olvidado? ¿Algo que ocurrió allí? Me asalta la idea inquietante de haber sido una de aquellas pobres endemoniadas. Extrañamente Jaca y jaqueca parecen provenir de idéntica raíz. 

                 Lo más probable es que yo no lograra desatarme los dedos.

LO INSERVIBLE


                El Depósito de lo Inservible había ido creciendo hasta convertirse en un gigantesco archivo que las paredes de aquel piso ya no podían albergar. A finales del siglo pasado apenas si contenía unos cuantos registros, pero una vez que los ciudadanos se enteraron de su existencia fueron incesantes las idas y venidas de la gente. Las gestiones y el papeleo eran de lo más simple: Una fotocopia del DNI o del pasaporte, la descripción somera de lo que se deseaba depositar y por supuesto tener más de dieciocho años. El funcionario, escogido entre los millones de desempleados que había en el país, cumplía ocho horas de jornada laboral: de ocho a cuatro. En este horario podía desayunar, comer, ir a hacer alguna gestión personal tras colgar el cartel de "Vuelvo en un momento", y hasta dejar abierta de par en par la puerta del registro. Nadie pensaba que hubiera cosa alguna que robar en un depósito de lo inservible. Y tampoco necesitaba ser muy listo, no se requerían estudios superiores ni buena presencia. Para su trabajo contaba con una fotocopiadora, un viejo ordenador, unos impresos y un sello que decía "Recibido". El sueldo era pequeño pero, teniendo en cuenta lo cómodo de su misión y la alta tasa de desempleo, había miles de personas que optaban al puesto.
                
                 Melquiades Madera, el último empleado del archivo, era un joven de unos treinta años, con unas gruesas gafas y enormes brakets que levantaban su labio de arriba y le daban una expresión despectiva. Y nada más lejos. Sentado en una banqueta detrás de la ventanilla de "Ingresos" - por cierto, la única - prodigaba sonrisas a los clientes, que el aparato de su dentadura trocaba en extraña mueca. Le hubiese gustado hablar con la gente, interesarse por su vida, preguntar por ejemplo qué quería decir el título de "Ideales" a algún ciudadano que lo depositase. Eran los  más frecuentes y a la vez los menos voluminosos, apenas un par de folios. Los que más espacio ocupaban eran los denominados "Amor Imposible", que se extendían a lo largo de miles de legajos. Y por supuesto se leían también encabezamientos curiosos: "Gusto por el baile", "Comer pipas de calabaza", "El horóscopo", "Acordarme de Luís" y otros igual de extraños. Melquiades jamás los había consultado. Su trabajo no incluía esa exigencia.
                
                   Una mañana el aburrimiento hizo presa en él. Sólo había tenido que atender a una anciana con el registro de "El maquillaje". Paseó por entre los archivadores y cogió una carpeta al azar. Llevaba el título de "Ideales". Ya he comentado que esas eran las que más abundaban. Algo desconcertado, tuvo que leer varias veces la descripción de lo depositado como inservible porque le costó comprenderlo a la primera. Quizá es que la lectura no figuraba entre las aficiones de Melquiades. Al final volvió a colocar el dossier en su sitio con un hondo suspiro.
                
                     Ese día presentó su carta de despido.


OLVIDOS

El Consejero baja de su fastuoso deportivo. Exultante. Es un gran día, van a bautizar a su nieto. Saluda al cura, que lo espera cortés en la puerta de la iglesia, y luego al anciano. Dos besos al aire, que no a las mejillas. Después se aleja, dándonos la espalda. Nos olvida. Están llegando egregios invitados y debe saludarles. Sonrisa condescendiente, traje impecable, corbata de seda, hombros caídos y pelo de nieve. El viejo lo observa abstraído. Lo tuvo sentado en sus rodillas, le salpicó el traje con un vómito de leche y lo despertó a media noche con sus llantos infantiles. Qué precioso, parece un ángel, decían entonces las mujeres al verlo.
           -¿Quién es ese señor? – la voz quebrada del anciano, agotada por el tiempo.
            -Es tu hijo – le contesto mientras lo sujeto por el brazo.
            -Ah.
Sin asombro. Ya no lo conoce. La niebla de su mente ha sepultado para siempre sus recuerdos.




                       








INFANCIA

                        Mi infancia es un aroma a churros y a domingo,
                       
                        a su voz susurrante que me saca del sueño,
                         
                        a sus senos mullidos,
                       
                        a su regazo cálido.
                       
                        Mi infancia me visita al ritmo de sus pasos,
                       
                        unos pasos cansados pero firmes.
                        
                        Los pasos de la abuela.

EL TESTIGO

                Ella sabe que hay dobles de su persona perdidos por ahí, que atraviesan distintos momentos del espacio tiempo. Lo sabe porque se ha visto cubierta de harapos a las puertas de palacios imperiales o trasladada en carrozas, ataviada como princesa de algún cuento de Andersen. También se ha visto perdida por caminos polvorientos o aplastada por cuadrigas romanas; como amante de pintores bohemios o como impúber soldado en la Gran Guerra.
           
                    La que más le gustó fue la existencia en un cenobio retirado de una monjita con cara de boba. En una vieja caja guardaba las misivas de amor de algún muchacho que conoció lustros atrás en su pueblo. Las releía cada noche en su pequeña celda tras rezar en la capilla las Completas. Y después, ya dormida, en sus pestañas quedaba apresada alguna lágrima indiscreta.
                  
                   Hay otra existencia más reciente, que ve algunas veces. En esa escribe un blog contando vaguedades. Pero siempre, siempre, viéndose desde fuera. Ninguna de esas existencias parece ser real.
             
                     ¿Será que solo es un testigo de sí misma? 
IDENTIDAD




Identidad...
¿Hay algo así llamado?
¿Qué es lo que la conforma?
¿Una historia, un registro,
o unos concisos datos de genética?

Yo no sé lo que nace,
tampoco lo que muere.
Si hay algo permanente
o si es la impermanencia 
         lo que me tiene atada
al flujo inagotable de la vida.



            
                               DOÑA ROSA

            -Dile a tu madre que te ponga sostén, que se te están separando los pechos y se te mueven mucho al andar.
            Es doña Rosa, la madre de mi mejor amiga del bachillerato. Dice esto mientras me palpa las tetas. Examina las dos pequeñas protuberancias como quien toca los tomates en la verdulería, por ver si están ya maduros para la ensalada. Y a mí me sube el calor a la cara y deseo estar fuera de su alcance. La odio con toda la pasión de mis doce años.
Ella tampoco me tiene simpatía. Asegura que soy “Antoñita la Fantástica”, aunque yo no me llame Antonia. Y en su voz hay un tono de desprecio cuando lo dice.
Su hija nunca ha sabido inventar cuentos.


EL UNICORNIO

            Me despierta la luz anaranjada del amanecer. Los dos soles, el rojo por el oeste y el dorado por el este, se elevan lentamente, coinciden en el centro del cielo y unen sus rayos para saludarme. Me levanto y sacudo mis crines. ¿Cuánto tiempo llevo aquí? En mi mente no hay recuerdos anteriores, por eso supongo que una eternidad, pero mis músculos siguen fuertes y elásticos, como si mi existencia atravesase centurias y no conociera la muerte. Tengo sed y bajo despacio al río de miel. Antes galopaba de aquí para allá a través de los campos azules, teniendo cuidado de no aplastar las flores con mis pezuñas de plata. Algunas veces llegaba hasta las montañas blancas, donde los soles acarician la nieve con cuidado para no derretirla. Vivo en un sitio hermoso, donde hay alimento, no existen las luchas ni más estación que la primavera.
          
            Hace varias eras conocí a un ser llamado Mujer. Me dijo que en el lugar que ella había abandonado había lágrimas y muerte. Sabía llorar. Sí, era sorprendente: gotas de agua resbalaban por su rostro al recordar el sufrimiento de sus congéneres. Y también reía. El sonido que salía de su garganta era como la música que lanzan aquí las cascadas. Un repiqueteo de cascabeles. Luego desapareció y desde entonces languidezco. Soy único, irrepetible y bello, Mujer lo dijo, por eso el precio de mi belleza es la soledad. También dijo que yo era producto de su sueño, me dejó reposar la cabeza en su regazo y acarició con cariño mi único cuerno. Se marchó por la Puerta de Gaia que hay bajo el sol del oeste y me advirtió que no la siguiera porque, si lo hacía, tendría que morir para volver al paraíso. Así llamó a mi mundo: El paraíso.
           
              Hoy lo he decidido. Voy a ir tras Mujer. Quiero aprender a reír y llorar como ella.
           
        La Puerta de Gaia es una arcada grabada con seres fantásticos como yo: dragones, titanes, hidras, hadas, duendes y elfos. Seres míticos, que en otro tiempo existieron y que ahora solo son relieves coloreados. No se ve nada al otro lado y muy despacio atravieso el umbral. Lo último que veo al cruzarlo es que mi imagen se plasma en la piedra del arco, tallada por una mano invisible.  
           
           El sol de la mañana me despierta. Ella se acurruca en mis brazos. Huele a canela, a vida, a algo cálido y tonificante. "He soñado que era un unicornio", susurro en su oído. "Me alegro de que hayas cruzado la puerta", me contesta.     


LA ELECCIÓN

-¿Por qué me mira así?
-No toque ese texto. No puede cambiar el argumento de la obra.
Ella vuelve a consultar la sinopsis general y la descripción de su personaje y luego mira la larga fila de intérpretes que se dirige al escenario. Se enfrenta de nuevo al director:
-Entonces prefiero no actuar.
-Lleva mucho tiempo esperando.
-Tiempo es lo que me sobra.
Los actores se alejan. Cuando la puerta se cierre tras ellos, quizá tarde en aparecer otra oportunidad. Pero ella no va a entrar sin estar de acuerdo con la función que va a representar.
Sabe de sobra - por propia experiencia - que esta vez es imprescindible que elija su vida.





Tiernos ojos heridos por el hierro
de escarabajos ávidos de sangre.
Tiernos ojos, ahítos de terrores,
ahogada la inocencia por el miedo.

Preguntas sin respuesta en sus pupilas
dilatadas por rojos resplandores.
Para cada estallido un parpadeo,
un grito de dolor,
una imagen de muerte
detenida en el fondo de límpidas miradas.

Tiernos ojos de niños,
de niños de mil guerras,
soñando con volver al útero materno
para huir del demonio impenitente
del odio
y abandonar la negra compañía
de la sombría muerte.

Tiernos ojos que no idearon juegos,
ni siguieron el vuelo de una mosca,
ni contemplaron el cauce del arroyo.
Tiernos ojos resecos y asombrados,
que ni siquiera derramaron lágrimas
antes de ser cerrados por las bombas.

EL CINE ESPAÑOL

El cine español de los años 50 y 60 me devuelve a una época infantil, embellecida por el paso del tiempo. La primera imagen que me viene a la mente son aquellas tardes de los jueves, tarde de vacación escolar, en los que asistía a un cine del barrio con mi abuela. Vestida de negro de pies a cabeza, viudez permanente y desesperanzada de las mujeres de la época, cargaba con nietos y allegados, que ocupaban con su paciente cuidadora toda una fila de butacas. A partir de las tres o tres y media de la tarde veíamos una y otra vez las dos películas que ofrecía el programa, hasta que la abuela ordenaba la vuelta a casa que obedecíamos a regañadientes. De la mitad del cine para adelante – recomendaba la mujer al acomodarnos. Y aunque todavía éramos pequeños, sabíamos que la oscuridad de las últimas filas, las de los mancos, estaba reservada para los novios; sorprendente permisividad de la dictadura, que sin embargo vigilaba cualquier demostración amorosa en la calle. Lo más probable es que semejante condescendencia dependiese únicamente de los acomodadores del local. El pueblo siempre fue más tolerante que los prebostes del infortunado régimen.
“Bienvenido, mister Marshall”, “Maravillas”, “Los ladrones somos gente honrada”, “La fiel infantería”, “¿Dónde vas Alfonso XII?”, son películas que acuden al reclamo de mi memoria unidas al sabor del bocadillo de mortadela o a furtivos roces con la mano de Roberto – primo de mi mejor amiga, once años, pantalón corto, rizos oscuros, varios centímetros más bajo que yo, y ¡ay!, asombroso parecido a Robert Taylor, circunstancia que lo convirtió inmediatamente en mi primer amor. Reíamos con los diálogos de José Luis Ozores en “Recluta con niño”, o llorábamos con la muerte de Pablito Calvo en “Marcelino, pan y vino”. Las niñas copiábamos los cancanes de Conchita Velasco en “Las chicas de la Cruz Roja”, que crujían estrepitosos en la misa del domingo del colegio, almidonados por nuestras madres con cola de pescado. Y los chicos, no sé, supongo que soñarían con imitar el atractivo de Jorge Mistral o de Vicente Parra. En una España gris y a espaldas del mundo, aquellas tardes de los jueves eran una ventana abierta a la fantasía, al amor, a la música, a la libertad: el escape de una realidad mucho menos atrayente. Cierto es que muchas de las cintas mostraban sin pudor el ardor doctrinal y represivo de la dictadura, pero en muchas otras la voz del pueblo resonaba potente burlando la censura, o se filtraba entre líneas mostrando historias solidarias o dolientes, satíricas o divertidas.
En este momento en que los acontecimientos se suceden a un ritmo vertiginoso y el día de ayer es pasado obsoleto a golpe de teletipo o de sucesos desafortunados de nuestros políticos, volver la vista atrás es un ejercicio imprescindible. Para no cometer errores o para aprender de los ya cometidos. Para entender el momento presente. Para eliminar las telarañas del olvido. En definitiva, para conocernos a nosotros mismos.



Anagrama para mi amado Cortazar








CORTARÉ RAYA AZUL



            Los bordes del libro estaban doblados y amarillentos y por sus márgenes desfilaban a lápiz diminutas palabras, como hormigas en busca de alimento. Del tipo de: “Cuando mi vida acabe, ¿acabará también ese algo que me vive?” En fin, pura mística. ¿Cuántas veces habría leído la novela? Le gustaba sentirse la Maga y hasta enamorarse algunos días de Oliveira. Elaboraba historias imposibles en su mente y las vertía luego en su diario como si fueran tan reales como la existencia. No, mucho más reales. Su existencia era evanescente como el sueño.
            “Cortaré el horizonte con mis manos, la raya azul que une el mar y el cielo. Y miraré allí dentro, bien adentro”.
            Era la última anotación del diario de Lena. La titulaba: Cortaré Raya Azul. Extraño título. Fecha: 12 de noviembre. El 13 de noviembre entró en el mar, se alejó caminando por entre las olas y no volvió nunca.
            Yo me llevé su libro de Rayuela. Al fin y al cabo, cuando lo presenté, yo mismo se lo había dedicado y a ella le habría gustado que lo guardase.  




EL DETECTOR DE METALES

Espero en el aeropuerto para pasar por el arco de metales. Algunos bromean. Otros se impacientan. Los más aguantan resignados. La humanidad aguarda, como en la vida.
Un hombre explota de pronto, vocifera, ¡es humillante tanta sospecha!, ¿a dónde vamos a ir a parar con tanta protección?, ¡qué sociedad tan absurda!, ¡todo está prohibido, todo legislado, todo previsto!
La gente ni lo mira. Siguen todos con sus conversaciones, con sus bromas, pero yo sé que se sienten incómodos.
En el arco todo pita. Antes de pasar me quito el cinturón, me descalzo. Estoy inquieta.
¿Suenan los malos pensamientos? ¿La codicia, la intransigencia, la negatividad?
¿Suena la rebeldía?
            Atravieso el arco, cercada por el silencio. A mi paso nada pita.
Me hicieron obediente hasta la náusea.

Esperemos que vuelva aquel momento en que el tiempo dio paso al infinito